Y la mierda nos llegó al cuello.

Daniel Seixo

«La mentira extiende descaradamente sus alas y la verdad ha sido proscripta; las cloacas están abiertas y los hombres respiran su pestilencia como un perfume».

Stefan Zweig

España es el único lugar del mundo donde 2 y 2 no suman 4″.

Duque de Wellington

«La crisis terminará cuando el miedo cambie de bando«.

Pablo Iglesias Turrión

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Resulta curioso que un personaje de la calaña moral de José Manuel Villarejo haya sido el encargado de poner finalmente encima de la mesa la auténtica gravedad de la podredumbre que afecta desde hace demasiadas décadas a la totalidad de las instituciones del Estado español. Lo que en estos días está asomando a la superficie del gran público, en un lento pero continuado goteo de inmundicia, no se trata de una operación policial para presionar a Pablo Iglesias a través del contenido del teléfono de Dina Bousselham, ni tampoco de una actuación dirigida exclusivamente contra Podemos, lo que cierta parte del periodismo y ciertos juzgados están destapando en las últimas semanas, es sin duda alguna el inicio de una madeja de corrupción institucional que nos enlaza directamente con nuestro pasado más cercano, con un sistema político regido y sustentado en el miedo y la fuerza, que nunca deberemos olvidar murió en la cama y con su futuro atado y bien atado.

El viejo policía franquista que en su día llegó a formar parte de labores antiterroristas del estado y que recibió la Cruz al Mérito Policial con distintivo blanco por su participación en diversas operaciones contra ETA, representa fielmente el último remanente de una transición gestionada como un cambio de chaqueta humillante, ante la ceguera general impuesta a un pueblo todavía demasiado temeroso ante el todavía presente ruido de sables como para llegar a atreverse ni tan siquiera a intentar abrir los ojos, ya no digamos la boca.

Durante años nos han hablado de una transición con olor a cambio, perdón y democracia. Un proceso ejemplar e impoluto que supuestamente nos permitió construir un sistema democrático partiendo directamente del fascismo, pero la realidad no es ni mucho menos esa. La realidad se dibuja a través de un pueblo temeroso ante la reacción de los militares y la persecución de los fascistas en las calles, un pueblo que poco a poco consiguió la libertad y el valor para salir a las calles, pero que no pudo evitar que para entonces las ratas del franquismo ya hubiesen corrido diligentemente para camuflarse en todos y cada uno de los despachos de las principales instituciones de poder en España.

Con toda seguridad no se trata solo de Jorge Fernández Díaz, ni de Eduardo Inda, Ferreras, Ok Diario, Corina, el pequeño Nicolás o Villarejo, somos el país que no ha querido saber que se escondía tras M.Rajoy, el que no identificó al señor X o continuó llamando hasta su total decadencia campechano al viejo elefante blanco

No debemos temer romper la fantasía. No formamos ya parte de quienes temerosos de su pasado tuvieron que callar y consentir, no sentimos en nuestras carnes el miedo de la amenaza de las armas, ni hemos salido tan recientemente de la cueva de la dictadura como para tener que aceptar como democrático, aquello que a todas luces no lo es. No se trata de revanchismo, ni de locura o temeridad. Una nueva generación de ciudadanos y ciudadanas, debe poder reclamar su implicación en la toma de decisiones y su capacidad para proponer un marco social alternativo sin que eso despierte los pasados de la guerra o el enfrentamiento. En caso contrario, no cabe mejor muestra de que nuestra democracia no es tal.

Los torturadores, los informantes, los matones, los corruptos, los oportunistas… Todos encontraron fácilmente su sitio en la nueva democracia y todos ellos lo hicieron o bien por su estatus social o bien por lo que sabían sobre los demás pilares del estado. En el país del elefante blanco, el Señor X, la Operación Araña o la galopante corrupción económica, nadie debería extrañarse realmente a estas alturas por las revelaciones surgidas de la mano del comisario del caso Tándem. Sin duda les garantizo de que por ahora la película continúa siendo para todos los públicos, aunque poco a poco se vaya poniendo interesante.

