Los discursos de odio no aplacan la lucha por la democracia, la justicia y la libertad

El miedo infundido por la represión franquista se aposentaba en sus entrañas porque sabían que eran los rojos, las rojas, los señalados; y sus familiares represaliados, los olvidados.

Por Isabel Ginés y Carlos Gonga

De la España del siglo XX, la Guerra Civil y la dictadura franquista son dos de los períodos más relevantes. Dentro de la dictadura franquista tuvimos la represión franquista, en la que más de 150.000 personas fueron asesinadas por sus ideales contrarios al fascismo, por querer un pueblo en libertad y por no acatar las normas de una España franquista en la que no todo el mundo era bienvenido. Al terminar los tres años de guerra, la violencia siguió teniendo rienda suelta por parte del bando que la provocó y la ganó: consideraban como enemiga a cualquier persona que no quisiera vivir bajo una dictadura, bajo la imposición de ideales fascistas que excluían a gran parte de la población española y que oprimían al pueblo.

Miles de mujeres, hombres, niñas y niños aprendieron, a su temprana edad, lo que era el paseíllo, una práctica de justicia para reprimir a los sujetos considerados revolucionarios. El paseo, el paseíllo, era cuando se le decía a una mujer o a un hombre que saliera de su casa, que iba a dar una vuelta con ciertas personas, normalmente personal del Ayuntamiento local o de cuerpos de seguridad del Estado, y era fusilado o fusilada: nunca más volvía.

Hubo decenas de miles de juicios extremadamente rápidos, que implicaban siempre una larga condena en prisión, en campos de concentración, una condena a trabajos forzados o a muerte. Cientos de Ayuntamientos, plazas de pueblos o plazas de toros fueron convertidos por el franquismo en lugares donde se reprimía a miles de personas. Miles de niños y niñas aprendieron a la fuerza lo que era ser señalados en un pueblo por tener un padre rojo o una madre roja: era que se les apartase de la cola del pan, de la cola del hambre, y no pudieran recibir alimentos; era que se humillase públicamente a sus madres o a sus abuelas, rapándolas y paseándolas por el pueblo mientras se cagaban y se meaban encima por el aceite de ricino que los franquistas les hacían ingerir; era que muchas niñas y muchos niños no quisieran jugar con ellos porque eran rojos, que no quisieran compartir espacio con ellas porque eran rojas; era que no pudieran seguir estudiando en la escuela porque tenían que colaborar económicamente en casa, trabajando prematuramente; era que sus madres necesitaran tener dos o tres trabajos para poder mantenerles.

Esas niñas y esos niños vieron cómo a su padre, un hombre honesto, bueno y noble, se le llevó al paseíllo o se le juzgó por el simple hecho de buscar la libertad de un pueblo, de nuestro pueblo; por buscar el bienestar de la gente y por tener unos ideales diferentes a los ideales fascistas franquistas fueron asesinadas muchas personas, fueron exterminadas porque un genocida quiso imponer su orden y su propia ley.

La ciudad y el pueblo crecieron con miedo: “Hablad bajito, no vaya a ser que nos oigan; o que nos escuchen mal, que malinterpreten lo que decimos y que esto nos acarree consecuencias”. Antes de salir de casa, “No levantes la voz por la calle, no llames la atención”; a la vuelta, “No hables tan alto, las paredes escuchan”. Siempre aguardando, con la sensación constante de que podía pasar la Policía o la Guardia Civil por la puerta y escuchar más de la cuenta: “No molestemos, que somos hijos de rojos, ¿Qué parte no has entendido? Somos familia de rojos y cualquier cosa que hagamos puede desencadenar en un desenlace fatal”.

Miles de familias vivían con gran ansiedad y con una enorme inseguridad porque ignoraban lo que les podía pasar. Ignoraban también lo que pasaría a su familiar, que estaba en prisión. Tenían un miedo atroz, estaban asustados, temían qué les podían hacer en cualquier momento. Hasta las personas que fueron exiliadas para no regalar su vida a los franquistas se veían arrancadas de sus orígenes, de su tierra, de su propia seguridad. Tuvieron que huir por salvar su vida.

