“Las putas no somos el problema, sino parte de la solución”

Texto y fotografías: Adaia Teruel @adaia_teruel

Se llama Mari Carmen y la conocí un viernes. Ese día había llamado a mi amigo O. para invitarle a comer. “Hoy no puedo, tengo trabajo”, me contestó. Durante unos minutos barajé la posibilidad de ir sola. En esas estaba, dudando entre hacerme un bocadillo con cualquier cosa que encontrara en la nevera o bajar al japonés, cuando sonó el teléfono. Era él. “¿Por qué no me acompañas? Por los viejos tiempos”. O. es periodista de televisión y ese día buscaba a una puta. No a una en particular. A cualquiera que quisiera hablar con él. A la una estaba prevista una manifestación en El Raval para protestar por la ola de agresiones que vienen sufriendo las trabajadoras sexuales de este barrio barcelonés, y para allá que nos fuimos; a la caza de alguna valiente que quisiera dar la cara. Mari Carmen fue esa persona. Después de grabar la entrevista, que hicimos con el teléfono móvil y un micro de corbata, quedamos en vernos otro día para charlar sin prisas sobre las reivindicaciones del colectivo y los motivos que la habían llevado a formar parte de él.

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La primera pregunta era obvia. ¿Por qué Mari Carmen? Y es que no lo he dicho pero Mari Carmen viste bermudas y camiseta negra. En la cabeza, una gorra por la que asoma un flequillo rosa fucsia. En las orejas, dilataciones. En los labios, pierciengs. Y en la cara, barba. Una barba negra y espesa que contrasta no sólo con su nombre, sino también con su voz. Suave, cantarina y con un discurso feminista tan bien armado que déjate tú de Simone de Beauvoir.

“Desde peque vi que algo en mí no encajaba pero no sabía qué era. Todo el mundo me decía que era gay y yo lo acabé asumiendo. Con el tiempo me di cuenta que lo que me sucedía tenía más que ver con mi cuerpo que con mi deseo; se trataba de mi identidad. Mari Carmen nació entonces, hace ahora once años. La pregunta tiende a venir acompañada de otra, ¿no?: “¿Si eres Mari Carmen por qué tu cuerpo sigue siendo éste?” Es una situación compleja, tanto a nivel económico como emocional. Si no cambio a nivel físico es por que es una reflexión que quiero hacer con calma antes de dar el paso. Supongo que un día llegará. Parece que todo lo que se salga del sistema binario: hombre-mujer la sociedad no lo entiende. Existe una presión social para que cambies, pero ¿por qué?. Mi cuerpo está bien como está”.

Hija de padre gitano y madre paya, los primeros años de su vida los pasó en Jaén. Cuando tenía ocho años su padre murió en un accidente de coche y su madre decidió trasladarse con ella y su hermana a un pueblecito de Mallorca, donde Mari Carmen cuenta que sufrió acoso escolar. “En el colegio formaba parte del grupo de los marginados. Estaba el gordo, el friki, la que tenía de granos, el que llevaba gafas y yo, que era la femenina. Nos llamaban la familia Addams. Nos insultaban y nos pegaban”.

Y ahora es cuándo ella se ríe y yo no entiendo por qué. “Cuando voy de visita todavía me encuentro con algunos de ellos. ¿Y sabes qué? Con varios tuvimos relaciones sexuales, nada serio, cosas de críos. La mayoría están casados, con hijos, siguen con su vida de macho y, claro, ahora los que me tienen miedo son ellos. Tienen terror a lo que pueda contar”.

Su madre fue una feminista adelantada a su tiempo, dice. Se desnudaba para enseñarle cómo es el cuerpo femenino, la llevaba a espectáculos de cabaret y también a casas okupas, hasta que un día los abandonó. “Era una persona poco convencional, con una mentalidad muy abierta y, sobretodo, con muchas ganas de ser feliz y realizarse como mujer. Después de enviudar conoció a un hombre y nos fuimos a vivir con él. Entonces no me daba cuenta, con el tiempo he sido consciente, ese hombre era un machista. Y aunque no la pegaba sí que ejercía sobre ella cierta violencia. El lenguaje, el modo en que te tratan, eso duele igual o más que un puñetazo. Llegó un momento en que no pudo aguantar más y se fue. Recuerdo que me dijo: “Te quiero mucho, quiero que seas feliz pero yo también necesito serlo”.

Pienso que debió ser un momento duro y así se lo digo. Ella asiente con la cabeza pero acto seguido me dice que actualmente la relación con su madre es estupenda. “Hablamos por teléfono casi a diario. De ella he aprendido muchas cosas, como no dejarme someter por ningún hombre y luchar por aquello que me hace feliz. Mi madre sabe a qué me dedico y me apoya. Para mí eso es muy importante.”

Mari Carmen se fue de casa y se matriculó en la facultad de psicología. En esa época había muchas cosas que no entendía, como por ejemplo, lo que había sucedido con su cuerpo. Nació con ginecomastia, un trastorno que afecta a las glándulas mamarias. Su tía, que durante una época fue su tutora legal, la llevó al médico para que se las sacaran. También pasó varias veces por el quirófano, donde le practicaron tres operaciones en la zona genital. “Iba a pasar algo en mi cuerpo y los médicos no dejaron que eso sucediera. Tenía muchas preguntas, muchas dudas al respecto y la psicología me ayudaba a entenderlo. La profesora lo enfocaba todo desde una perspectiva de género, fue entonces que comencé a interesarme por el feminismo, pero en cuanto llegamos a la parte de psiquiatría y vi que todo se resolvía dándote una pastilla, dejé la carrera”.

