La vida entre chabolas derruidas y el negocio urbanístico en Barcelona

 

Por Ricard Jiménez

Una escueta nota de prensa, de aquellas que suelen pasar sin pena ni gloria, – incluso diría que fue una de aquellas que ni tan solo son habituales – saltaba el pasado miércoles en alguno de los principales medios de comunicación: más de una veintena de personas, por orden judicial, fueron desalojadas de un asentamiento de chabolas por la UREP de la Guardia Urbana de Barcelona cerca de la Plaza Glòries.

Es extraño que días después, aún bajo custodia policial, una grúa continúe derribando y depositando en contenedores metálicos los vestigios de aquello de lo que ya no se vuelve hablar. O quizá no. Dicen que cada persona es dueña de su silencio y esclava de su palabra, pero aquí el silencio se paga al contado.

No exagero, a veces, los silencios son peores que las mentiras y en este caso el mutismo está sufragado también a costa del contribuyente. A menos de un kilómetro, rodeada de lujosos hoteles, se encuentra la sede de la RTVE, desde donde, tras años de situaciones como esta, son incapaces de hacer un seguimiento a la altura.

Los destellos y reflejos del mercado de Los Encantes sobre el maltrecho – si alguna vez pudo no serlo- asentamiento, es la metáfora perfecta para el cuadro dantesco que se desdibuja al margen de una sociedad resquebrajada, aunque las palabras, aquellas que sí se cuentan, nos lisonjeen de forma recurrente con las coqueterías de un capitalismo desbocado. Para los que no lo conozcan, Los Encantes, es como se llama el mercado de segunda mano más reconocido de Barcelona. Ahí está justamente lo metafórico, el recurso lingüístico, o quizá la parábola de la deshumanización: se yergue majestuoso el lugar donde se proclama una segunda vida para los objetos frente al derribado asentamiento de chabolas de donde se desalojaron personas que buscan la suya.

El mismo miércoles me asaltaron las dudas, aquellas que me son recurrentes: quiénes son aquellas personas que se habían desalojado, los porqués de cómo se llegó a esta situación, de dónde vienen, a dónde van… Apoyado en la barandilla que da a la vía del tren, frente a lo que fue el asentamiento, no tengo más que mirar hacia un lado y al otro para comenzar a trazar mentalmente una respuesta sobre el contexto y es que los tochos desfilan uno tras otro a aposentarse en la cúspide de lo que presuntamente será un nuevo hotel o las nuevas viviendas que tampoco podremos pagar.

Cerca, bajando una cuesta, descubro donde está ahora todo aquello que consiguieron llevarse del asentamiento, todo amontonado en una esquina, tapado de forma rudimentaria con plásticos, algún colchón, una olla, que cuelga milimétrica de la punta de un clavo que sobresale de un palé. No tardan en acercarse dos personas, que continúan el trajín. Ahora, de forma momentánea, se han instalado un poco más abajo me explica uno de ellos, Ahmed, marroquí de barba totalmente blanca y manos gastadas y hasta encontrar un nuevo descampado dormirán al final de una callejuela sin salida – que encarna una nueva figura alegórica.

Esta situación lleva repitiéndose de forma recurrente y de manera cíclica desde hace dos o tres años, aunque a veces cambien algunas caras, las miradas, suelen tener ese punto de parecido.

Ahora mismo hay distintos asentamientos, que se distribuyen y amoldan a la comparsa de las nuevas obras cerca de la misma zona, Pedro IV, Tànger…

La procedencia de las personas que fueron desalojadas del asentamiento el pasado miércoles, dice Ahmed, es mayoritariamente marroquí, pero por el barrio hay gente de todos los orígenes, sobre todo de Europa del este y del continente africano.

Recuerdo que hace poco el periodista Francesc Millan reporteaba desde Senegal y escribió algo que me dejó marcado: “Barça es Barcelona, i barsax significa la muerte. Es una expresión que utilizan los jóvenes que están decididos a hacer la ruta hacia España. O llegan a Barcelona o mueren en el mar» y esto, los aledaños de la Plaza Gòries, la Torre Agbar y los encantes como fin, no solo por mar, sino desde distintos puntos cardinales y vías de escape parecen dar a ninguna parte.

