La vida en Esparta

Por Susana Gómez Nuño

Los espartanos eran originarios de los pueblos del norte. El rey fundador llamó a las tierras ocupadas, Laconia y a su capital, como a su reina, Esparta. Existe la leyenda que estos primeros pobladores eran descendientes de Hércules, y, desde luego, su buena forma física, al igual que su pericia y fuerza en el combate, así parecían sugerirlo. La incipiente sociedad espartana se desarrolló y el consecuente estallido demográfico hizo necesaria la conquista de nuevos territorios. Mesenia, con sus espaciosas tierras de fértiles cultivos fue el emplazamiento escogido. Los ilotas que poblaban el lugar fueron sometidos, tras largas luchas, por los espartanos.

En Esparta había tres clases sociales. Los homoioi o iguales, que eran el grueso de la población militar, los periecos, libres y dedicados a la artesanía y al comercio, que vivían alrededor de las ciudades pero sin derechos políticos, y los ilotas que eran los siervos. Su sistema de monarquía dual, con la existencia simúltanea de dos reyes, permitía que el poder nunca estuviera en manos de una sola persona. Existían mecanismos de control para cada una de las instituciones. Los mismos reyes debían dar cuenta de sus actos al consejo de ancianos y la asamblea de homoioi. El problema con el poder en Esparta, a pesar del estricto control, residía en que las decisiones se tomaban entre unos pocos y el resto asentía sin demasiada divergencia. Por otro lado, las predicciones del oráculo siempre se tenían en cuenta, aunque estas se basaban más en los sobornos y lo que se quería escuchar que en los augurios divinos.

Licurgo
El legislador espartano, Licurgo

Licurgo, famoso legislador espartano, fue el promotor de las rígidas normas que imperaban en la sociedad espartana y que prevalecieron con el paso de los siglos. Los recién nacidos se sometían al examen de los ancianos. Si eran considerados no aptos se les abandonaba a la intemperie. El resto permanecía con sus padres hasta los siete años, momento en que el estado se hacía cargo de su educación y su entrenamiento militar.  Después de años de superar duras pruebas, los homoioi recibían una parcela de tierra que era cultivada por los ilotas, de esta forma ellos podían dedicarse a tiempo completo a perfeccionar sus técnicas de combate. El movimiento hoplita, consistente en una formación compacta de soldados empuñando largas lanzas y escudos, que avanzaba de forma sincronizada, organizada en falanges, era la mejor baza de los espartanos en el campo de batalla.

A los treinta años, el matrimonio era algo casi obligado para los espartanos. De hecho, las familias que tenían tres o más hijos obtenían beneficios fiscales. En un territorio donde el número de ilotas superaba con creces a la población militar se hacía necesario mantener el número de soldados. No había rito matrimonial. La mujer era raptada y a partir de aquí los encuentros con su marido serían clandestinos, como si de algo sórdido se tratara. Eso fomentaba la pasión entre los esposos que solo podían verse a ratos y a escondidas de todos. Llegaban al acto sobrios y contenidos, repletos de deseo, lo que favorecía la fecundidad, además, del ejercicio de templanza  que suponía para ambos.

Las niñas espartanas recibían educación cívica y física, y gozaban de bastante libertad, a diferencia de las mujeres atenienses, totalmente supeditadas al hombre.

Si una mujer tuviera que decidir hoy en qué parte de la Grecia Clásica viviría, escogería sin duda, Esparta. Las niñas espartanas recibían educación cívica y física. Se esperaba de ellas que fueran madres de hijos sanos con lo que estaban bien alimentadas. Algunas de ellas sobresalieron en las artes poéticas y otras llegaron a liderar las tropas espartanas. Además, las mujeres espartanas eran de una entereza y fortaleza dignas de admirar. Todo se sacrificaba al bien común y a la patria, incluso el instinto maternal y las vidas de sus hijos.

Se cuenta que a una madre espartana se le comunicó la muerte de todos sus hijos en el campo de batalla. Ella repuso impasible que no había preguntado por sus hijos, sino si  Esparta había ganado la guerra. Otra madre dio muerte a su hijo sin piedad cuando este buscó refugio en su hogar después de huir de la batalla. Es por ello que las mujeres espartanas decían a sus hombres, antes de partir, la famosa frase: «Vuelve con tu escudo o sobre él». Desertar era una vergüenza y un deshonor para el pueblo de Esparta.

