Lo de Yolanda

 

Debemos recordar que la actual Vicepresidenta Segunda del Gobierno únicamente tiene el carné del PCE, si bien es más una persona independiente dentro de un espacio político que una mujer de partido.

Por Tomàs Alfonso

Tras la retirada en dos tiempos de Pablo Iglesias de la política institucional, Yolanda Díaz parece ser la destinada a liderar el espacio del cambio, que debe intentar poner freno a la pérdida de votos que Unidas Podemos ha venido sufriendo desde hace ya varios comicios. En esta línea, hay quienes incluso afirman  que podría tratarse de la primera Presidenta del Gobierno de la historia de España.

Díaz, por su parte, ni afirma ni desmiente prácticamente nada acerca de su futuro político.  En esta línea, al ser preguntada por su candidatura a las elecciones generales, afirma que ‘no es momento de hablar de eso’ y que ‘lo importante ahora es gobernar y ayudar a la gente’.  No obstante, sí ha afirmado tener la voluntad de iniciar ‘un proceso de escucha con la sociedad civil’ que pueda desembocar en la ‘construcción de un proyecto transversal de país’, el cual muchos vinculan con la creación de una nueva plataforma. Por su parte, en las declaraciones públicas que se han realizado, las y los dirigentes de Podemos e Izquierda Unida (y el PCE) cierran filas en torno a la idea de la necesidad de ensanchar el espacio político.

Para Díaz, en este proceso los partidos no pueden ser los protagonistas, en tanto que el rol principal –afirma- lo debe ejercer la ciudadanía. Debemos recordar que la actual Vicepresidenta Segunda del Gobierno únicamente tiene el carné del Partido Comunista de España, si bien es más una persona independiente dentro de un espacio político que una mujer de partido, al menos en su concepción más tradicional.

En este contexto, habrá que ver cuál es el posicionamiento de los partidos políticos. Más allá del apoyo explícito a Yolanda Díaz, que es unánime y constante, resulta difícil considerar que las distintas formaciones que conforman el espacio transformador aceptarán acríticamente todas las tesis de Díaz, en especial en lo que respecta al protagonismo que deben tener las organizaciones políticas. Esto, vale decir, no es una excepción, sino más bien la tónica general que explica el funcionamiento de los sistemas representativos. En consecuencia, la situación que se puede dar es que Díaz quiera construir un proyecto capaz de superar a los partidos y que estos no quieran perder su centralidad, o al menos no más de lo estrictamente necesario.  No obstante, para desgracia de la derecha y para nuestra fortuna,  ambas ambiciones con inteligencia política se pueden conciliar. Ya se ha hecho otras veces con éxito y no hay ninguna razón seria que nos lleve a pensar que esto no se pueda repetir.

Respecto a todo esto, dos obviedades de la política actual: en la sociedad del estímulo en la que vivimos, basta con una televisión (o un teléfono) y un buen liderazgo para poder ganar unas elecciones o al menos competir por hacerlo. La otra es que sin estructuras organizativas fuertes que sean capaces de desarrollar fidelidades y arraigo político en todos los niveles y en todos los territorios, el riesgo de sufrir un rápido y fuerte descenso del apoyo es elevado.

Allá van otras dos: ligar el futuro de un proyecto a un rostro (o a unos cuantos) es peligroso en tanto que la supervivencia del mismo peligrará en cuanto los liderazgos empiecen a desgastarse –lo cual es inevitable-. La otra es que los partidos, precisamente por aquellas características organizativas que permiten su permanencia en el tiempo frente a la relativa fugacidad de los liderazgos, también en ocasiones no son lo suficientemente rápidos y flexibles como para poder desarrollar un proyecto ganador.

Como ven, hay motivos suficientes para reivindicar el papel esencial que deben jugar los partidos dentro de una posible plataforma aglutinadora al tiempo que se buscan espacios más flexibles y formas de hacer política capaces de adaptarse a los tiempos acelerados y mediatizados en los que vivimos.

Tema aparte es el contenido, esto es,  la ideología –o si se prefiere el fin- que dé sentido a la plataforma.

El liderazgo de Pablo Iglesias apuntalaba la idea de proceso destituyente y de confrontación con quienes conspiran para que no se pueda llevar a cabo la voluntad democrática. Nos referimos a los altos cargos del poder judicial y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, a la corona y a los grandes conglomerados mediáticos. Revisen los discursos de 2019 y podrán observar como la crítica a estos actores se encontraba presente en prácticamente cada intervención pública que se realizaba.