Mientras hablamos, aunque la conversación sea breve, advierto que no dejan pasar personas, a veces en parejas, a veces solas, con carros de la compra cargados de chatarra, no rebuscando, sino con destino concreto, con paso firme. Más tarde descubriría que todos se dirigen a un almacén situado en la calle Tánger donde intentan vender cada pieza a un precio variable. La aleación metálica y sus inflaciones y deflaciones se rige por las mismas bases que el mercado bursátil – o algo similar supongo -, pero aquí el liberalismo y los golpes de pecho cinéfilos no están a la orden del día y ahí debe residir el quid de la cuestión.

Ironías aparte, los gritos, el martilleo, el zumbido de la radial o el repiqueteo de la soldadura tiranizan el ambiente, acompasado con la orgullosa parafernalia cartelera que anuncia quien gestiona cada obra… DRAGADOS, La llave de oro, una más de DRAGADOS…

Por poner dos ejemplos, DRAGADOS, desde 2002, tras pagar 900 millones de euros, pertenece al grupo ACS, la constructora de Florentino Pérez y La llave de oro a la familia Marsà, que creció en los últimos años por encima de los 100 millones de euros, y que, según su gerente, Lluís Marsà, quiere «volver a engordar su división patrimonial, de la que vendió una parte durante la crisis».

Florentino ha sido más de verse rodeado del ambiente folclórico futbolístico, pero es un hecho constatado que, como publicaba El Crític, «solo entre el 2009 y el 2019, el grupo ACS ha ingresado casi 755 millones de euros gracias a los 2.628 contratos que le han adjudicado la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona». Este también ha recibido más de 1.700 contratos públicos del ámbito migratorio, según la Fundación por Causa.

Sin embargo, para poner en palabras dichas cuestiones empresariales tomaremos, en este caso, a Marsà como portavoz. A principios de este año, Marsà, que también es presidente de la Associació de Promotors de Catalunya, precisaba que Cataluña necesita «entre 25.000 y 26.000 viviendas nuevas al año».

Para promover este incesante crecimiento nació en marzo del año pasado Asval, que preside Joan Clos, exalcalde de Barcelona y exministro de industria con Zapatero, quien considera que de no darse este dinamismo «se acabará expulsando por completo de las zonas urbanas a los colectivos más vulnerables, y la ciudad necesita a la clase media para funcionar». Clase media vulnerable… En definitiva, que el plan para la recuperación económica de Joan Clos es claro: «construir vivienda de alquiler aumentando la densidad». Un plan sin fisuras, como si no nos quisiera sonar…

Florentino Pérez, Lluis Marsà y Joan Clos, tres ejes que pivotan sobrevolando el proceso de gentrificación de las deterioradas inmediaciones de la urbe barcelonina. El declive rehabilitado a distintas alturas a coste de la expulsión y exclusión social.

Confluyen aquí varias de las circunstancias, que no son pandemia, sino consecuencia de algo estructural: algunos de los problemas que sufre la migración, la vivienda y el origen, la pobreza enquistada en la desigualdad social, de clases. Son tres piezas de un rompecabezas que encajan a la perfección en la constitución misma de una democracia liberal dentro del capitalismo, donde todo se negocia.

Esto Joan Clos lo tiene claro, «si en las sociedades hay conflicto, en las ciudades lo hay porque construimos nuestro espacio público por negociación, muchas veces, por peleas». Al fin y al cabo el mercadeo convierte en bien de consumo – como dijo el ministro Ábalos, «un bien de mercado» – no solo la vivienda o la migración, sino todo aquello que debiera ser un derecho fundamental para la constitución de una vida.

Los hechos, como decía al principio, se silencian pagados al contado, pero tampoco se puede esperar más de los secuaces de aquellos que venderían su propio honor y dignidad si fuera rentable, por lo menos con poner algunos datos sobre la mesa la situación comienza a entenderse mejor. Estos problemas están ahí porque son los «pequeños affaires» de seres de alto copete, que en su interesada filantropía, ejecutan las perturbaciones psicopáticas del statuo quo imperante.

Del otro lado, escribió Galeano sobre la vida de los ‘nadies’, aquellos que en su relato valían menos que la bala que los mataba, pero que a una distancia cercana son aquellos que valen menos que el tocho que los sepulta. A una distancia cercana es una realidad que quebranta todo discurso con tonalidad moralina con aura de progreso. Los sermones en las asambleas de las ciudades del cambio se conmutaron por la dolorosa regresión del pelotazo, la desilusión tras alguna esperanza coartada soterrada bajo toneladas de mortero.

Se el primero en comentar

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.