Lloviendo piedras

Por Daniel Seixo

«Es rarísimo que por un momento estemos aquí y al siguiente hayamos desaparecido. En un par de generaciones, a nadie le importará una mierda. No seremos más que unos gilipollas con ropas graciosas en fotografías descoloridas que un triste descendiente con demasiado tiempo libre saca del aparador para mirar de vez en cuando.«

Irvine Welsh

El obrero tiene más necesidad de respeto que de pan.

Karl Marx

Dicen que echamos de menos tiempos pasados y puede que en realidad tengan razón. Puede que simplemente en el fondo de nuestros corazones ya cansados, observemos demasiado lejos la posible victoria sobre este injusto sistema social y económico y tan solo nos regodeemos con el recuerdo de las sirenas de las fábricas, las calles de nuestro barrio llenas de vida tras una larga jornada laboral y el olor a tabaco, fritanga y el sonido de los dados, las risas y los lloros de una clase social que para muchos lo ha supuesto todo. Ha sido nuestra vida, nuestras miserias y nuestras escasas pero memorables victorias.

En realidad las cosas no eran muy distintas antes, cuando Europa también era una ensoñación y España una ruina eterna con difícil arreglo. También entonces el trabajo duro prometía una recompensa que no terminaba de llegar, simplemente en aquellos tiempos los accidentes laborales, las huelgas y el sindicato tenían más sentido para todos nosotros que la última moda del activismo importado de Washington, las estatuas en una plaza repleta únicamente de turistas, las peleas partidistas o la penúltima chorrada del mequetrefe de Eduardo Inda para dar de comer a lo que antaño fueron periodistas. No creo que ninguno de nosotros echemos de menos la impunidad de los asesinatos machistas, ni tampoco el pasotismo con el medioambiente o los ruidos de sable ante cualquier avance social que hiciese olvidar poco a poco a un caudillo que ya por aquel entonces tendría que oler a naftalina. Nuestros recuerdos no se oponen al avance, para nada. Pero no por ello podemos evitar anhelar el sentimiento de clase presente en cada esquina, la ilusión de abrirse al mundo sin temor y a una izquierda que con sus aciertos y con sus errores, seguía teniendo claro que el anticapitalismo y la lucha obrera suponían el único camino posible para conquistar los avances sociales que por aquel entonces todavía significaban algo más que meras promesas electorales o un futuro material para un par de niños pijos con carrera y pocos escrúpulos. 

Echo de menos aquellos días en los que nuestra clase social estaba orgullosa de ser lo que es, sin que eso significase renunciar a cambiarlo todo

No me interesa nada esa pelea de privilegiados en la que se han enfrascado algunos en esta especie de demencia colectiva que el consumo desmedido nos ha inculcado. No necesito preguntarme si los míos han sido alguna vez parte de los privilegiados, porque han sido obreros, mineros, agricultores, migrantes y siempre, sin excepción, parte de los explotados por un sistema capitalista que los ha usado como carne de cañón sin apenas otorgarles a cambio tiempo para poder disfrutar de sus propias vidas. Por ello, cuando tengo un mal día debido a esta sociedad esquizofrénica, cuando pienso para qué narices me molesto en escribir estas miserables líneas que no me aportan pan alguno o simplemente el cinismo y el pesimismo parecen aplastarme, pienso en mi familia y en tantas otras. Pienso en como han trabajado durante años literalmente de sol a sol, día a día, semana a semana, mes a mes, año a año, para apenas conseguir un hogar, una familia y lo justo para tapar agujeros. Pienso en cómo las pocas personas mayores que han viajado fuera de su tierra natal en mi entorno más cercano, lo han hecho únicamente emigrados u obligados para participar en una Guerra Civil en la que han matado o muerto para a continuación regresar en el mejor de los casos a esas infinitas jornadas de trabajo. Todo por la esperanza de un televisor, un tractor, un coche o un hijo o una hija universitarios, ¿es eso a lo que esos indolentes llaman privilegios?

Váyanse a la mierda. Así, sin medias tintas, ni adornos o elegancia más allá de la que otorga la crudeza de lo cierto. Que por otra parte no es poca en estos tiempos de cinismo descontrolado.

Nos llaman privilegiados, nostálgicos y dogmáticos. Nos tildan de todo eso sin pararse a pensar en cómo puede ser privilegiado aquel que en medio de la tormenta de incertidumbre fruto de este sistema despiadado, no añora otra cosa que el recuerdo de un techo en el que en medio de la tormenta pararse a escuchar las voces de los suyos, el olor a tabaco y el sonido de las risas desenfadadas tras una jornada de trabajo larga y extenuante, pero satisfactoria. Sé que para muchos este solo será un estereotipo obrero, una imagen a la que renunciar por algo más cool, más vendible, quizás más artístico o rentable. Pero para mí y para muchas otras personas, eso lo es todo, es el recuerdo de un hogar remendado con esfuerzo y lo que me ha dado la posibilidad de prosperar con trabajo duro, con sacrificio y con amor. No tengo nada que ocultar, ni tampoco nada que esconder: echo de menos aquellos días en los que nuestra clase social estaba orgullosa de ser lo que es, sin que eso significase renunciar a cambiarlo todo y revolucionar nuestra realidad, sin olvidar por ello nuestros orígenes, nuestros recuerdos compartidos y nuestra lucha común. Puede que para ustedes sea simplemente añoranza, pero personalmente prefiero considerarlo orgullo por los míos, simplemente, orgullo de clase.

1 Comment

  1. Mikel Orrantia -Tar
    @OrrantiaTar
    ·
    2 ago.
    De hecho, compañeros, nuestro fin (una sociedad libre, colaborativa, ecológica, profundamente democrática, diversa, responsable y solidaria) está tan lejos que los medios, los métodos, son fundamentalmente definitorios de lo que somos y por ellos somos percibidos. Salud, mientras

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