Los libros que impulsarían a un socialista apelaban antes que nada al sentimiento. Serían los que conmovían, y los que provocaban “una tempestad de cólera”.
Por Eduardo Montagut
Rafael Urbano, después de estudiar los “libros que hacen” y los “libros que sostienen” a un socialista consideraba que un buen socialista tenía que ser un hombre activo. El impulso podía tener dos causas. En primer lugar, podía deberse a la necesidad de actuar por lo aprendido, y la segunda por los propios padecimientos, por la desigualdad padecida.
Los libros que impulsarían a un socialista apelaban antes que nada al sentimiento. Serían los que conmovían, y los que provocaban “una tempestad de cólera”. Otro modo de impulsar era ofrecer y presentar la situación presente con toda su barbarie, con toda su realidad.
En todo caso, para unos y para otros se debía recomendar las siguientes obras:
-E. Heine, Los tejedores de Silesia.
-T. Hood, La canción de la camisa.
-E. Bellamy, El año dos mil.
-Erman Chatrian, Historia de la Revolución francesa, contada por un aldeano.
-V. Hugo, Los miserables.
-E. Zola, Germinal.
-L. Tolstoi, Resurrección.
Hemos consultado el número 1541 de El Socialista, de 12 de agosto de 1913.
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