Lázaro Cárdenas y el exilio republicano español

El presidente Cárdenas defendía que la ayuda mexicana a la República no contradecía el principio de no intervención, porque el no ayudar era una manera de prestar una ayuda indirecta a los rebeldes

Por María Torres

«Cuando España se recobre se alzará en Madrid un monumento en cuya base de granito del Guadarrama se leerá la inscripción siguiente: “Extranjero, detente y descúbrete: este es el Presidente de México, Lázaro Cárdenas, el padre de los españoles sin patria y sin derechos, perseguidos por la tiranía y desheredados por el odio»  (Álvaro de Albornoz, diciembre 1940)

Cuando el 15 de septiembre de 1936 en el discurso de la conmemoración de la Independencia mexicana del Imperio Español el presidente Lázaro Cárdenas gritó un «Viva la República Española», manifestó con una claridad absoluta el apoyo incondicional del gobierno mexicano a la II República española. De hecho, ningún otro gabinete mexicano reconocería ya nunca al gobierno del general Franco.

Las simpatías entre el gobierno mexicano y el español eran patentes. Tras la proclamación del 14 de abril de 1931, recibida con gran júbilo en México, ambos gobiernos decidieron establecer las correspondientes embajadas. Después del golpe de estado del 18 de julio de 1936, México no dudó en remitir al gobierno republicano español un mensaje de adhesión y cuando estalló la Guerra se estrecharon aún más los vínculos entre ambos gobiernos.

El 26 de julio de 1936 la Confederación de Trabajadores de México celebró en el teatro Principal un mitin de apoyo a la República española, sabedores de lo que para Europa y el mundo significaría la caída del Gobierno Republicano español y su reemplazo por un gobierno fascista. En el acto se denunció la existencia de un grupo que trataba de organizar la Falange Española en México. Entre otras, se adoptaron las conclusiones de enviar al Gobierno español y a todos los Partidos que integraban el Frente Popular, la adhesión del proletariado mexicano y felicitar a las tropas leales al pueblo, a la clase obrera y campesina que estaba luchando contra el fascismo. Se encontraba presente el Embajador de España, Gordón Ordaz, que agradeció a los proletarios mexicanos su apoyo en nombre del gobierno de la República española.

En agosto de 1936, el presidente Cárdenas escribía en su diario: 

«El gobierno de México está obligado moral y políticamente a dar un apoyo al gobierno republicano de España, constituido legalmente y presidido por el señor don Manuel Azaña. La responsabilidad interior y exterior está a salvo. México proporciona elementos de guerra a un gobierno institucional con el que mantiene relaciones. Además, el gobierno republicano de España tiene la simpatía del gobierno y de sectores revolucionarios de México. Representa el presidente Azaña las tendencias de emancipación moral y económica del pueblo español. Hoy se debate en una lucha encarnizada, fuerte y sangrienta, oprimido por las castas privilegiadas».

El 7 de septiembre de 1936 el Senado Mexicano votó en sesión secreta respaldar al Presidente Cárdenas en su política hacia España, siguiendo su dogma de el antiimperialismo como principio fundamental. Gran parte del material bélico con el que se combatía en los frentes españoles provenía de México, único país junto con la URSS dispuesto a vender armas a la República. Entre agosto de 1936 y febrero de 1937 México hizo llegar a España armamento por valor de tres millones de pesos oro. Concretamente 20.000 rifles y 20 millones de cartuchos fueron embarcados en el vapor Magallanes en agosto de 1936. A su paso por el estrecho de Gibraltar fue bombardeado por aviones alemanes. A pesar de ello la nave consiguió desembarcar en Cartagena sin daño alguno en la carga.

También se enviaron miles de kilos de azúcar y toneladas de garbanzos para paliar el hambre de un pueblo en guerra y el 7 de julio de 1937 desembarcaron en Veracruz, huyendo de la contienda, 480 niños españoles, muchos de ellos huérfanos, que fueron alojados en la ciudad de Morelia donde se les intentó dar lo que la guerra les había quitado en España.

Además de la ayuda militar, material, y moral, México colaboró en el ámbito diplomático y consiguió que las representaciones diplomáticas mexicanas, especialmente en América Latina, se pusieran a disposición de los diplomáticos republicanos españoles. Este apoyo también se materializó en la Sociedad de Naciones a través de Isidro Fabela, enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de México en dicho organismo desde 1937, que se convirtió en portavoz de la causa republicana en los debates del citado organismo.

