Las rimas de la Historia

Juan Luis Arsuaga

Se atribuye a Mark Twain la frase de que la Historia no se repite, pero rima. Aparentemente cada día suceden cosas distintas, pero en el fondo no hay nada nuevo bajo el sol. No te puedes bañar dos veces en el mismo río, decía el filósofo griego Heráclito de Éfeso, pero la verdad es que el río se parece mucho a sí mismo. O por redondear la metáfora, siempre está cambiando, pero lo hace de acuerdo a unas pautas que se repiten: el hielo en invierno, el deshielo en primavera, el estiaje al final del verano.

Lo que hace que la Historia rime, por supuesto, es la naturaleza humana, inalterable. Siempre los mismos temores, los mismos anhelos, idénticas necesidades, pasiones y vicios.

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La creación de Adán, Michelangelo Buonarroti, circa 1511. Wikimedia Commons

Las rimas dan a la Historia la posibilidad de convertirse en una ciencia. Más allá de las peripecias individuales, de lo que le pasa a cada uno en su vida particular, la Historia podría tener una estructura de fondo que es posible investigar y conocer. La Historia no es solo una colección de novelas históricas.

Viene todo esto a propósito de una publicación reciente
de Harvey Whitehouse y otros autores en la revista Nature, la más prestigiosa de las revistas científicas. Y no es un trabajo sobre clima y economía en el pasado, o sobre las bacterias responsables de las plagas medievales, sino una investigación sobre la figura del “Dios moralizante”. ¿Un artículo de Historia de la religión en una revista de ciencias experimentales, junto con papers de biólogos, químicos, físicos, geólogos o médicos?

Así es. Veamos de qué se trata.

Las creencias religiosas de los pueblos del pasado y del presente forman un número altísimo. Afortunadamente se pueden sistematizar, porque tienen muchas cosas en común, y este es el primer paso que da el científico para analizar la realidad. Aunque nos maraville la diversidad de la vida animal resulta que las especies se pueden agrupar en unos pocos tipos llamados por los biólogos filos. Todos los animales con un exoesqueleto articulado (como los insectos o los cangrejos) forman uno de ellos, por ejemplo.

Respeto y reverencia a los dioses

En todas las religiones, los dioses o espíritus creadores del mundo y mantenedores del orden natural exigen respeto y reverencia por parte de los seres humanos. Conviene que nos portemos bien con ellos, con los poderes sobrenaturales, si queremos que nos sean propicios y se porten bien con nosotros. Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Pero además, hay algunos dioses, una fracción, que se preocupan de lo que nos hacemos los humanos unos a otros, de cómo nos portamos con el prójimo. Son dioses que están pendientes de nuestros actos. Nos vigilan y nos juzgan. No nos quitan la vista de encima ni un solo instante y conocen todos nuestros actos, hasta el más pequeño. Se dice que estas creencias religiosas son “prosociales”, porque fomentan la armonía del grupo (se premia el buen comportamiento social y se castiga la conducta antisocial).

La teoría de Jaspers

El filósofo alemán Karl Jaspers identificó una “Era axial” de la Historia (correspondiente a los siglos centrales del primer milenio antes de nuestra era) en la que nació el pensamiento moderno de manera independiente y paralela en distintas regiones y culturas del Viejo Mundo. Buda, Confucio, Lao-Tse, los profetas judíos y Zoroastro, entre otros, habrían vivido y enseñado en ese periodo axial, al lado de Heráclito, Sócrates y Platón.

