Líbano: salir del agujero

Una niña en una manifestación en Beirut. Foto: Wael Hamzeh / EPA.

Por Pablo Sánchez

Mientras comienzo a redactar el presente escrito leo en Twitter que 43 personas han muerto en el Mediterráneo al naufragar frente a la costa tunecina. Reconozco que la poca repercusión que ha tenido y lo desapercibido que ha pasado ha descolocado la línea inicial sobre la que iba a articular el resto del texto, lo que me lleva a darle vueltas a la normalización de la tragedia y el dolor en las personas migrantes. Si bien no voy a profundizar en el análisis que merece su continua deshumanización, la falta de vías seguras hacia Europa o las consecuencias de la externalización de las fronteras porque son temas que me gustaría tratar en el futuro, lejos del morbo mediático que producen. Escribo, a continuación, sobre un caso particular que ojalá sea capaz de arrojar cierta luz y empatía para comprender las razones más inmediatas que provocan su marcha.

Líbano atraviesa, actualmente, una crisis multidimensional que afecta a todo el país: a quienes están de forma temporal hasta que la guerra en el país vecino cese y las condiciones de retorno sean óptimas y a los libaneses que, con recuerdos de la guerra civil todavía recientes y una remembranza muy dolorosa, se enfrentan a una caída libre que les será muy complicada aterrizar.

El comienzo de la guerra en Siria provocó que, a principios de la década pasada a raíz de la primavera árabe, miles de sirios cruzaran la frontera para buscar refugio de la guerra civil que se estaba librando en esos momentos. De forma paralela, el resto de países actuaron de manera insuficiente para aliviar el gran volumen de personas refugiadas que poco a poco se establecían en Líbano, las cuales llegan al millón y medio según fuentes libanesas y tan sólo han sido reasentadas un 6% en el período de 2011-2020.

Frente a ello, Líbano decidió implementar políticas de restricción en la frontera con Siria endureciendo las condiciones de entrada como unas de sus primeras medidas para, meses después, aplicar al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR) limitaciones en su registro de personas refugiadas, por lo que el número de registrados no es el número de residentes real. Estas restricciones, que posteriormente también interfieren en la libertad del trabajo limitándola a los sectores de la construcción, agricultura, textiles y alimenticio, tienen como objetivo evitar una estancia cómoda que postergue la vuelta a Siria. De hecho, ha sido la experiencia que tiene el país levantino con los refugiados palestinos y su asentamiento desde los años cincuenta la que ha servido como guía para evitar que se repita con quien ahora viene de Siria. El endurecimiento de las condiciones de vida de las personas refugiadas a través del sistema institucional libanés es posible, en parte, porque el país no pertenece a la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados ni a su Protocolo de 1967, por lo que los límites y las actuaciones presentes en la Convención y su Protocolo dirigidas al respeto de los derechos del refugiado no se imponen sobre Líbano. Para no querer irse, ¿verdad?

En octubre del 2019 el país experimenta un estallido social a raíz de la subida de tasas por el uso de WhatsApp a través de masivas protestas, barricadas y demás elementos revolucionarios que acabaron desfondados meses más tarde cuando el hambre apretó más que la sed de protesta. La situación no mejoró con la aparición del COVID-19 y todavía menos con la explosión del puerto de Beirut, que provoca la dimisión en bloque del gobierno cuando las protestas se retoman por la negligencia que causa casi doscientas víctimas mortales y deja a trescientas mil personas sin casa. A esto se le añade una inflación que actualmente se sitúa en el 120% y la pérdida de poder adquisitivo que afecta especialmente a quienes están bajo el umbral de pobreza, más del 55% de los libaneses y el 88% de los sirios.

A partir de aquí sólo queda preguntarnos, ¿qué más? ¿Qué más hace falta para que los países ricos de occidente presten ayuda al país levantino? ¿Dónde están aquellos que prometieron prosperidad a la zona y sólo llevaron guerra? Muchos se conformarían con que no les dejasen morir en el mar en su trayecto hacia Europa. Otros, con razón, exigen una ayuda que permita vivir de manera digna y no acabe diluida en programas europeos para la lucha contra la pobreza donde la mitad del dinero se queda por el camino. Son las condiciones de vida las que fuerzan la migración de personas que desearían encontrar un trabajo, quedarse con su familia y evitar el duelo de la marcha que deja toda una vida atrás.

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