Las mujeres seguimos sometidas a normas de decoración que los hombres rechazaron hace más de 300 años

Por Marta Herrera

Cabría mencionar como un logro desconocido de la Revolución Francesa la “gran renuncia masculina a la decoración”. Se trata del rechazo y desobediencia a las leyes suntuarias del Antiguo Régimen: dictaban el protocolo de vestimenta en función del estrato social al que se perteneciera, con colores y prendas reservadas para la aristocracia. En aras de aquellas máximas de «liberté, égalité, fraternité» sus líderes crearon un traje que estandarizara al hombre y acabara con las clases sociales, los estratos (o lo intentara). Es el fin de la decoración y el comienzo del “uniforme” del traje que igualó a campesinos y parlamentarios. Sin embargo, pese a lo revolucionario de aquella época, nada se promovió en favor de la libertad de vestimenta de las mujeres. Dado que en aquella época estaban confinadas a los trabajos de cuidado y aún no formaban parte de la clase obrera consolidada ni apenas salían de casa, siguieron condenadas a la decoración (entre otros motivos).

Años más tarde se diría que los eventos sociales siguen anclados en aquella época. Cualquier evento formal requiere de un hombre en traje y una mujer con vestido o traje, pero con tacones, maquillaje, depilación y peinado. Las obligaciones de decoración siguen imperando en las normas sociales para las mujeres y apenas se comienzan a recuperar para los hombres, si es que quieren innovar, si no el clásico traje siempre les salvará.

Pese a que no puede hablarse de ninguna obligación como aquellas leyes suntuarias sigue siendo difícil encontrar a una mujer no arreglada en un evento tipo boda, bautizo o comunión. Quien escribe esto, considerándose feminista en formación, ayer se descubrió volviendo de una boda con los pies y rodillas destrozados por los tacones, los ojos secos, rojos y escociendo por las horas de maquillaje y lentillas, la garganta rota del frío que pasamos y el pelo sucio por los productos utilizados para intentar ir peinada.

Conseguí resistirme a ir a la peluquería y me sentí “superrevolucionaria”, pero de pronto me sentí “inadecuada” cuando vi a todas las mujeres tan arregladas y las únicas con pelo suelto o más despeinado éramos las niñas pequeñas y yo. Sentí que el vestido que me habían prestado de pronto no estaba muy en la “línea de la temporada”. Y me sentí muy gilipollas por pensar tan mal de mí misma y muy crítica con lo que llevábamos las mujeres. Sobre todo, cuando en mi día a día vivo en ropa deportiva y no me arreglo. ¿Por qué había caído en algo así si yo no me identifico con la moda ni el maquillaje?

Quizás, el hecho de que se pusiera a disposición de las mujeres un servicio de maquillaje gratuito durante el evento no colaboró a crear una idea de “disfruta el día y olvídate de como vayas arreglada”.

Lo peor fue sentir que me había faltado al respeto a mí misma. Había sometido a mi cuerpo a una tortura a base de tacones, cosméticos y ropas que no me representaban.

Pasando por alto los juicios de valor que hice (que debo trabajarme), lo peor fue sentir que me había faltado al respeto a mí misma. Había sometido a mi cuerpo a una tortura a base de tacones, cosméticos y ropas que no me representaban. Pasé frío, y ¿como no lo iba a pasar si tenía que cenar en un sitio cuya temperatura debía permitir a mis compañeros hombres soportar un traje que tiene dos mangas largas? ¿Qué sentido tiene que en un mismo evento el hombre vaya tan abrigado y la mujer tan destapada? Obligatoriamente o ellas pasan frío o ellos calor. No solo es protocolo, si no que es un protocolo sin lógica.

Sentí que por encajar y no llamar la atención en la boda me había permitido saltar por encima de toda mi ideología. Había atentado contra “lo personal es político”.

Sentí que por encajar y no llamar la atención en la boda me había permitido saltar por encima de toda mi ideología. Había atentado contra “lo personal es político”.  No pretendiendo seguir juzgándome, tomé la resolución de no llevar nunca más tacones, ya que es un sistema de tortura ideado para estilizarme y que se mueva más mi culo. He decidido renunciar al maquillaje en su totalidad y respetar mi piel, mis marcas de acné, mis rojeces y mis maravillosas ojeras y bolsas. No volveré a ponerme un vestido porque voy incómoda y buscaré trajes con los que conseguir una temperatura compatible con la vida.

No os pongáis tacones si no le veis sentido ni acudáis a los eventos como dictan normas de hace siglos. Si estamos en una nueva era, si esto es la revolución feminista y queremos avanzar, dejemos de sentirnos presionadas por nosotras mismas.

Las mujeres seguimos sometidas a normas incompatibles con una conducta saludable. Y esto es muy grave. Los químicos del maquillaje y los tacones destrozan piel y articulaciones. Situaciones como que las mujeres nos pusiéramos las americanas de los hombres durante la cena, que estuvieran sentadas en el baile, o cambiándose los zapatos lo demuestran. No hay mujer que soporte estas normas, si ni la novia bailó con tacones y “era su día” (y ole ella por quitárselo y ponerse zapatillas, pero ¿por qué no llevó todo el día zapatillas si el tacón le molestaba y debajo del vestido no se veía?).

Sé que no cuento nada nuevo ni revolucionario. Sólo pretendo compartir la vivencia de alguien que pretende reeducarse y no seguir las normas que no me hacen sentir bien. Si la mujer quiere maquillarse, que lo haga y vaya maravillosamente bella si ese es el canon de belleza que sigue, pero no os sintáis presionadas nunca más si en algún momento habéis sentido como yo que os faltabais al respeto. No os pongáis tacones si no le veis sentido ni acudáis a los eventos como dictan normas de hace siglos. Si estamos en una nueva era, si esto es la revolución feminista y queremos avanzar, dejemos de sentirnos presionadas por nosotras mismas. Dejemos de ser nuestras enemigas. Y de paso aplaudamos a la que fue a ese evento como le salió de los ovarios. Yo ya estoy deseando mi siguiente boda para hacer micropolítica, porque lo personal, es político.

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