Las guerras de Turquía que nunca serán televisadas

El gobierno de Ankara continúa bombardeando las regiones kurdas de Siria e Irak. La impunidad es la principal aliada de Recep Tayyip Erdogan para cometer asesinatos masivos de civiles.

Por Leandro Albani / La tinta

La cifra difundida la semana pasada por la ONG Save the Children fue borrada por la vorágine noticiosa de todos los días y, también, porque a muy pocas personas les interesa que se conozca. Según la institución internacional, solo en agosto, 40 niños y niñas fueron asesinadas o heridas en Rojava (Kurdistán sirio) como consecuencia de los bombardeos permanentes lanzados por el Estado turco en esa región autónoma.

El viernes 26 de agosto, Save the Children informó que al menos dos niños resultaron heridos ese día en un atentado en Tal Rifat, en el norte de Siria, las últimas víctimas de un recrudecimiento de la violencia que causó la muerte de al menos 13 niños y niñas, e hirió a otras 27 en agosto.

El titular de Respuesta Interina de la ONG, Beat Rohr, declaró que están consternados “por esta última escalada de violencia, que muestra claramente que los niños en Siria todavía no están seguros. Los niños nunca deberían tener que preocuparse por ser atacados, ya sea en casa, en un mercado o cuando salen a jugar. Y, sin embargo, eso es precisamente lo que afrontan los niños de todo el norte de Siria, casi 12 años después del inicio del conflicto”.

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La masacre continuada que desde hace meses se comete en Rojava apenas tiene difusión. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, anunció meses atrás una invasión militar abierta contra esa zona, pero sus “socios” rusos, estadounidenses e iraníes –los tres con presencia en territorio sirio- le negaron la posibilidad. Lo que sí habilitaron fue una mayor impunidad de Erdogan para ordenar bombardeos con drones sobre Rojava. Desde hace semanas, los ataques son casi diarios y apuntan, principalmente, a los y las pobladoras de ciudades como Manbij, Kobane y Ayn Issa.

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Imagen: Ain Issa bajo bombardeos turcos / ANF

El objetivo del mandatario turco es múltiple. Por un lado, su administración ya demostró su odio congénito hacia el pueblo kurdo, al cual busca exterminar con la mayor celeridad posible. A su vez, intenta extender el poder territorial turco en Siria, en consonancia con sus aspiraciones neo-otomanas: Ankara ocupa ilegalmente el cantón kurdo de Afrin y las ciudades de Al Bab, Serêkaniyê, Azaz y Girê Spî. Por otra parte, Erdogan intenta de forma desesperada inflar los sentimientos nacionalistas en su país, con la vista puesta en las elecciones presidenciales de 2023, en las que está en riesgo su continuidad. Por último, Erdogan y el denominado “Estado profundo turco” rechazan sin miramientos el proyecto de democracia, autonomía y liberación en Rojava, el cual está en pie desde 2012, cuando los pueblos kurdo, armenio, árabe y asirio, entre otros, rompieron las cadenas que los ataban al régimen sirio liderado por Bashar Al Assad.

Aunque la Organización de Naciones Unidas (ONU) alertó en varias ocasiones que en Rojava se puede cometer un genocidio debido a los ataques turcos, esas advertencias también quedaron “borradas” de las agendas internacionales que tanto se preocupan por la guerra en Ucrania. No es una novedad ni sorprendente. Turquía es el segundo ejército más importante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y un proveedor compulsivo de drones militares Bayraktar, en especial, al gobierno de Kiev. Estados Unidos y Rusia desde hace años pujan por posicionar a Turquía en sus campos de control e influencia, y esto es aprovechado todo el tiempo por el presidente Erdogan. Moscú, que controla el espacio aéreo en Rojava, y Washington, con su presencia militar en el terreno, cierran los ojos frente a los bombardeos turcos contra la población civil de la región.

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En Bashur (Kurdistán iraquí), el Estado turco también despliega una invasión militar que combina tropas terrestres, ataques con drones y la utilización de armas químicas. El silencio es el mayor aliado de Erdogan en esta guerra. Su objetivo es derrotar a las guerrillas del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), algo que Ankara se empecina en lograr, pero choca contra una férrea pared compuesta por combatientes kurdos y montañas inexpugnables, las aliadas naturales de la insurgencia.

Al no poder avanzar demasiado en la ocupación ilegal de zonas de Bashur, Turquía redobla los ataques contra civiles.


El lunes pasado, un dron turco bombardeó el campamento de refugiados y refugiadas de Makhmur, ubicado en Bashur, donde viven desde hace varios años alrededor de 12 mil personas, la mayoría desplazadas por la fuerza desde Bakur (Kurdistán turco). Abu Zêyd Ebdullah Ubêyd, residente del campamento, resultó herido en el ataque y luego falleció, tras ser trasladado al hospital Geyare.


El mismo día, Turquía bombardeó el pueblo de Behreva, en Shengal, la región de mayoría yezidí del norte de Irak, dejando como saldo varios heridos. Para estos ataques, Ankara cuenta con el apoyo abierto del Partido Democrático de Kurdistán (PDK), que encabeza el gobierno semi-autónomo de Bashur, y también con la inacción del gobierno central de Bagdad.

Resulta curioso cómo las grandes cadenas mediáticas internacionales difunden por estos días las fuertes protestas en Irak, luego de la renuncia a la actividad política del líder religioso chiíta, Muqtada Al-Sadr, pero no son capaces de apuntar sus cámaras hacia las montañas de Bashur, donde Turquía intenta aplicar una política de tierra arrasada.

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En un artículo publicado recientemente, Devriş Çimen –representante en Europa del Partido Democrático de los Pueblos de Turquía, conformado por el movimiento kurdo y grupos de izquierda y progresistas- escribió: “La democracia, la emancipación de las mujeres, la ecología, la participación popular y la libertad son valores universales que el movimiento kurdo por la libertad viene defendiendo hace años. Nuestra organización busca una alternativa democrática a los regímenes autoritarios de Oriente Medio que socavan todas las libertades. Los gobiernos occidentales citan muchos de estos valores en nombre de su respaldo a Ucrania contra la invasión rusa. Pero cuando se trata de los kurdos, Occidente está dispuesto a deshacerse de sus principios y echar a los kurdos a los lobos”.

Las palabras de Devriş Çimen sintetizan de forma exacta cómo los poderes internacionales consideran al pueblo kurdo, el más grande del mundo que continúa padeciendo la colonización impuesta por Turquía, Siria, Irak e Irán, pero también de los grandes jugadores políticos del pragmático tablero mundial.

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