Las voces del desierto

una narración detallada, plagada de imágenes oníricas, de raíces bajo la arena, de piedras que caminan, de luces que suspiran en el horizonte

Por Angelo Nero

Han tenido que pasar cuarenta años –cuatro décadas de guerra, de olvido, de campos de refugiados, de referéndums suspendidos, de negociaciones fallidas, de muros en el desierto, de ciudades colonizadas- para que la RASD (República Árabe Saharaui Democrática) estrenara su primer largometraje, dirigido por un saharaui, Brahim Chagaf, y dos gallegos, Gonzalo Moure e Inés Aparicio, y lo han hecho con una poética “road movie”, que nos susurra directamente al corazón, en un lenguaje que, como los sentimientos más sinceros, cuesta entender en un principio, pues nos encontramos con una película que, como el último trabajo de Oliver Laxe –al que une cierta espiritualidad- hay que ver con la piel.

El exilio y la emigración, como las dos caras del destierro, son el hilo argumental de una trama que se inicia con Limam Boisha, un poeta saharaui que vive en Madrid –la capital de la potencia colonial que entregó, en esa misma ciudad, a su pueblo al reino de Marruecos, que todavía lo ocupa, y a Mauritania, que perdió la guerra contra el Frente Polisario- y que decide viajar al Sahara Occidental en busca de sus fuentes poéticas, secar en la metrópoli española, y en la búsqueda de esa inspiración perdida, se encuentra a Hamida Abdulláh, que le hace una narración detallada, plagada de imágenes oníricas, de raíces bajo la arena, de piedras que caminan, de luces que suspiran en el horizonte, del viaje que hizo en compañía del filósofo belga Mohamed Salem y el poeta Bonnana Busseid hacia la ancestral Tierra de los Hombres del Libro, la Leyuad que da título al film, la génesis de la identidad del pueblo saharaui, en el corazón del Tiris, camino mostrado por Badi Mohamed Salem, el más grande de los poetas del Sahara vivos.

Un viaje de conocimiento y de reconocimiento de una tierra, la suya, que es algo más que esa hamada en la que están confinados, gracias a la hospitalidad del gobierno argelino, durante estos cuarenta años, los refugiados saharauis, un viaje en el que buscaran el mítico Pozo de la Poesía, buscando el origen y el sentido de sus versos, a través de un desierto que muestra tantos matices como los de la poética de Sidi Brahim, que les espera en Leyuad, en su jaima, y que les mostrará los milagros de un lugar único, inconquistable, pues posee un valor que el colonizador no alcanza a comprender, y que les iniciará en los secretos de los genios de la arena, aquellos “a los que no se puede nombrar”.

Esta película de carretera sin carreteras, como señaló Gonzalo Moure, uno de sus directores, fue rodada en los territorios liberados por el Frente Polisario, y en las escuelas de audiovisuales de la RADS se formaron tanto Brahim Chagaf, otro de sus directores, como la mayoría de su equipo técnico, donde destaca, de manera especial la fotografía de Inés Aparicio, Ahmed Mohamed Lamin, que logra transportarnos a esa poética del paisaje, donde la vida parece perder gravedad con la sonrisa de un niño, que recoge, consciente a pesar de su corta edad, el testigo de los sabios que le dan sentido a las raíces del desierto.

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