Es muy duro emocionalmente huir de un país por la sencilla y absurda razón de que no cabes en él, de que te quieren asesinar si permaneces en él. Es muy duro saber que dejas a compañeros y compañeras que mueren; a parte de tu familia, sin saber lo que le va a pasar. Es muy duro el agotamiento físico y emocional de miles de mujeres, hombres, niñas y niños por no saber qué va a ocurrir en su familia, si van a volver o no regresarán nunca, si se quedarán huérfanos y tendrán que ir a un orfanato donde las monjas les hincharán a hostias.

Habla bajito, no sea cosa que se molesten”. El miedo se hizo parte de su carácter: miedo a ir a comprar el pan, miedo a salir a la calle, miedo a hablar con un tono de voz normal; miedo en misa, miedo a jugar en la plaza. El miedo infundido por la represión franquista se aposentaba en sus entrañas porque sabían que eran los rojos, las rojas, los señalados; y sus familiares represaliados, los olvidados.

Actualmente en España se están repitiendo los mismos mensajes de por aquel entonces: “Si entramos en el poder ilegalizaremos ciertos partidos y sindicatos”, cuando los sindicatos de trabajadores son quienes luchan por el pueblo, quienes han logrado muchos avances en esta democracia. Lucharon mucho y perdieron a mucha de su gente afiliada en la injusta Guerra Civil y en la inhumana represión franquista. Quienes marcharon al exilio, quienes progresaban en la clandestinidad, comunistas, sindicalistas, republicanas y republicanos lucharon por que esta España fuera libre, por que el genocida y sus ideales totalitarios no vencieran.

Siguen habiendo discursos de odio a los que la democracia española, como un cordero sin memoria, coloca el micrófono. En ellos se dice públicamente que se debería prohibir la labor de la gente sindicalista, una actividad reivindicativa y defensora de los derechos de las personas trabajadoras. Se dice que ciertos partidos políticos democráticos deberían ser prohibidos. Esto nos recuerda a la época más oscura de España, cuando el fascismo se impuso a la fuerza sobre el régimen democrático de la Segunda República y arrasó con todo avance social.

Muchas y muchos de los descendientes del fascismo franquista están cogiendo la batuta. Los hay y las hay que aprendieron bien el mensaje y lo están replicando para seguir sembrando el terror, de lo que no se percatan es de que ahora ya no tenemos miedo. Segundas partes nunca fueron buenas, dicen: ahora nos tienen enfrente, mirándoles a los ojos y diciendo de nuevo y sin pestañear que “No pasarán”; porque resistir es vencer y nuestro mismo ADN estaba en nuestros ancestros, a quienes fusilaron, encarcelaron o vejaron; a quienes les robaron a sus hijas o a sus hijos. Nos van a tener enfrente porque ya no les tenemos miedo, su discurso de odio ya no tiene el efecto que tuvo entonces. ¿Que quieren ilegalizar partidos políticos y sindicatos? Ni pueden hacerlo ni lo van a hacer. Su discurso para atemorizar no intimida a nadie, simplemente contribuye a la vergüenza que da ver cómo se creen dignos sucesores y dignas sucesoras de un régimen genocida.

Son descendientes ideológicos de aquella persona que anotaba en su libreta un listado de nombres de rojas y rojos para luego chivarse a la Guardia Civil y el Ayuntamiento de turno le regalaba después un estanco. Son descendientes de aquella persona que se reía del hijo de rojo que tenía que labrar el campo porque su padre había sido fusilado. Son descendientes de aquellos que paseaban a mujeres previamente rapadas, provocando que se hicieran sus necesidades encima y al son muchas veces de una banda municipal, obligada a seguirles. Son descendientes ideológicos de aquellas que se asomaban al balcón y les gritaban, les escupían y aplaudían. Las personas fascistas españolas actuales se declaran descendientes de la peor clase de persona, de gente que se atrevía a denigrar públicamente a alguien por ser familiar de quien pensaba diferente a ella, que sentenciaba sin atender a pruebas ni razones, que delataba a sus vecinas y a sus vecinos o que inventaba pretextos para que fuesen detenidos e incluso asesinados.

