Pasean al borde de grandes tolvas abandonadas, desafiando al abismo, se golpean para aprender a soportar el dolor, o se asfixian con bolsas de plástico, mientras Pierre, el profesor asume una postura de voyeur, sin atreverse a intervenir hasta que no complete todas las piezas del puzzle.
Por Angelo Nero
La luz cegadora del sol de verano derritiendo las nubes, cegando al profesor que abre la ventana a espaldas de una clase en la que un puñado de adolescentes parecen concentrados en resolver un examen, un zumbido persistente, tal vez solo audible para el docente, que coge una silla, la acerca a la ventana y se sube a ella, para arrojarse al vacío, ante el horror de sus alumnos, que ven desde arriba el cuerpo inanimado de su tutor. Pero, ¿todos?, no, mientras la mayoría abandona la clase, entre gritos y lágrimas, cinco alumnos miran desde la ventana, con pasmosa tranquilidad, el resultado del trágico suceso, como si fuera un desenlace inevitable, que ya esperaban.
Este es el comienzo del segundo largometraje de Sébastian Marnier, “L’heure de la sortie”, adaptación de la novela de Christophe Dufossé, que se estrenó en España con el título de “La última lección”, en 2018, en el Festival de Sitges, y que vino precedido del éxito, dos años antes de “Irréprochable”, en la que su protagonista, Marina Fois, fue nominada a los premios César a Mejor actriz (aunque finalmente el galardón se lo llevó Isabelle Huppert por “Elle”). Sébastian Marnier también estrenó el año pasado “L’origine du mal” una suerte de “Sucessión” gótico ambientado en la Costa Azul, que también ha cosechado muy buenas críticas, lo que parece consolidar su carrera como guionista y director, a la vez que consolida su exitosa trayectoria como novelista y periodista.
Pero volvamos a la historia que se desarrolla en esa retorcida fábula ecologista que es “L’heure de la sortie”, en la que, tras impactante comienzo, conocemos a Pierre Hoffman (interpretado por Laurent Lafitte, precisamente el coprotagonista de “Elle”, junto a Isabelle Huppert), un profesor interino que viene a hacerse cargo con la tutoría de la clase en la que se produjo el suicidio, una clase, por otra parte, particular, ya que se trata de un proyecto piloto con una veintena de adolescentes superdotados, liderados por los seis chicos que destacaron en la primera escena.
Desde el principio, los chicos parece que no le van a hacer las cosas fáciles al recién llegado, desafiando su autoridad y cuestionando su capacidad para desempeñar su tarea docente, mientras, a su alrededor las señales se suceden, como si anunciaran un apocalipsis inevitable, la alarma de alerta terrorista que rompe la lectura de un poema, una agresión fortuita a uno de los chicos de la clase, y, sobretodo, la presencia de las enormes torres de una central térmica, rompiendo el idílico paisaje de una pequeña población francesa. Pero, lo más alarmante es cuando el profesor descubre los extraños ritos del grupo que lidera la clase, que parecen estar entrenándose para esa un destino inevitable, leyendo las señales del cielo que otros parecen ignorar. Pasean al borde de grandes tolvas abandonadas, desafiando al abismo, se golpean para aprender a soportar el dolor, o se asfixian con bolsas de plástico, mientras Pierre, el profesor asume una postura de voyeur, sin atreverse a intervenir hasta que no complete todas las piezas del puzzle.
¿Por qué actúan así unos jóvenes tan brillantes como Apolline, Paulin, Dimitri, Sylvain o Clara? ¿Por qué se mantienen al margen de sus compañeros? ¿Por qué los demás profesores son tan condescendientes con sus actos? ¿Por qué ese entrenamiento para enfrentar el dolor? ¿Por qué ese interés por la ecología, que no parece conducir al activismo, ni a la protesta, sino a un camino sin retorno? Todas estas cuestiones se van dilucidando, aunque alguna de ellas de un modo algo confuso hasta las escenas finales del film, con una profusión de diálogos afilados y silencios todavía más cortantes, acentuados con los sintetizadores de Cosmic Neman y Etienne Jaumet, los músicos que están detrás de Zombie Zombie, creadores de un inquietante fondo musical, entre el kraut y la psicodelia, que han compuesto la banda sonora de las primeras películas de Sébastian Marnier.
La música es otro elemento notable de “L’heure de la sortie”, cuando los adolescentes protagonistas cantan “Pissing In a River” de Patti Smith, en una increíble versión coral, entonando las estrofas de “Spoke of a wheel, tip of a spoon / Mouth of a cave, I’m a slave I’m free / When are you coming? Hope you come soon / Fingers, fingers encircling thee”, o ya en la parte final del film, cuando vuelven a insistir en la discografía de Patti Smith con su “Free Money”, un tema que no parece muy apropiado para una ceremonia de graduación de jovenes talentosos, “Every night before I rest my head / See those dollar bills go swirling ‘round my bed / I know they’re stolen, but I don’t feel bad / I take that money, buy you things you never had”, aunque para alguien como yo, que paso su adolescencia escuchando el “Radio Ethiopia” y el “Horses”, este le parezca uno de los momentos más luminosos de la película.
Mientras los adolescentes graban en una caja negra un mensaje para un mundo que ya no tiene futuro, alegato ecologista con fragmentos del visionario J.G. Ballard, el profesor intenta detener lo inevitable, el plan trazado desde mucho antes que el apareciera en escena, pero, sobretodo, intenta comprender, aunque el críptico mensaje solo nos dice que es demasiado tarde, que por mucho que hagamos ya se ha iniciado la cuenta atrás.
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