El papel emblemático e insustituible que tienen las víctimas en la sociedad es el de ser símbolo y acicate de la paz; pero para ello es imprescindible el tomar en consideración a todas las víctimas.
Por Patxi Zabaleta / Viento Sur
ETA no debió haber asesinado a Miguel Ángel Blanco por múltiples razones; tanto humanitarias como políticas, estratégicas, etc. Y la circunstancia, por la cual originó una emoción e impacto especial en la sociedad fue la crueldad de haberse dado muerte a una persona secuestrada.
En el asesinato de Lasa y Zabala también concurrieron todas esas razones y agravantes; y además, una más, consistente en el hecho de haber sido perpetrado por medios estatales.
La cuestión de dicho agravante añadido se pone de manifiesto en la distinción entre terrorismo y genocidio. El terrorismo hace referencia a la gravedad de una rebelión contra la sociedad establecida, mientras que el genocidio tiene el componente de ser realizado con cobertura del Estado o del poder, constituyendo por ello crímenes contra la humanidad, que han de considerarse imprescriptibles. Por tanto, los crímenes, que no pueden prescribir son los del GAL y los del Franquismo.
Ahora, cuando se han cumplido 25 años del asesinato de Blanco y cuando ya han terminado los actos conmemorativos, resulta oportuno expresar algunas reflexiones, sin ocasionar con ello ninguna extorsión. He aquí varias consideraciones:
El Estado no hizo todo lo que podía hacer para salvar la vida de Miguel Ángel Blanco. Lo reclamado por ETA no era contrario a la ley, ni políticamente irrealizable, ni tampoco imposible de abordarlo por partes y poder así expresarlo. El gobierno de Aznar y Mayor Oreja prefirió el aprovechamiento político. Por desgracia, igual que lo han vuelto a preferir en la actualidad.
El papel emblemático e insustituible que tienen las víctimas en la sociedad es el de ser símbolo y acicate de la paz; pero para ello es imprescindible el tomar en consideración a todas las víctimas. Pero mientras no se recuerden conjuntamente a Blanco y Lasa-Zabala o German y Caballero o Gladys y Múgica o tantas y tantos otros, su memoria no cumplirá el objetivo de servir de acelerador y catalizador de la paz.
A pesar de ello, sin embargo, y en una gran medida la sociedad es consciente de que la paz vasca se está realizando. En la sociedad vasca no hay fracturas graves. Quienes hablan constantemente de rupturas y de guerras, no son sino los egoístas políticos, que pretenden aprovecharse de esas miserias.
El desprestigio de la justicia se ha convertido en uno de los mayores y más vergonzosos problemas de la democracia en España. A dicho grave problema se suman determinadas actuaciones de la Audiencia Nacional y la Guardia Civil. Así pues, en tanto que la Audiencia Nacional no se apresta y no es capaz de enjuiciar los imprescriptibles crímenes de genocidio franquista, debería ser abolida. Más aún, siendo así que las imborrables pruebas de tales crímenes contra la humanidad son los enterramiento y fosas comunes.
No obstante, y aún más; la Guardia Civil, en cuanto institución, al dar cobertura a iniciativas de la extrema derecha no hace sino confirmar su relación y su historia con el régimen franquista. Sin embargo, al Estado le son precisas la unificación y la conversión en civiles de las estructuras policiales no solo por lógica democrática, sino también por eficiencia y por eficacia. Por ello, es democráticamente lógica la reivindicación de su disolución y no es de extrañar que en la época en que reivindicaban su sindicación, la mayoría de los números de base fuesen favorables a la desmilitarización.
Ahora, con ocasión de los actos conmemorativos de Blanco se ha puesto de nuevo sobre la mesa la cuestión de las acciones de ETA no esclarecidas judicialmente. Se dice que son más de una tercera parte. Pero si a ellos se añaden las acciones no investigadas y las erróneamente resueltas, nos hallaríamos con porcentajes mucho más elevados. ¿Qué hacer? Si se hubiese llevado a efecto el diálogo por la paz o si se abriese ahora mismo, podrían esclarecerse todas esas lagunas. Pero en otro caso, ¿quién, cómo y con qué riesgos va a hacerlo? Evidentemente un Estado, que no ha querido auditar las actuaciones militares de Cuba, África o del Franquismo, tampoco tiene disposición de aceptar ahora tales investigaciones.
He ahí pues que la última batalla de ETA es la del relato, aunque paradójicamente se está desarrollando y se desarrollará sin ETA.
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