Lobo-Hombre aullando en Andorra: cagarse en un influencer es casi un derecho, pero proponer a la contra casi una obligación

 

Por Ricard Jiménez

 

«Como un sueño de loco sin fin la fortuna se ha reído de ti, sorprendido espiando, el lobo escapa aullando»

 

Los últimos días no cagarse en un ‘influencer’ aullando escapando a Andorra ha parecido ser barbarie, pero no afrontar los recodos que sus actos han dejado abiertos en el discurso de la democracia liberal no ha sido clemencia, es incapacidad para proponer una alternativa a la realidad inmanente. Siendo sinceros, podría ahora seguir riéndome de la «teoría de las tetas» de la escultura griega o soltar otra retahíla de improperios hacia todos ellos, pero no pienso perder más que estas breves palabras hacia ellos, no son más que el reflejo de una ‘modernidad líquida’, del individualismo más psicopático que carcome en estos últimos tiempos.

El foco me gustaría ponerlo en su tesis o idea de ‘libertad’ y en lo que más ahínco se ha hecho por parte de quienes se oponen a marcharse a Andorra que, sin duda, ha sido a la alusión de que «los impuestos sirven para pagar educación, sanidad, servicios, etc.». Se abre así la idea y distinción entre ambas posiciones, sobre la libertad individual y la democracia, que en este, como muchas otras ocasiones, parecen ser incluso contrarias, punto de fricción. Más si, por un lado, se considera la libertad entendida como la capacidad de hacer lo que cada uno quiere sin interferencia y, por otro, la democracia como el proceso de imponer normas vinculantes a todos.

El primer caso es de una sencilla refutación, puesto que uno debiera ser libre para ejercer su libertad en cosas por y para si, que simplemente le atañen a él, pero si estas afectan a otras personas, estas, también deberían tomar parte de dicha decisión. Esto nos lleva a la siguiente cuestión, y ya afrontando el segundo caso y es que aquellos a los que concierne una norma debieran ser partícipes de la confección de dichas reglas. Y con esto quiero decir que estos puedan participar de forma activa y significativa en dichas cuestiones.

Es aquí donde surgen realmente los rifirrafes y es que en la democracia liberal representativa los límites de lo privado y lo público han terminado por ser un borrón, cuenta nueva y a otra cosa. No obstante, no estamos aquí para dar vueltas sobre lo mismo, ya que la falta de pragmatismo, de propuestas y de capacidad por marcar una agenda arrolla a la izquierda, de forma latente, por todo occidente.

La huida sonora y el foco de atención en los impuestos podría servir para afrontar el concepto de ‘democracia’, donde, como escribe Erik Olin Wright, incluso «el límite entre lo público y lo privado debería estar sometido a la deliberación y las decisiones democráticas», siendo así una garantía de «acceso al ejercicio de poder».

Sin embargo, aceptemos por el caso que, en pro de lo común, se acepta pagar impuestos para «educación, sanidad, servicios, etc.». Siendo así, público, teniendo en cuenta el deseo democrático, no tendría por qué existir «impedimentos sociales de carácter desigual» para nuestro ejercicio de decisión y participación. Patriótico no es pagar impuestos. Patriótico es exigir que se nos permita la participación en el gasto de estos.

«El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca», decía José Martí y con esto quiero hacer alusión, sin remilgos, a las cesiones a las concertadas en educación y sanidad, a los pagos, a fondo perdido a grandes empresas, a la monarquía (fugada y sin fugar), al Zendal de Ayuso, a las concesiones por doquier a amigos y familiares de aquí y de allá de todo el panorama, y toda una ristra, casi sin fin.

Desglosando más en profundidad la cuestión, en cuanto a educación o sanidad, acabar con las ayudas a concertadas en ningún caso limita la libertad individual de elección. En España tenemos una moral cristiana, o por lo menos sus prácticas, en el sentido más acérrimo del clero de este país, paraíso fiscal del Vaticano, donde al individual le gusta que la fiesta se la paguen los demás.

El Zendal no es más que uno de tantos despilfarros en materia sanitaria, en un país, donde de «tener la mejor sanidad del mundo» hemos pasado a filtrar más fallas que un coladero. Podríamos tratar en este punto las privatizaciones en materia de residencias, dónde Madrid es tan solo el ápice de algo mayor, que se extiende y vertebra por la península. Vivimos en un país donde no solamente plantas de hospital se mantienen cerradas, sino que incluso estas se han cedido a capitales privados.

Ahora, con una crisis incipiente, ERTEs, EREs, ERTOs por doquier, entra en juego la cuestión, por ejemplo en el caso de Nissan, de los «exiguos» 25 millones concedidos por la Generalitat en los últimos 15 años a una empresa que no ha dudado en cargarse 3.000 puestos de trabajo directos y 20.000 indirectos, sin pasar por caja, y para con la cual la única opción de «soborno» fue seguir agasajando con 100 millones más para poder traer el nuevo vehículo de la marca y así mantener las plantas de Barcelona abiertas. El ratonismo más pueril, el baile del agua entre las manos, a la empresa de turno que te roe el bolsillo como único alimento.

Sobre la monarquía… En estos días no hay más opción que darle la razón a Pablo Hasel, a pesar del lavado de cara felipesco, pero que tampoco es la cuestión del embrollo para exigir la decisión sobre si queremos una monarquía o no.

Luego, y ya dejando el listado que podría ser infinito, y retomando la senda del «marcar agenda política», no es desdeñable destacar, una vez más, la incapacidad de la socialdemocracia liberal para este cometido. Hace poco aparecía Monedero comentando las elecciones portuguesas, donde sigue sin entender por qué la derecha ha sido capaz de articularse como antisistema, mientras el Bloco ha sido la muletilla simbólica de la detención del «fascismo». La pata izquierda de aquello mismo que quería asaltar, pero es que la poltrona tira hasta cuando unos Youtubers te la ponen en línea de gol.

Sí, esto va de democracia y libertad, pero se necesita más que una moralina crítica frente a estas posiciones youtuberescas. Es vital identificar los modos específicos en el que las escapadas perjudican los intereses de clase y el bien común. Sí, oponerlos con una moral alternativa, pero también propuestas eficientes de un nuevo modelo, en lo económico y en lo social.

 

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