Las cifras de la desigualdad son incontestables

 

No existe este reconocimiento por los trabajos reproductivos y de cuidados, pero las mujeres desarrollan estas tareas, sin reconocimiento económico, sin reconocimiento social y sin que exista una asignación explícita del tiempo necesario para desarrollarlas.

Por Mª Ángeles Castellanos

Sobre los hombros de las mujeres se sustenta el mundo. Si algo ha estado presente a lo largo de nuestra historia, sigue presente y es imprescindible para la continuidad de la vida son los cuidados, podremos prescindir de otros elementos presentes en nuestra vida, pero no de los cuidados.

Aquello que garantiza que sigamos aquí, lo que hace que nuestras vidas merezcan la pena ser vividas, ha sido despojado del reconocimiento expreso, no es invisible porque lo vemos y lo sentimos cada día, pero en la construcción social carece de reconocimiento, se ignora su existencia y por ello no se le asigna valor.

La falta de asignación de valor implica la falta de asignación de tiempo reconocido para su desempeño y por su puesto la falta generalizada de asignación de contraprestación económica.

Cierto que hay cuidados que se prestan desde el espacio público e implican transacciones económicas, pero el reconocimiento social y salarial de quienes realizan esta tarea es escaso.

Y como ni la vida humana ni el sistema económico pueden desarrollarse sin estos cuidados, alguien tiene que ocuparse de ellos y son las mujeres las que están desempeñando estas tareas.

Los roles de género asignan como obligación los trabajos de cuidados a las mujeres, es la respuesta que se impone desde la alianza patriarcado capitalismo, una respuesta injusta en la que la corresponsabilidad está ausente y que establece que las mujeres han de ocuparse de los trabajos domésticos, reproductivos y de cuidados.

La escritora y activista feminista Silvia Federici señala que

Todos los trabajadores están sometidos, pero su salario les da mayor poder contractual y reconoce su trabajo como productores de riqueza.

No existe este reconocimiento por los trabajos reproductivos y de cuidados, pero las mujeres desarrollan estas tareas, sin reconocimiento económico, sin reconocimiento social y sin que exista una asignación explícita del tiempo necesario para desarrollarlas.

Toda esta construcción que pretende ignorar nuestra dependencia de los cuidados y también nuestra codependencia, genera desigualdades y sitúa a las mujeres en una posición de ausencia de autonomía económica a pesar de ser ellas quienes sustentan la vida.

Las cifras de la desigualdad son incontestables y las podemos analizar desde muchas perspectivas, una de estas perspectivas es la del empleo y una de las fuentes de información es la EPA.

El 25 de febrero de 2022 el Instituto Nacional de Estadística ( INE) publicó los datos de la media de los cuatro trimestre de 2021 de la Encuesta de Población Activa (EPA), una de las variables analizadas es la de población inactiva.

La población inactiva abarca a todas las personas de 16 o más años, no clasificadas como ocupadas ni paradas, según los criterios OIT.

Los criterios de clasificación para determinar si una persona está ocupada, desocupada o económicamente inactiva, son tres:

– trabajar o tener un empleo,
– desear trabajar, y
– estar disponible para trabajar.

Así, las personas sin empleo y que no están disponibles para trabajar están recogidas en la variable de población inactiva.

Profundizo en este aspecto metodológico de la EPA porque los análisis más habituales se centran en los datos de ocupación y paro y pudiera parecer que con estas variables tenemos una visión completa, o estás ocupada o estás parada. Este análisis reducido determina que se invisibilice a quienes ni tienen empleo ni pueden estar disponibles para trabajar, y todas esas mujeres que no pueden acceder al empleo porque han de atender tareas de cuidados, se encuadran en la variable de población inactiva.

Dentro de la inactividad existen diferentes clases, una de ellas es labores del hogar (LH), aquí se incluye a las personas que declaran que, sin ejercer alguna actividad económica, se dedican a cuidar su propio hogar sin contraprestación económica alguna.

Según los datos de la EPA, en España en 2021 había 3.041.200 mujeres inactivas por labores del hogar frente a 454.000 hombres, estas cifras hablan por sí solas de la falta de corresponsabilidad en los cuidados.

Si tenemos en cuenta la edad, entre mujeres y hombres de hasta 24 años, ser estudiante es la principal causa de inactividad, y supone en ambos casos entorno al 90% del total de personas inactivas. Hasta aquí podemos hablar de ciertos niveles de igualdad, pero, a medida que se cumplen años, para las mujeres, las labores del hogar se sitúan como la principal causa de inactividad con porcentajes cercanos al 70% entre los 30 y los 60 años algo que no ocurre entre los hombres.

La EPA también nos informa sobre la relación de parentesco de las personas inactivas con la persona de referencia de su hogar (se considera persona de referencia aquella señalada por el propio hogar como cabeza de familia).

La juventud inactiva vive de forma mayoritaria con sus progenitores, sobre todo hasta los 24 años y además no existen grandes diferencias entre mujeres y hombres con cifras de personas inactivas muy similares.

A medida que van cumpliendo años empiezan a manifestarse las brechas, así el descenso de la inactividad es más pronunciado entre los hombres y los que continúan inactivos siguen viviendo con sus padres, apenas un 3% de los hombres inactivos de entre 25 y 29 años tienen a su pareja como persona de referencia, en cambio, en este mismo tramo de edad, hay más mujeres que hombres inactivos y el 26% de las mujeres inactivas tienen a su pareja como persona de referencia, es decir pasan de la dependencia familiar a la dependencia de sus parejas.

Podemos analizar los datos desde el otro lado, desde la actividad, en este caso analizamos la tasa de actividad (esta tasa es el cociente entre la población activa y la población de 16 años y más, es decir, las personas que están trabajando o en disponibles para hacerlo respecto a las personas en edad de trabajar).

La tasa de actividad de los hombres casados de entre 20 y 60 años es mayor que la de los solteros en esa franja de edad, con tasas por encima del 95% para casados de entre 35 y 49 años.

Entre las mujeres ocurre todo lo contrario, la tasa de actividad de las solteras de entre 20 y 60 años es mayor que la de las casadas.

Aquí vuelvo a recordar que la causa más relevante de inactividad en las mujeres es que tienen que atender tareas vinculadas a los cuidados.

Las cifras de la desigualdad son incontestables y la EPA nos muestra de forma clara la dedicación de las mujeres a los cuidados en el hogar y cómo penaliza estar casada a la hora de entrar a formar parte de la población activa mientras que los hombres mejoran su relación con el empleo al estar casados, no tienen que ocuparse de los cuidados imprescindibles para estar disponibles para el trabajo, lo hacen las mujeres y esto les permite mejorar su situación respecto a la ocupación.

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