Las directrices de Lázaro Cárdenas en este sentido eran claras:

«Específicamente en el conflicto español, el gobierno mexicano reconoce que España, Estado miembro de la Sociedad de Naciones, agredido por las potencias totalitarias, Alemania e Italia, tiene derecho a la protección moral, política y diplomática, y a la ayuda material de los demás estados miembros, de acuerdo a las disposiciones expresas y terminantes del pacto».

«El gobierno mexicano no reconoce ni puede reconocer otro representante legal del Estado español que el gobierno republicano que preside don Manuel Azaña».

Cuando se creó la Sociedad de las Naciones en 1920 se excluyó a México de la organización debido a las presiones de los Estados Unidos. En septiembre de 1931 la España republicana sometió una resolución a la Asamblea en la que manifestaba que México no había sido incluido entre sus miembros originales y proponía que «se reparara esa injusta omisión». La Asamblea de la Sociedad de naciones aprobó la justa moción por unanimidad. 

México sostenía que el gobierno de la República Española representa la voluntad del pueblo de España, expresada en una elección libre. Por principio, la República tenía el derecho legal de adquirir armas en el extranjero mientras que los rebeldes no. Este era el derecho que el Comité de No Intervención se negaba a conferirle, por lo que México rechazó la política de no intervención al negar la legítima defensa de un gobierno legalmente constituido confrontado por una insurrección militar y se mantuvo fiel a los deberes que sus relaciones diplomáticas imponían. La venta de pertrechos y el apoyo moral y material a un gobierno amigo, legítimamente constituido, estaba en perfecta conformidad con las funciones éticas que presiden la existencia de las relaciones internacionales. Actuar de manera distinta equivaldría a conceder beligerancia a una insurrección militar.

El presidente Cárdenas defendía que la ayuda mexicana a la República no contradecía el principio de no intervención, porque el no ayudar era una manera de prestar una ayuda indirecta a los rebeldes. Consideraba que las potencias europeas utilizaron ese principio como una mera excusa para no ayudar al gobierno español. Defendía que España, estado miembro de la Sociedad de las Naciones, agredida por Alemania e Italia, tenía derecho a la protección moral, política y diplomática de los demás estados, de acuerdo con las disposiciones del Pacto Constitutivo de la Sociedad de las Naciones. 

Lázaro Cárdenas siempre mantuvo una firme posición de defensa de los derechos de los débiles ante los fuertes. El Gobierno mexicano se encontró solo en esta defensa, pero con la convicción de que estaba asistido por la razón.

Así lo defendía Isidro Fabela en la Sociedad de Naciones:

«La universalidad del Pacto de la Sociedad de las Naciones –al que México se adhirió en 1931, con la sincera esperanza de colaborar para preservar la paz mundial– no sólo le pide a nuestro gobierno que se interese por los acontecimientos que puedan poner en riesgo la seguridad colectiva, sino que también lo obliga a considerar las circunstancias difíciles que imperan en España, desde la más elevada perspectiva de humanidad y justicia. Mi gobierno considera que es su deber ofrecer todos los medios a su disposición en beneficio de la paz mundial, especialmente para poner fin a la lucha armada que ha trastornado a la República Española desde hace ocho meses. Tomando esto en cuenta, mi país se compromete a apelar a los sentimientos de humanidad de todos los países miembros, ya que la manera y el momento en que se ha intentado poner en práctica la política de la así llamada No Intervención no ha tenido otra consecuencia que la de negarle a España la ayuda que, de acuerdo con el Derecho Internacional, el gobierno legítimo de ese país podría legalmente esperar, especialmente de aquellos países con los que mantiene lazos diplomáticos».

Fabela, quien solía decir que «la frontera de su patria era la frontera de su raza», trabajó personalmente para apoyar a los españoles exiliados y encontrarles en México una segunda patria. Este trabajo contó con el respaldo del presidente Cárdenas, en coordinación con  Gilberto Bosques y Luis Ignacio Rodríguez. 

Isidro Fabela que llegó a adoptar a dos huérfanos españoles: Daniel y Germán, se desplazó en febrero de 1939 a los Pirineos Orientales para comprobar in situ la situación de los refugiados españoles internados en los distintos campos de concentración franceses. En una carta al presidente Cárdenas fechada el 24 de febrero de 1939, en relación con el campo de Argelés manifestaba:

«En Argelés se concentraron aproximadamente unos 100.000 hombres. Esta enorme avalancha humana quedó instalada frente al mar, sin otro límite que la playa y una cerca de alambre con púas fijadas en una extensión de dos y medio kilómetros de largo por uno y medio de ancho. (…) El campo de concentración propiamente dicho, no tenía, al crearse, ni una tienda de campaña, ni una barraca, ni un cobertizo, ni un muro, ni una hondonada, ni una colina; ni tampoco árboles, arbustos ni piedras. Es en la playa abierta y arenosa frente al mar, y, tierra adentro en terrenos eriazos y viñedos escuetos, donde han vivido y viven los refugiados de España». 