Con la plataforma de Díaz, a pesar de que el posicionamiento acerca de estas cuestiones presumiblemente será el mismo, podemos prever que el discurso y la campaña no se centrará tanto en ellas como en el binomio trabajo-cuidados (o laborismo-feminismo), en el que la Vicepresidenta se siente más cómoda tanto por sus competencias actuales como por su trayectoria profesional y vital.

La opinión pública de momento parece haber bendecido este cambio, que prima el pragmatismo institucional a la épica y la generación de consensos a la confrontación directa. Respecto a este asunto, en un contexto de crispación y agotamiento emocional como el actual, es probable que esta elección de temas estrella termine por atraer a una nueva masa de votantes que premien la cotidianeidad de las cuestiones que aborda Díaz. En esta dirección, el tono tranquilo y las formas sosegadas que la caracterizan también pueden ayudar a fortalecer la imagen de gobernabilidad que se quiere ofrecer frente a los discursos con aspavientos de la oposición, con la que probablemente intentará no entrar en el cuerpo a cuerpo de la forma en la que lo hacía Iglesias.

Respecto a quiénes conformarán la plataforma, poco o nada se sabe todavía, más allá de la buena de sintonía de Díaz con fuerzas políticas con las que Podemos ha tenido sus más y sus menos. Así pues, no es descartable el salto a la política nacional de dirigentes que se den por amortizadas en el ámbito autonómico o local. Tampoco de personas ya retiradas de la vida política o que actualmente se encuentran en una segunda línea, si bien esto parece más arriesgado.

No obstante, tal y como se ha explicado al inicio del artículo, Díaz quiere mirar afuera de los partidos políticos para conformar su proyecto. Entre quienes parecen estar destinados a ocupar un rol importante dentro del proyecto yolandista se encuentran los sindicatos mayoritarios, Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores, con quienes es conocida su buena relación profesional y personal. Esta es otra diferencia respecto al modelo heredado por el anterior líder de Unidas Podemos, que daba una posición preponderante a los cuadros y demandas de los movimientos sociales pero se mostraba más receloso a la hora de establecer relaciones con los sindicatos tradicionales.

Por otra parte, habrá que ver qué papel desempeñan las personalidades de la cultura o, de forma más amplia, las figuras públicas de nuestro país. Es evidente que Yolanda Díaz causa simpatías en espacios en los que Pablo Iglesias era rechazado, por lo que no sería descartable ver a diversos rostros conocidos formar parte activa de la campaña o, al menos, solicitar el voto para el proyecto.

Tampoco es baladí el encuentro de Díaz con el Papa Francisco I, que choca con el anticlericalismo del que en ocasiones ha hecho bandera Unidas Podemos. A pesar de  las dificultades del caso Español por el carácter ultrareaccionario de la Conferencia Episcopal,  en ningún lado está escrito que los votos de los demócratas cristianos y de los seguidores de la doctrina social de la Iglesia no puedan ir a parar a una dirigente progresista tras la deriva que ha tomado la derecha española.

Evidentemente, el posible acercamiento a estos sectores para la construcción de un nuevo proyecto no implica que no vayan a tener un lugar en la plataforma movimientos con los que históricamente Unidas Podemos ha tejido alianzas o ha tenido relación como, por ejemplo, el movimiento ecologista o por una vivienda digna. Así, no se trata de elegir, sino de aglutinar y articular demandas y sentires que permitan aumentar la base social.

  • Finalmente, un último elemento a tratar es el cuándo. Como bien hemos podido comprobar estos años, el calendario es fundamental a la hora de establecer una estrategia política. Tratando de anticiparnos a los acontecimientos, es de esperar que la plataforma que se está gestando no concurra a ningunas elecciones antes que a las generales, dado que unos malos resultados en unos comicios regionales o locales que pueden ser complicados para los partidos de Gobierno podrían desgastar el ‘efecto Yolanda’. No obstante, el hecho de no formar parte de ningún proceso electoral hasta las generales no implica que la plataforma no pueda empezar a formarse en no demasiado tiempo. Así, se debe considerar el riesgo de un posible adelanto electoral –para antes de las elecciones autonómicas y locales de 2023- que acorte el margen de actuación de la actual Vicepresidenta, por lo que es previsible que haya movimientos en la primera mitad del año.

Sea como fuere, cada vez queda menos para que se vayan despejando todas las dudas que se tienen acerca de este proyecto, que no es sino una oportunidad para crear una herramienta política que permita fortalecer el espacio del cambio y realizar nuevas conquistas materiales. Esperemos por el bien de las clases populares que sea todo un éxito.

 

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