La vuelta del fascismo

Por Carlos Martínez

Cuando era lector habitual de El País, hace muchos años (tantos que no existía Internet, por lo que no he podido encontrar ese artículo), Hermann Tertsch escribió en su columna que no se podía equiparar comunismo y nazismo, puesto en el núcleo que la ideología creada por Hitler se justifica la eliminación física del adversario político, del que profesa otra fe o de personas de otra raza o nacionalidad que puedan ser un “estorbo” para la consecución de objetivos políticos. Esa característica  común del fascismo, nazismo y franquismo es lo que les diferencia del resto de corrientes políticas, filosóficas o religiosas. Cierto es que en el nombre del comunismo se ha cometido muchas barbaridades, como se han perpetrado (y se siguen cometiendo) en  nombre del cristianismo, del islam, el judaísmo o en nombre de la libertad, la democracia e, incluso, se cometen tropelías en nombre los derechos humanos. Gobiernos de todo el mundo, conservadores, liberales, democristianos o socialdemócratas han cometido masacres o delitos de lesa humanidad. Pero ninguna de las anteriores religiones o ideologías sostienen desde el núcleo de su pensamiento que el diferente o contrario deba ser aniquilado.

Podemos partir de esta premisa para acotar y definir lo que es fascismo. Desde esta definición corroborada por los hechos históricos acaecidos en el siglo XX, deberíamos juzgar si el fascismo ha vuelto a occidente o si, al contrario, estamos asistiendo simplemente a un giro a la derecha de las sociedades europeas y norteamericanas. Entiendo que, efectivamente, el fascismo ha vuelto a Occidente, si bien estamos en el siglo XXI y al menos los neonazis guardan las formas. Los muchachos de VOX no están formando requetés, ni están ejecutando y enterrando en las cunetas a los rojos. Aunque tanto VOX, como la Liga, el Frente Nacional y otras formaciones de similar calado político, no les preocupa lo más mínimo que miles de  personas mueran ahogadas en el Mar Mediterráneo porque ni les ofrecemos rutas migratorias seguras, ni se les rescatan, ni se deja a las ONGs rescatarlas cuando sus frágiles embarcaciones naufragan frente a las costas de Turquía o Libia.

Lo que une a todos los partidos fascistas es el miedo a la inmigración. (…) El racismo no suele ser otra cosa que un clasismo mal disimulado.

Por otra parte, se debe apuntar que han surgido nuevas formas de fascismo que recuerdan a los peores años de Hitler. Me refiero al mal llamado “yihadismo”. Las bandas terroristas de AlQaeda y Daesh, tanto en Siria como en Libia, han practicado la limpieza étnica y el genocidio en los territorios que controlan o han controlado.  Estas organizaciones deben más a Mussolini, Hitler y Franco que a Mahoma. Siguiendo el ejemplo de los primeros y obviando los mandatos del Corán, estos fascistas han eliminado físicamente a musulmanes chiitas, alauitas y sufíes, a cristianos, musulmanes y animistas, además de ejecutar mediante despeñamiento a homosexuales y lapidación a mujeres. No hay nada más parecido a un atentado de un “lobo solitario” de AlQaeda que un atentado de un neonazi, como el ocurrido recientemente en Nueva Zelanda. Tampoco deberíamos olvidar que antiguas víctimas de los nazis han creado el estado de Israel, entidad responsable de un delito continuado de genocidio durante decenas de años, puesto que ha practicado y practica una política de limpieza étnica  contra la población de origen palestino.

Siendo fenómenos paralelos, los anteriores fascismos se diferencian por las condiciones que favorecen su crecimiento. En este caso me voy a centrar en el fascismo supremacista blanco occidental. El nacimiento y auge de nuestro fascismo originario viene determinado por una reacción de la pequeña burguesía europea frente al comunismo. El motor que puso en marcha los partidos fascistas fue el miedo de los pequeños y grandes propietarios a un movimiento de trabajadores que se hizo con el poder en el enorme imperio ruso que, además funcionaba, tenía una vocación internacionalista y suponía una alternativa real y sólida al capitalismo. Hoy, ha desaparecido el bloque soviético, y el socialismo está en retirada, entonces ¿qué es lo que produce temor en una parte de la población que le empuja a apoyar a partidos como VOX, La Liga, el Frente Nacional…?