En relación con todos los campos afirmaba:

«La alimentación en los campos ha sido insuficiente. Los primeros días sólo pan se repartió a los recién llegados; después, y no siempre, se les ha dado carne y cereales. Pero son los sanos, los fuertes, los jóvenes, los que tienen facilidad para obtener su ración. Los débiles, los enfermos, los viejos, no siempre tuvieron manera de acercarse a tomar su alimento y por eso tantos perecieron de inanición».

«El aislamiento de los refugiados ha sido casi total: viven como presos sin serlo, con la circunstancia de que los reclusos, en cualquier parte del mundo, tienen casa en que vivir, lecho en que dormir y comida segura, y los refugiados españoles no».

Fabela entabló contacto con los recluidos en los campos. Universitarios, catedráticos, maestros, médicos, ingenieros, abogados, mecánicos, militares, que le manifestaron su deseo de exiliarse en México como única esperanza de salvación. Consciente de la urgencia de buscar un destino mejor para estas personas, antes de que los Gobiernos británico y francés reconocieran sin condiciones al general Franco, distribuyó formularios donde los refugiados volcaron sus deseos de marcharse a México, a la vez que les proveía de alimentos, ropa, dulces, cigarros y algo de dinero.

El presidente Cárdenas manifestó al Gobierno francés con carácter de urgencia, a través de su ministro plenipotenciario en Francia, Luis Ignacio Rodríguez, que México estaba dispuesto a acoger a todos los refugiados españoles residentes en Francia. Así mismo, facilitó instrucciones para comunicar a los gobiernos alemán e italiano, la voluntad de acoger a todos los refugiados españoles residentes en Bélgica y Francia, proponiendo que desde el momento de la aceptación todos los refugiados españoles quedaran bajo la protección del pabellón mexicano.

Cárdenas no dudó en solicitar ayuda al Presidente Roosevelt para transportar desde Europa a los refugiados, así como el auxilio pecuniario para su manutención hasta llegar a México. Se trataba de que los Estados Unidos, a través de su Gobierno, informara a los gobiernos de Alemania e Italia su intención de colaborar en el transporte de los republicanos españoles.

Así fue como México acogió a un número significativo de españoles que gracias a la generosidad del gobierno de Lázaro Cárdenas pudieron comenzar una nueva vida. Cerca de veinte mil españoles llegaron durante los primeros años de exilio procedentes de los campos de internamiento franceses y de la convulsa Europa. Eran los descendientes de aquellos que muchos años antes arribaron en carabelas conquistadoras, pero a diferencia de éstos, los refugiados no portaban el propósito de dominio que sus antecesores.

El pueblo mexicano, gracias al tesón de Lázaro Cárdenas, Isidro Fabela, Gilberto Bosques, Luis Ignacio Rodríguez y muchos otros, les abrió horizontes de trabajo y esperanza. La fraternidad estaba servida en bandeja por la antigua Colonia española que había luchado contra el gobierno español por su independencia.

Los transterrados entregaron a México su vida, el pensamiento de los intelectuales, la sabiduría de los maestros y la sensibilidad de los artistas. 

Uno de los más bellos episodios del exilio español y México se produjo en la muerte del presidente Manuel Azaña, que se encontraba en territorio francés pero bajo la protección de México para salvaguardar su vida. 

Cuando falleció y ante la prohibición de depositar sobre su ataúd la bandera tricolor, fue cubierto con la bandera de México por Luís Ignacio Rodríguez, embajador de México en Francia, quien dijo: «para nosotros será un privilegio; para los republicanos, una esperanza, y para ustedes una dolorosa lección». El general Pétain, colaborador nazi, prohibió el cortejo fúnebre, así como que se le enterrara con honores de Jefe de Estado y que la bandera republicana cubriera el féretro, instando a que le colocaran en su lugar la “rojigualda”.

Cuatro años después falleció en México Luis Ignacio Rodríguez. Sobre su féretro fue depositada la bandera republicana española, cumpliendo uno de sus últimos deseos.

Gracias México.

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