Libertad para beber, pero no para vivir

Por Pablo Sánchez 

El COVID-19 ha traído consigo cientos de titulares polémicos, indignantes, esperanzadores…pero muchos de ellos han caído en el olvido por la necesidad de la inmediatez y un continuo bombardeo que no deja tiempo para asimilar, analizar y relacionar. En estos últimos días, hemos visto como una niña de tan solo dos años moría a causa de las políticas migratorias europeas mientras miles de turistas se aglutinan en nuestras calles con cerveza en mano, un ciego del quince y la pasividad de una policía que, si en vez de haber entrado en avión por Barajas lo hubiera hecho en patera por la playa del Tarajal, el desenlace sería muy distinto.

Cuando parecía que fotos, vídeos, relatos e historias podrían cambiar el curso de la relación entre la frontera y los migrantes por no sólo su ineficacia y excesivo coste, sino por lo cruel e inhumano de las mismas, la realidad del sistema golpea de nuevo. No hace falta remontarnos a 2014 para hablar del racismo institucional español, basta con que nos paremos a pensar en los últimos meses en los que los migrantes, además de para trabajar de forma precaria y esclava en el campo, han servido también para la criminalización por parte de los medios, partidos políticos y todos aquellos que tienen un interés especial en ello.

Lamentablemente, son cientos de números, cada uno de ellos con un nombre, una vida y una familia detrás, los que se amontonan en los informes y se pierden entre tantas víctimas que el Mediterráneo y las políticas migratorias de la UE se han cobrado. Mientras, de manera paralela, el discurso racista europeo ha conseguido traspasar nuestras fronteras porque siempre hubo, entre ellas, quienes abrieron las puertas a la xenofobia en busca de cualquier falsa excusa que legitimara su discriminación; y la encontraron. Por otra parte, somos muchos los que apelamos a la empatía sabiendo que, quienes son verdaderamente culpables de tantas muertes en el fondo del mar, son conocedores del daño que provocan; engranajes de una industria que se enriquece con la muerte y alimenta con una pornografía del dolor de las personas migrantes cuya integridad acaba violada. De eso se trata, de acabar con el sistema que lo permite y alienta.

Quienes hoy claman por la libertad de los turistas para beber a la vez que piden que el resto nos quedemos en casa, criticaron la libertad para vivir de quienes huyeron de la guerra, la miseria y la falta de oportunidades. Quienes rotularon que el “1,5% de los migrantes que vienen en patera tienen el COVID-19” con una clara intención de su criminalización, hoy aplauden la estrategia española de servir copas a Europa. Por eso, el control del discurso a través de los medios no es otra cosa que una herramienta más, utilizada por aquellos que ostentan el poder y ven necesario deformar la realidad para justificar su modelo neoliberal; deformarla hasta tal punto en que la explotación sistemática y el racismo institucional sean vistos con buenos ojos.

Al final la realidad nos enseña, una vez más, que da igual de dónde vengas siempre y cuando tengas la cartera llena y respetes las dinámicas europeas que sitúan a España como poco más que el bar de Europa y su frontera sur en el espacio geopolítico europeo. Porque aquellos que berrean contra quienes llegan a España sin cuestionarse el origen de las políticas migratorias mientras los ven morir en el mar, piensan, a la vez que lamen la bota de quien patea sus derechos, que algún día llegarán a ser tan influyentes como ellos. Es la magia del capitalismo.

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