Llamemos genocidio a lo que es

Decir ‘genocidio’ no es una exageración: es la única forma de reconocer lo que está pasando antes de que sea demasiado tarde.

Por Isabel Ginés | 30/03/2025

Las palabras importan. No solo porque nombrar las cosas nos ayuda a entenderlas, sino porque muchas veces lo que no se nombra no existe. Y con el genocidio pasa exactamente eso: si nadie lo llama por su nombre, pareciera que nunca está ocurriendo.

¿Qué es un genocidio?

La definición no es un invento político, sino algo que la ONU dejó claro en 1948: “actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. No solo hablamos de asesinatos masivos, sino también de condiciones de vida que hagan imposible la existencia de ese grupo.

El Holocausto es el ejemplo más brutal de esto: no solo mataron a seis millones de judíos o gitanos o republicanos españoles , sino que intentaron borrarlos del mapa, hacer que su existencia fuera inviable. Y aunque ningún genocidio es idéntico a otro, reconocer patrones es lo que nos permite ver cuándo la historia empieza a repetirse.

Lo que pasa en Gaza

Desde octubre de 2023, Israel ha llevado a cabo una ofensiva en Gaza que ha dejado decenas de miles de muertos, en su mayoría civiles. Pero esto no es solo “una guerra”. No es un conflicto entre ejércitos iguales. Es un asedio donde un Estado militarizado castiga colectivamente a una población civil, bombardea hospitales, impide la entrada de comida y destruye cualquier posibilidad de vida.

El argumento oficial es que están combatiendo a Hamás. Pero, si la guerra es contra un grupo armado, ¿por qué el 70% de los muertos son mujeres y niños? ¿Por qué la gente muere de hambre? ¿Por qué se bombardean refugios de la ONU, universidades y ambulancias? Cuando un pueblo es sistemáticamente encerrado, atacado y privado de lo necesario para sobrevivir, no es solo una guerra. Es un genocidio.

Auschwitz y Gaza: No son iguales, pero algo se repite

Auschwitz fue el símbolo del Holocausto, el infierno burocratizado donde más de un millón de judíos fueron asesinados en cámaras de gas o trabajos forzados. Fue la cara más explícita del genocidio, sin eufemismos ni excusas. En Gaza, la justificación es otra: “autodefensa”. Pero Hannah Arendt, una de las pensadoras más lúcidas sobre el totalitarismo, nos dejó una advertencia que sigue vigente:

“El mayor mal del mundo es el mal cometido por nadie, es decir, por seres humanos que se niegan a ser personas.”

Arendt habló de la banalidad del mal: el peligro no siempre está en los monstruos obvios, sino en los burócratas, soldados y políticos que, sin cuestionar, ejecutan políticas inhumanas porque “siguen órdenes” o “es lo que toca”. En la Alemania nazi fueron los burócratas que sellaban trenes rumbo a los campos de exterminio; hoy son los funcionarios que cortan la ayuda humanitaria, los pilotos que bombardean barrios enteros, los gobiernos que justifican el castigo colectivo.

No es exageración, es nombrar las cosas como son

Comparar Gaza con Auschwitz no significa decir que son idénticos. No hay hornos crematorios en Gaza, pero sí un pueblo atrapado en un espacio donde morir se ha vuelto la norma. Decir “genocidio” no es una exageración: es la única forma de reconocer lo que está pasando antes de que sea demasiado tarde. Porque si hay algo que la historia nos enseñó, es que el mundo siempre se tarda en aceptar el horror, y cuando lo hace, ya es irreversible.

Llamemos genocidio a lo que es. No esperemos a que lo confirme un tribunal en 50 años.

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