La respuesta es sencilla: por que lo que une a todos los partidos fascistas (y así lo expresan) es el miedo a la inmigración. Los neofascistas  niegan ser racistas, lo que en muchos casos es cierto. Por ejemplo, es habitual observar como el mismo energúmeno que insulta al trabajador que ha llegado desde África y se dedica a la venta ambulante es admirador del futbolista africano que juega a su equipo. Los mismos que llaman “moros de mierda” a los jornaleros de origen marroquí o argelino son los que están a favor de vender armas a Arabia Saudita. O como aquel dirigente de un partido anti-inmigración que compagina su odio hacia los inmigrantes pobres con la petición de más llegada de mujeres del este para que trabajen en sus clubes de alterne.

El racismo no suele ser otra cosa que un clasismo mal disimulado. Por tanto, lo que asusta a parte de la clase trabajadora y a la pequeña y gran burguesía es la llegada en masa de obreros pobres de los explotados países del sur a nuestros ricos, prósperos y explotadores estados. Laminado el comunismo y/o socialismo y aquella idea de unión de todos los trabajadores del mundo, desechado el objetivo de que seamos la propia clase trabajadora quienes decidamos nuestro futuro, nos hemos rendido y asumimos ser gobernados por los capitalistas. Todos los que vivimos en Europa, Norteamérica, Japón, Australia y Nueva Zelanda somos conscientes que somos afortunados en gran parte, no hemos nacido en una familia rica, pero al menos no hemos nacido en la República Centroafricana o Haití. En los países de nuestro entorno, se ha llegado a un acuerdo tácito entre trabajadores y empresariado en el cual, a cambio de cierta paz social y renuncia al cambio, podemos disfrutar de un nivel de consumo y bienestar muy superior al de los trabajadores del sur, aunque seguimos siendo explotados y las grandes decisiones se toman totalmente al margen de los resultados electorales.

Tampoco deberíamos olvidar que antiguas víctimas de los nazis han creado el estado de Israel  una política de limpieza étnica contra la población de origen palestino.

Es tal la renuncia a nuestros derechos laborales y sociales que cuando ocurren las situaciones denunciadas por los fascistas tales como que las becas, los comedores escolares o las urgencias hospitalarias están copadas (o eso dicen) por inmigrantes y no llegan a quienes antes tenían esos derechos, en lugar de pedir que se aumenten las becas o las plazas ya que somos más población y por tanto más contribuyentes, lo que exigen que “los españoles primero”. La última crisis sistémica del capitalismo ha funcionado tal y como predijo Karl Marx, parte de la riqueza ha pasado de manos de los trabajadores al capital. Esa transferencia se ha producido tanto en forma de reducción de salarios, de precarización laboral como en recortes sociales.

El fascismo es de naturaleza  sumisa, cobarde y cómplice con el poder económico y real pues ante las situaciones de necesidad real de trabajadores nacidos en Europa, en lugar de enfrentarse con quienes se están apropiando de la riqueza creada por el trabajo, culpa de todos sus males a aquellas personas que son más pobres e indefensas  que ellos. Los inmigrantes tienen reservado el mismo rol que el nazismo asignó a los judíos: son a quienes culpar de todos nuestros males y el objetivo donde descargar  nuestra rabia y desahogo.

No hay nada más parecido a un atentado de un “lobo solitario” de AlQaeda que un atentado de un neonazi, como el ocurrido recientemente en Nueva Zelanda.

Esos son los factores materiales, y por tanto determinantes, que han propiciado la vuelta de la ultraderecha.  Como elemento secundario y dependiente del anterior,  tenemos que reseñar la derrota ideológica de la izquierda transformadora. La izquierda acomplejada que ha sobrevivido en los países occidentales no se encuentra  en posición de combatir al fascismo, o quizás no quiera. Uno buen punto de partida para enfrentarnos a la ola de xenofobia que se nos viene encima es el rearme ideológico. Este tiene que estar cimentado en que no podemos seguir renunciado a los valores esenciales de la izquierda marxista: igualdad real e internacionalismo. Además esto debe ir acompañado de un conocimiento real y nada adulterado del mundo en que nos ha tocado vivir. Comprender el fascismo no puede consistir en normalizarlo, no se puede seguir coqueteando con la ultraderecha con la excusa de la transversalidad, sino que debemos atacar sus bases ideológicas, que son tan débiles como las mentes de quienes las defienden.

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