Estas personas quieren que España vuelva a ser su cortijo y ellas, las dueñas y los dueños de la tierra y de quienes la habitan. Y a quien deciden que sobra en ese cortijo, la ilegalización, un tiro en la cabeza o el exilio. Eso es lo que les gustaría; pero ahora tenemos claro que, por más que pueda pesar, en España cabemos todas y todos. Somos una España multicultural, resistente y bondadosa, tolerante y que combate los discursos de odio. Ahora formamos parte de una España que trabaja por conocer el pasado para poder prever las consecuencias de algunas reacciones en el presente, garantizando así que determinados hechos no se repitan en el futuro. Seguimos luchando por recuperar la memoria histórica y por darla a conocer para que se sepa qué pasó en nuestro pasado contemporáneo; solo de esta manera sabremos, cuando se vuelvan a manifestar las mismas consignas en el presente, cómo afrontarlas y cómo enfrentarnos a ellas.

Ya no hay miedo al fascismo en nuestra personalidad. Somos descendientes de la gente luchadora que perdió la vida por defender la libertad, por procurar vivir en una España donde cupiéramos todas y todos. Y cabíamos pero el franquismo no quiso que lo hiciéramos. En nuestro ADN está la lucha, la resistencia, la confrontación de las ideas fascistas, la defensa de la democracia. Somos demócratas, no toleramos esa intolerancia de la que se jacta el fascismo español actual y no tenemos miedo a una burda declaración de intenciones de personas nostálgicas que se pavonean de su intransigencia.

Pueden seguir predicando sus discursos de odio, que nosotros seguiremos defendiendo una España tolerante donde todas y todos tengamos cabida, donde podamos tener unas ideas que no excluyan a nadie, que no sean racistas, homófobas ni xenófobas. No les tenemos miedo: les vamos a confrontar, nos van a tener enfrente en honor a la lucha de nuestros ancestros, que murieron en la tapia del cementerio con el puño levantado y gritando “¡No al fascismo!”, “¡No a Franco!”, “¡Viva la República!”, “¡Viva el comunismo!”, “¡Viva el socialismo!”, “¡Resistencia!” o “¡Por la libertad!.

Por esa gente que alzaba el puño estamos aquí. Estamos aquí porque esas personas murieron en tapias y paredones, condenadas a muerte siendo inocentes, por tener unos ideales en favor del pueblo y en contra del fascismo. Murieron con el puño en alto gritando “¡Viva la libertad!”, “¡Muerte al fascismo!” o “¡Viva España libre!” y nos enseñaron que pueden matar a la persona pero jamás sus ideales, su honestidad en el recuerdo de quienes le conocieron o su lucha por la libertad. Pesa más nuestra integridad que cualquier rancio discurso de odio de la extrema derecha española, ya no infunden miedo y no nos van a amedrentar. Nos tienen delante, sin apartar la mirada y resistiremos a cada envestida porque resistir es vencer y vamos a defender siempre una España democrática en la que todas y todos tengan su lugar.

Vamos a seguir en la lucha por la memoria histórica por ese mismo motivo, aunque esta extrema derecha, más increpante que argumental, promueva que “es cosa de viejos” o que nos gusta “remover el pasado”. Recordamos que hubo personas que fueron violadas, vejadas, torturadas o asesinadas, que su represión afectó también a sus familias y que tanto unas como otras que merecen justicia, dignidad y reparación; que hay que vaciar las cunetas, los pozos y las fosas comunes para que la familia que pueda recuperar a su ser querido le dé la sepultura que considere, ya que se le arrebató injustamente a esa persona.

Nosotros estudiamos el pasado para traer al presente justicia y dignidad. La extrema derecha estudia una versión sesgada del pasado para traer odio y menosprecio hacia la parte sesgada que se niega a estudiar. La memoria histórica es importante porque gracias a ella analizamos, reflexionamos, comprendemos y defendemos ciertos valores que aplicamos al presente, así como enseñamos cómo confrontar a la extrema derecha, cómo identificar y confrontar sus mensajes de odio o cómo ser firmes en la convicción de que todas y todos tenemos cabida en España.

La memoria histórica es importante porque nos enseña a analizar y a comprender nuestro pasado para poder identificar situaciones similares o iguales que se dan en el presente, para saber qué camino es el que no debemos tomar si no queremos que ese pasado se repita. Hay quienes pretenden sembrar España de un discurso de odio que quiere acabar con una parte de la población y hay quienes recordamos el pasado para buscar justicia para la gente que fue represaliada, reparación para sus familias y dignidad para ambas.

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