«Una ciudad está bien fortificada cuando se encuentra adornada por hombres y no por ladrillos» Plutarco de Queronea, Vida de Licurgo, 19,12

Los espartanos pasaban prácticamente toda su vida entrenando duramente. Se decía que solo descansaban cuando iban a la guerra. Aun así, no fueron un pueblo demasiado dado a guerrear. Su magnífica reputación como militares les precedía y ellos la utilizaron inteligentemente, de forma tal, que las ciudades-estado griegas preferían aliarse con ellos antes que iniciar una guerra. De hecho, Esparta poseía el único ejercito profesional de la Grecia Antigua y carecía de murallas.

leonidas y jerjes
Leónidas I y Jerjes

Cuando el rey Leónidas I llegó al poder, Persia se consolidaba como uno de los imperios más grandes y poderosos de Oriente. Todo empezó con la rebelión de los jonios que, hartos del asedio persia, pidieron ayuda a Esparta. Ante su negativa, los jonios se dirigieron a los atenienses, que les apoyaron y aportaron efectivos para secundar la revuelta. Todo fue en vano, puesto que los persas vencieron. Aun así, el rey Darío I de Persia nunca olvidó la afrenta de los atenienses y tiempo después, inició una ofensiva contra ellos, que pidieron ayuda a Esparta. Los espartanos, siempre reacios a intervenviones bélicas, demoraron su ayuda durante diez días debido a la celebración de unas fiestas dedicadas a Apolo. Cuando llegaron a combate, los atenienses ya habían derrotado a los persas, en la famosa batalla de Maratón. A partir de aquí, el rey persa Darío I delegará el poder en su hijo Jerjes, que durante cuatro años preparará la invasión a Grecia.

Un efectivo de 250.000 soldados persas se dirigían por mar al paso de las Termópilas, punto estratégico que les facilitaría la entrada a Grecia. Debido a las celebraciones religiosas y a los vaticinios del oráculo, el consejo de ancianos era contrario a enviar tropas espartanas contra los persas. Aun así, el rey Leónidas decidió acudir al enclave con 300 de sus mejores hombres, que escogió personalmente y que conformaban su guardia personal. Tras ellos, 7.000 soldados griegos esperaban impacientes el resultado del combate. Durante tres dias se libró una lucha encarnizada, donde a pesar de la superioridad numérica de los persas la proporción de bajas fue favorable a los espartanos.

Leónidas y sus hombres, conscientes de que era una contienda perdida de antemano, ordenaron la retirada de las tropas griegas y permanecieron al frente de la batalla.

La estrechez del paso unida a la fortaleza, la maestria y el domino de las técnicas hoplitas beneficiaron a los valientes espartanos. Se comenta que cuando una avanzadilla les informó de que los arqueros persas eran tan numerosos que podrían nublar el sol con sus flechas, uno de los espartanos contestó, impasible: «En ese caso, libraremos la batalla en penumbra». Leónidas y sus hombres, conscientes de que era una contienda perdida de antemano, ordenaron la retirada de las tropas griegas y permanecieron al frente de la batalla. El objetivo era ganar tiempo, para que tanto atenienses como espartanos pudieran reunir y organizar efectivos suficientes para deterner a los persas. Pero el traidor, Efialtes, informó a Jerjes de un paso secreto, de forma que los persas rodearon a los espartanos, que, finalmente, fueron vencidos tras una terrible masacre. El cadáver del rey Leónidas fue encontrado por Jerjes que le cortó la cabeza en señal de la victoria persa.

Temístocles
Temístocles

No obstante, las pérdidas del ejército persa fueron muy numerosas y la moral de las tropas se resintió. Los persas avanzaron e iniciaron una ofensiva naval que fue contrarrestada por Temístocles, un respetado almirante griego que llevó a la armada persa a una fulminante derrota en la batalla de Salamina. Sin suministros para abastecer al ejército persa que permanecía en tierra, Jerjes se retiró, dejando un efectivo de 30.000 mil hombres a cargo del comandante Mardonio para que libraran batalla en tierra.

Tras la amenaza ateniense de llegar a una alianza con los persas si los espartanos no les ayudaban, estos accedieron a intervenir. Unidos, atenienses y espartanos, libraron la batalla final en Platea, que acabó con el triunfo absoluto de los griegos frente a los persas, gracias a la supremacía militar de la infantería espartana, prácticamente inexpugnable en el combate a tierra. Así, el sueño de conquistar Occidente acabó para Jerjes.

Siglos después, y ante la sorpresa del mundo griego, Esparta caerá ante la ciudad-estado de Tebas. Pero la batalla de las Termópilas se ha erigido en el tiempo como un inolvidable simbolo de valor, fuerza y unidad espartana. Más adelante, se levantó un monumento en honor a esos 300 espartanos que sacrificaron sus vidas en las Termópilas, y que así reza:

Extranjeros de paso, decidles a los espartanos que aquí, obedientes a nuestras leyes, yacemos

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