La podredumbre es sistémica, la ceguera social alargada. Esto no se trata de un caso aislado o de una reacción frente a la nueva política o la izquierda parlamentaria, esto se trata de un estadio más de una democracia herida de muerte desde su constitución, un sistema político basado en el perdón y la absolución del pecado del nacionalcatolicismo y no en la depuración y el cumplimiento de las penas propias del derecho internacional. Sin motivo más allá del combate contra el comunismo, el estado español supone el único ejemplo en el mundo de un régimen fascista que completa su supuesta transición a la democracia, sin que exista para la historia una clara diferenciación entre asesinados y asesinos. No obstante incluso levantar el cadáver del asesino general fascista sigue siendo un tema tabú para gran parte de la actual derecha parlamentaria.

Paseen por Euskadi, Catalunya o Galiza, hablen con sus militantes independentistas o hagan el sano ejercicio de investigar lo sucedido con Jabier Salutregi –director del diario Egin– escuchen a las madres contra la droga gallegas y sus sospechas –cuando no certezas– sobre las conexiones de la política gallega y española con el narcotráfico, recapaciten sobre las amistades de Feijóo, Fraga o Felipe González, buceen en las claras inconsistencias de la Operación Pandora, pregúntense el motivo por el que la Operación Panzer fue tan laxa con fascistas dispuestos a matar, comparen ese juicio con el sufrido por Fran Molero –militante del SAT– olvídense de su postura sobre la unidad de España y juzguen con serenidad la locura procesal que está suponiendo el juicio a los acusados por el porcés, piensen en esos padres condenados a viajar miles de kilómetros para ver a sus hijos por la capacidad de nuestra justicia para retorcerse y estirarse hasta los bordes únicamente vengarse de sus «enemigos» desde los límites mismos de la democracia. Dejen de aceptar como democrático o normal aquello que a todas luces son tics claramente autoritarios y fascistas.

Los torturadores, los informantes, los matones, los corruptos, los oportunistas… Todos encontraron fácilmente su sitio en la nueva democracia

Anarquistas, independentistas, sindicalistas, periodistas… Muchos han sido los que han sufrido en sus propias carnes en el estado español eso que hoy damos en llamar las cloacas del estado, nombre demasiado pretencioso para unas corrientes de corrupción y facherio que siempre han transcurrido exactamente ahí, ante nuestros ojos. No creo a estas alturas tener que recordarle a nadie el juramente del viejo rey, ni la actuación del ciudadano Felipe durante desafío en Catalunya o la aplicación unánime del 155 con los jocosos gritos de  A por ellos, que políticos de todo espectro político celebraron en Madrid.

Dice Grande-Marlaska no saber nada de las cloacas del estado en la actualidad, tal y como también aseguraba no saber nada de las torturas a militantes vascos y comunistas cuando gestionaba la cartera de Interior. Supongo que deberíamos creerlo, al igual que deberíamos creer a directores de programas de debate o todopoderosos animales de redacción cuando aseguran actuar desde la profesionalidad y la pureza democrática, deberíamos hacerlo al menos para no despertarnos de nuestra permanente ceguera, para poder seguir confiando y parcheando un sistema que hoy se ha mostrado como caduco, sino ya finiquitado.

Con toda seguridad no se trata solo de Jorge Fernández Díaz, ni de Eduardo Inda, Ferreras, Ok Diario, Corina, el pequeño Nicolás o Villarejo, somos el país que no ha querido saber que se escondía tras M.Rajoy, el que no identificó al señor X o continuó llamando hasta su total decadencia campechano al viejo elefante blanco. Un país acostumbrado a vivir en el engaño y la ficción, harto, pero temeroso de volver a repartir las cartas para comenzar de nuevo el juego.

Demos gracias por mantener en nuestras filas a periodistas como Patricia López, auténticas profesionales que ante la ceguera generalizada, se empeñan inconscientemente en una y otra vez volver a prender la luz de la verdad. No puede existir democracia en un pueblo acostumbrado a la comodidad de las sombras, no puede existir un periodismo digno en convivencia con las cloacas del sistema. Prendamos al fin la luz y comencemos unas reformas muy necesarias para nuestra cordial convivencia.

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