No todo el mundo está de acuerdo con la teoría de Jaspers de la gran divisoria de la Historia durante el primer milenio a. de C., pero la pregunta que nos planteamos ahora es otra. ¿Hay alguna manera de saber por qué aparecieron los “dioses moralizantes”? ¿Cada caso es diferente o responden todos a las mismas causas?
Y volvemos en este punto al método científico. Las ciencias históricas no pueden realizar experimentos y observaciones como las llamadas (por eso mismo) ciencias experimentales, pero la naturaleza ha realizado “experimentos” por su cuenta muchas veces en el pasado. Ha habido suficientes volcanes, terremotos, glaciaciones, desplazamientos de las masas continentales, cambios en la composición de la atmósfera, oscilaciones del nivel del mar, impactos de meteoritos y levantamientos de cordilleras como para que podamos investigar de qué modo se producen todos estos fenómenos geológicos. Lo mismo hacemos los paleontólogos. Han aparecido y desaparecido muchos grupos biológicos en los miles de millones años de evolución, pero también hay rimas (que no repeticiones) en la historia de la vida.

En el caso de las religiones también es posible utilizar el método comparado de las ciencias naturales, y eso es lo que han hecho los autores del estudio al que vengo haciendo referencia. Además, han establecido una escala de complejidad social, basada en muchos criterios, como la existencia de instituciones sociales del tipo de la administración pública, el ejército, el correo o la justicia, las grandes obras civiles como las carreteras y los embalses y regadíos, la escritura, el uso de monedas, y muchos indicadores más de organización del cuerpo social. Por cierto, el tamaño de la población que alcanza una sociedad es, en sí mismo, una expresión de su complejidad.

Los dioses moralizantes

El resultado del estudio es que los “dioses moralizantes” aparecen cuando se supera un cierto umbral de complejidad, medido de acuerdo con los indicadores establecidos. En términos demográficos se correspondería con una sociedad de un millón de personas o más. Curiosamente, en América no aparecieron los “dioses moralizantes”, pero es que allí las civilizaciones no llegaron al umbral crítico de complejidad. Solo lo hizo la inca, pero cuando se convirtió en una “megasociedad” faltaba muy poco tiempo para que llegaran los españoles y acabaran con ella.

La principal consecuencia del análisis es que los “dioses moralizantes” (o “dioses prosociales”) no son el elemento cohesionador que impulsa la evolución de la sociedad, sino que pasa al revés: cuando una sociedad ha llegado a cierto nivel de organización surgen ese tipo de dioses. Hay un desfase temporal sobre el que volveré al final. Por supuesto tenían que existir previamente prácticas religiosas bien establecidas, regladas y universales que preparasen el terreno para la llegada del dios que juzga los comportamientos sociales de los seres humanos y los premia o los castiga. Seguramente los incas estaban a punto de producir esa clase de creencias religiosas, pero el Dios cristiano de los españoles fue el que ocupó su lugar, aunque nunca lo sabremos.

Es fascinante toda esta historia de los “dioses moralizantes” y las “megasociedades”, pero a mí me interesa más la consecuencia general que se obtiene de ella: los hechos de la Historia social responden a causas generales, que se pueden entender y formular. La Historia puede ser considerada una ciencia al lado de la geología y de la biología si adopta el método comparado, que consiste en agrupar los hechos históricos en categorías. Como una ciencia experimental cualquiera, la Historia sería así predecible: habría un cierto determinismo en las grandes transformaciones sociales; no todo sería circunstancia, casualidad, azar.

Sería mucho decir que la Historia tiene leyes, pero no es exagerado afirmar que hay patrones, pautas, elementos comunes que se repiten. Son las rimas de la Historia, que nos dan la esperanza de poder entenderla.

En el caso de la Historia de las religiones, y según este estudio, cuando se alcanza un cierto grado de organización y tamaño de la población, una “megasociedad” que ya tiene prácticas religiosas con rituales fijados y una clase sacerdotal probablemente generará “dioses moralizantes” que además de exigir a los humanos el cumplimiento de sus obligaciones con el cielo, también juzguen y sancionen nuestros comportamientos con los demás humanos aquí en la Tierra, lo que redunda en una sociedad más cohesionada.

Es casi inevitable: si la Historia volviera a repetirse el “dios moralizante y prosocial” seguramente se “revelaría” no una, sino muchas veces.The Conversation

Juan Luis Arsuaga, Catedrático Paleontología, Universidad Complutense de Madrid

The Conversation

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