Las relaciones internacionales no se rigen por la moral, sino por la relación de poder entre estados

la OTAN no busca el bienestar de la población ucraniana, sino que Rusia se enfangue en el país, que se prolongue la guerra, y que Moscú pierda su estatus de gran potencia

Por Pablo del Amo / Al Descubierto

Si el objetivo verdadero de Rusia fuera desnazificar o proteger a la minoría rusa, seguramente ya habría intervenido mucho antes. ¿Por qué? Porque los grupos de extrema derecha en Ucrania llevan teniendo importancia y llevan integrados en el estado ucraniano, desde 2014. Además de que desde ese mismo período de tiempo es cuando ha aumentado la represión contra la minoría rusa, entre otras.

Si el objetivo verdadero de Rusia fuera desnazificar o proteger a la minoría rusa, seguramente ya habría intervenido mucho antes. ¿Por qué? Porque los grupos de extrema derecha en Ucrania llevan teniendo importancia y llevan integrados en el estado ucraniano, desde 2014. Además de que desde ese mismo período de tiempo es cuando ha aumentado la represión contra la minoría rusa, entre otras.

En 2015, en pleno apogeo de la guerra del Donbás, se firman los acuerdos de Minsk, a instancias del cambio de dinámicas en la guerra desde que Moscú apoyase a las repúblicas autoproclamadas, porque en ese momento le interesaba parar el conflicto. Si Rusia hubiera considerado vital el pretexto que se construyó en 2022 para intervenir en Ucrania bajo adalid impostado de los derechos lingüísticos o del anti-nazismo, su actuación podría haber tenido lugar en 2015.

Los Acuerdos de Minsk representaban para Rusia un marco que no abordaba ni el problema del neo-nazismo ni los derechos para las minorías. Rusia se anexionó Crimea porque era esencial cubrir intereses clave como el de su flota en el mar Negro. Pero el Donbás no era primordial entonces, por lo que se buscó un marco que les diera influencia en toda Ucrania, ni lo ha sido durante la guerra de 2022, porque su presencia en el discurso bélico ha sido limitada frente a la enmienda al derecho a la soberanía del Estado moderno ucraniano, especialmente bajo los estándares de base política nacionalista ucraniana desde 2014, como evidenciaba el discurso de Putin del 21 de febrero.

El documento suscrito entre Ucrania, Francia, Alemania y Rusia apostaba por un arreglo político que garantizase la reintegración del Donbás, menos estratégico que Crimea para Rusia como para independizarlo, en Ucrania pero mejorando la posición de los sectores políticos cercanos a Rusia. Se buscaba un derecho de veto que evitase su viraje completo a Occidente (OTAN y UE), como se vio con las presiones rusas para la paralización del acuerdo comercial con la UE, y que ese arreglo pasase por un cambio constitucional que garantizase un nuevo estatus para el Donbás en Ucrania, la realización de elecciones locales y la recuperación de sus derechos políticos. Por eso Ucrania, con la base política del momento, no podía prescindir de su territorio ni integrar políticamente a los partidarios de un balance, quedando 8 años en perfil bajo. Entonces es cuando Rusia parece acordarse de los neo-nazis y los derechos lingüísticos, siendo una excusa evidente para forzar por la guerra lo que el acuerdo no le ha garantizado: su influencia en toda Ucrania.

También hay que tener en cuenta que actualmente Rusia está atacando a la población que dice proteger a base de bombardeos. Mariupol ha quedado completamente destruida, mientras que los ataques con artillería y bombardeos han seguido su intensidad en enclaves como Kharkov, Nikolayev o Odessa. Está claro que así son las guerras, pero no deja de ser destacable el hecho de que Moscú bombardee a población civil.

Por otra parte, los medios y líderes occidentales han estado repitiendo que Ucrania está luchando para proteger los “valores democráticos”. Nada más lejos de la realidad. La guerra para Kiev se trata de un asunto de propia supervivencia de su estado nacional y de seguridad. Cabría destacar que Ucrania es un estado con grandes déficits de democracia y con altos grados de corrupción, además de la precaria situación de las minorías. Más allá de eso, la OTAN no busca el bienestar de la población ucraniana, sino que Rusia se enfangue en el país, que se prolongue la guerra, y que Moscú pierda su estatus de gran potencia. Además tiene como objetivo mandar un mensaje a China para que no intente aventuras militares, por ejemplo, en Taiwán.

También se podría hablar de otros ejemplos, como las intervenciones para acabar con Saddam en Irak en 2003 o Gadafi en Libia en 2011. En el primer caso se hizo rompiendo la legalidad internacional, en el segundo, la OTAN se extralimitó en los objetivos que tenía cuando se aprobó su intervención en el Consejo de Seguridad de la ONU. Aparte de ello, tampoco es que se buscase el bienestar de sus poblaciones, a la vista está el estado actual de ambos países.

Más allá de eso, ahora que Occidente busca alternativas al gas ruso, se está acercando más a Qatar, que no destaca por ser un adalid de los derechos humanos y que tiene en su currículo haber financiado grupos yihadistas en Siria. También está el ejemplo del socio saudí, que aparte de financiar grupos radicales islámicos ha intervenido en la guerra olvidada de Yemen, provocando miles de muertos y una hambruna. Es decir, el discurso de la lucha entre la democracia y el autoritarismo en Ucrania se cae.

Es evidente que las potencias defienden modelos a su imagen y semejanza, Estados Unidos promueve la democracia, pero en aras de sus intereses geopolíticos y en busca de que su sistema sea el hegemónico. Aquí tenemos por ejemplo la pugna entre el modelo liberal-occidental que defiende Washington frente al modelo capitalista chino que defiende Pekín. En el caso de la defensa de derechos humanos, esta se produce no con un ánimo genuino, sino que responden más bien a objetivos geoestratégicos. Solo hay que ver cómo se focalizan las denuncias en países como Rusia, China o Bielorrusia, que no están alineados con Occidente, mientras se es socio de regímenes autoritarios como Marruecos o Egipto, aparte de las monarquías del Golfo.

En conclusión, el discurso moralista, de defensa de los valores democráticos es al final, eso, un discurso en pos de defender o justificar acciones para defender los intereses geopolíticos. Es importante tener esto presente a la hora de analizar el mundo actual y los diferentes acontecimientos internacionales que suceden.

Este artículo representa las opiniones del autor que no necesariamente concuerdan con las del equipo de Descifrando la Guerra.

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