León Trotsky: el cronista del fin del mundo

El libro La fuga de Siberia en un trineo de renos es el relato frenético y casi cinematográfico del destierro, en 1907, de León Trotsky a Siberia y su posterior huida.

Por Leandro Albani para La tinta

“Nos podemos sentir plenamente orgullosos: por lo visto, el Soviet, aunque muerto, les provoca miedo”.
León Trotsky

Escribe el revolucionario, el joven al que le arde la sangre, el estratega, el militante sin horas, el exiliado, el clandestino, el socialista. Escribe León Trotsky, el hombre que junto a Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) decidieron que el 25 de octubre de 1917 los sóviets tomaran el poder de la Rusia zarista y se rompieran, de una vez por todas, las cadenas que ataban a su pueblo con la explotación, la miseria y el hambre.

Pero antes de esa fecha de gloria, el destierro. Un destierro que, pocos años después, se abalanzaría otra vez sobre su cuerpo como un prólogo de la muerte. 

Si Lev Davídovich Bronstein, el dirigente de cabellos revueltos y lentes minúsculos, es conocido en el mundo por sus capacidades políticas e intelectuales –pese al plan soviético de borrar su historia de la faz de la tierra-, no es menos importante su trabajo como escritor y periodista. Y esto queda reflejado en La fuga de Siberia en un trineo de renos, libro publicado este año, y por primera vez en español, por Siglo Veintiuno Editores.

Con la traducción de Irina Chernova y las presentaciones del escritor cubano, Leonardo Padura, y el historiador argentino, Horacio Tarcus, el libro no solo confirma que el dirigente socialista ostentaba una pluma exquisita, sino que fue un especialista en radiografiar a la Rusia profunda, a las tierras blancas de una Siberia inhóspita. Además, se encargó de describir cómo, para 1907, año en que Trotsky es desterrado a esa región inexpugnable, los fuegos de la revolución ya se marcaban en una población olvidada por Moscú.

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El viaje de Trotsky junto a otros representantes del Sóviet -del cual Lev Davídovich era el “nervio motor”, según Tarcus- se produce después de que los condenaran por tratar de encabezar una insurrección contra el régimen gobernante. El destino: Obdorsk, una ciudad en el círculo polar ártico, a más de 1.600 kilómetros de la estación de ferrocarril más cercana. En ese trayecto, una parte en tren y otra en trineo, el joven revolucionario reconstruye lo que observa y habla con quienes se cruza. El resultado es La fuga de Siberia…, un pequeño libro dividido en dos partes: la primera, relatada a través de las cartas que le envía a su compañera Natalia Sedova mientras va hacia Siberia; el segundo tramo es una síntesis que Trotsky escribe luego de fugarse y retornar a San Petersburgo.

Con dos estilos diferentes, pero con la precisión de la palabra justa; con descripciones de un mundo habitado por hombres y mujeres a los que nadie tiene en cuenta; con el humor que rodea –por momentos- a la desgracia; con diálogos y situaciones donde se entremezclan presos políticos, cómplices de su fuga y muchos, pero muchos borrachos, Trotsky convierte su derrotero hacia Siberia en un cuadro en el que se entrecruza el relato vertiginoso, ciertas pizcas de suspenso y la prosa de un cronista experimentado.


En la presentación, Padura apunta que el libro “no se convierte en un alegato político ni en una obra de propaganda o reflexión: sobre todo, relata la historia personal y dramática (recogida de modo muy sucinto en Mi vida) que nos entrega a un Trotsky observador, profundo, humano, por momentos irónico, que otea a su alrededor y expresa un estado de ánimo o toma la fotografía de un ambiente que, sin duda alguna, se revela extremo, exótico, casi inhumano”.


Sin bien Trotsky podría haber escrito extensas páginas de denuncia sobre la situación en que vivían los pobladores del rincón más blanco de Rusia, opta por describir las costumbres, las vidas que lo acompañan en esos días, los trabajos de hombres y mujeres de pocas palabras, y los paisajes inabarcables de una región donde, en invierno, la temperatura llega a los -50 grados. En apenas algunas líneas, también desliza el pulso de la revolución por venir.

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Escribe Lev Davídovich: “El niño cochero, de unos 13 años de edad –asegura que tiene 15-, vocifera a lo largo de todo el camino: ‘¡Arriba el pueblo obrero! ¡Arriba los hambrientos! ¡A luchar!’. Los soldados, cuyo aspecto denota una inequívoca simpatía hacia el cantante, se burlan de él y amenazan con elevar quejas al oficial. Pero el muchacho es perfectamente consciente de que todos están de su lado y sin tapujos sigue, a voz en cuello, llamando a la lucha obrera…”.

Leer La fuga de Siberia… es disfrutar del Trotsky cronista y conocer a la Rusia olvidada. También es seguir el pulso de una fuga frenética y casi cinematográfica. El propio Lev Davídovich describe así el último tramo en su camino de escape: “En los primeros instantes, me sentí sofocado y oprimido en ese espacioso vagón semivacío. Entonces, salí: afuera soplaba el viento y todo estaba inmerso en las tinieblas, y un grito incontenible se escapó de mi pecho: Era un grito de libertad y alegría”.

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