—¿Cómo se pasa de estudiar psicología a trabajar en la prostitución?

—En esa época vivía en el centro de Palma y muy cerca de mi casa había una calle donde se ponían las trabajadoras sexuales. Yo pasaba a diario y me llamaban mucho la atención. Un día me paré a charlar con ellas y una de las chicas me dijo: “soy transexual”. En ese momento a mí se me abrió un mundo. Fue muy liberador. Yo veía que también había chicos que se prostituían y pensé: “¿por qué no?”. Ella me habló claro. Me aviso de que éste no era un trabajo fácil y que no todo el mundo lo podía hacer.

1Mari Carmen me cuenta que esas mujeres estaban muy organizadas, que se cuidaban las unas a las otras. Hacían carteles a mano y los pegaban en la calle donde trabajaban. Tenían un lugar de reunión, hablaban de lo que les había pasado y se pasaban información. “Fue el primer sindicato que yo conocí. Esta solidaridad no la he visto en ningún otro lugar de trabajo. Me hace sentirme orgullosa. He conocido gente muy interesante, tanto compañeras como clientes. Para mí el problema no es la prostitución son los prejuicios sociales. Todavía existe un gran tabú hacia el sexo y eso no deben arreglarlo las putas. No es nuestro trabajo. Es la sociedad la que debe cambiar, necesitamos leyes que regulen nuestra actividad. ¿Qué sucede ahora? Que el ayuntamiento aparta a las putas a las zonas marginales de la ciudad, igual que hace con el resto de personas que molestan. Eso es lo que está pasando en el Raval. Allí estamos las putas, los toxicómanos, los pobres, los inmigrantes y eso está creando un caldo de cultivo…”

Mari Carmen forma parte de la Asamblea de activistas pro derechos sobre el trabajo sexual de Cataluña, creada hace aproximadamente un año por un grupo de prostitutas que se han unido para defender sus derechos, y que actualmente aglutina a varias asociaciones y también a activistas individuales.

—¿Cuáles son las demandas de la Asamblea?

—Primero, que se termine con las agresiones que venimos sufriendo, y después pedirle a la administración que afronte la situación real del barrio. Nosotras queremos mejorar la convivencia con los vecinos, defender la seguridad y, también, los derechos de las mujeres. Necesitamos nuevas leyes, por eso queremos estar en la mesa de negociaciones. ¿Quién hace las leyes ahora? Los mismos señores que utilizan los servicios de prostitución en sus fiestas privadas pero luego cara al público la prohíben.

—¿Se puede ser puta y feminista?

—Claro, cuando las putas reivindicamos el derecho al propio cuerpo, reivindicamos también el derecho de las mujeres a demandar prostitución. En el fondo, es un derecho a la sexualidad.

(Y luego añade que cada vez hay más mujeres que demandan este tipo de servicios).

—Yo cuando me anuncio en internet lo hago como transexual o ofreciéndome como prostitución masculina, pura estrategia comercial. Los clientes no te preguntan por tus preferencias, a ellos les da igual. Trabajo en casa porque mis clientes no son de los que salen un sábado por la noche y acaban demandando los servicios de una trabajadora sexual, no son de este tipo. Mi especialidad es el BDSM.

—¿El qué?

—Bondage, sadismo, masoquismo y dominación. Tengo mi mazmorra en casa. Es lo que más me tira. Tiene que ver con la estética y las formas. A mí personalmente me gusta. Mi otra especialidad son las personas con diversidad funcional, que van en silla de ruedas o que tienen parálisis cerebral.

Mari Carmen trabajó durante un tiempo en una fundación con gente que tenía diversidad funcional. Hacía el turno de noche y dice que allí vio muchas cosas. “Que vayas en silla de ruedas no quiere decir que no tengas deseo o necesidad sexual. Están en su derecho y en la gran mayoría de centros se les niega ese derecho. De la misma manera que a nosotras se nos tacha de pobres locas a ellos se los tacha de pobrecitos enfermos. Estamos construyendo un mundo en el que el diferente se queda fuera. Igual que ellos nosotras no queremos caridad, queremos que nos vean como somos. El problema es que sigue habiendo lugares inviolables socialmente. El género y la sexualidad son dos de esos lugares. Tienen un peso social muy grande. Y eso ha de cambiar”.

A Mari Carmen le gusta lo que hace, no se avergüenza de ello ni tiene miedo al qué dirán. Cree que en un mundo ideal no existiría la prostitución, del mismo modo que tampoco habría ningún trabajo asalariado que sometiera al ciudadano, pero dice que mientras ese mundo no llegue ella tiene que ganarse la vida. “Si tengo que trabajar prefiero ser mi propia jefa. Yo pongo las reglas, escojo los clientes y me arriesgo hasta donde yo quiero”. Antes de irme le comento que cuesta encontrar a gente que dé la cara y hable sin tapujos sobre este tema. Ella asiente con la mirada y rápidamente me contesta que si ha decidido a explicar su historia es porque quiere que se hable de las mujeres que como ella se dedican a la prostitución porque quieren y añade: “Las prostitutas no somos el problema, somos parte de la solución”.

 

 

 

 

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