Por Antonio Mautor
Cuando una cosa, utensilio u objeto se vuelve viejo, obsoleto, solemos deshacernos de él, eliminarlo, lo apartamos de nuestras vidas, ¿con las personas también?
Desde tiempo inmemorial el hombre ha venerado al anciano, lo ha cuidado. Una persona mayor atesora un valor incalculable. Posee experiencia, sabiduría, por tanto se ha ganado el respeto. Sus músculos ya no responden igual, pero su mente, en muchos de los casos permanece igual de lúcida que cuando se encontraba plenamente integrado en la sociedad.
Con el paso del tiempo, en algunas sociedades, sobre todo en las asiáticas, el respeto hacia los ancianos ha seguido intacto. Su mentalidad con respecto a ellos no ha sufrido alteración alguna, son sabios, y por tanto se les tiene en cuenta.
En occidente todo esto ha cambiado en buena medida. No es que ya no se respete a las personas de la tercera edad, pero la mirada de nuestra sociedad hacia a ellos ya no es la misma. Con la excusa de vivir tiempos frenéticos en los que no hay lugar para otra cosa, que trabajar, consumir y vivir a una velocidad inusitada, la gente mayor para muchos son un obstáculo, se queda atrás, simplemente son un estorbo. Un estorbo salvo para sacarnos las castañas del fuego. En plena crisis económica fueron ellos en buena medida, quienes se echaron a sus espaldas las precarias economías que se destruyeron por ese aciago periodo de tiempo. No solo cuidando a sus nietos, si no sufragando casi todos los gastos de la familia con sus exiguas pensiones.
Hay veces que por su salud, las familias no tienen más remedio que llevar a sus ancianos a residencias para que los cuiden. En otras ocasiones, son dejados en esos lugares para ser olvidados para siempre, para que acaben allí sus días en soledad.
La generación de ancianos de nuestro país, viene en gran parte de sufrir una guerra, pasar por una dictadura, crisis económicas y por último sufrir una pandemia. Lo acontecido en nuestra patria con las residencias de ancianos por motivo del coronavirus, ha sido uno de los sucesos más oscuros y execrables que se han cometido en los últimos tiempos en nuestro país.
Primero hemos contemplado atónitos la gestión desastrosa de estas residencias gestionadas por las CCAA. Ante esta crisis han salido a la luz las carencias, recortes y demás tropelías que se han cometido en la llevanza del día a día de nuestros mayores.
Falta de atención, higiene, todo ello contribuyendo a formar un caldo de cultivo para que el virus se ensañara con ellos de manera atroz. La falta de medios ha hecho que la mortalidad de nuestros ancianos haya sido superlativa, los hospitales no daban a basto y muchos se han quedado por el camino. Pero lo peor ha sido descubrir que desde las instituciones se daban órdenes para no hospitalizarlos, no tratarlos correctamente, y dejar que murieran en las residencias. Sin duda la justicia deberá decir algo sobre esto.
Si creamos una sociedad en la que no respetamos a nuestros mayores, estamos abandonando la memoria de nuestro país. Si no cuidamos a quienes nos cuidaron, nos debe ser muy difícil mirarnos al espejo y no sentir vergüenza por ello. Dignificar la vida y muerte final de la tercera edad, es crear a su vez un mundo que merezca la pena.
“Envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena”.
Ingmar Bergman
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