Por Natali Restrepo
Porque es nuestra responsabilidad hacer de la historia un arma para crear conciencia en la humanidad.
Más allá de las falsas excusas en torno a la rendición de Japón en la II Guerra Mundial, se esconde la verdadera razón por la cual Estados Unidos decide el lanzamiento de la bomba atómica contra su enemigo. Falsa excusa porque no puede hablarse con propiedad de una demora de Japón en ofrecer su rendición incondicional (la Declaración de Postdam no contemplaba un plazo concreto). Y falsa también porque, por aquel entonces, la rendición militar de Japón ya era un hecho y sólo quedaba pendiente de aclarar el futuro del emperador Hirohito y del propio sistema imperial. Por lo que hace a la verdad de fondo, es lo que intentaremos esclarecer aquí.
Existen diversas hipótesis y razones sobre las causas del ataque de EE. UU. hacia Japón. La más relevante afirma que dicho ataque se produjo con el fin de poner punto final a la II Guerra Mundial y, con ello, salvar vidas tanto estadounidenses como japonesas. Pero, como decimos, los japoneses ya habían dado muestras de su disposición a rendirse. El efectivo bloqueo marítimo y los bombardeos con armas convencionales hacían innecesaria la agresión nuclear. De hecho, cuando Truman sucede a Roosevelt en la Presidencia de los EE. UU. y su secretario le desvela los pormenores del Plan Manhattan, manifiesta su oposición al terrorífico plan. Pero ya era demasiado tarde. Se había invertido demasiado dinero y la elite militar ya ansiaba mostrar su nuevo poderío ante el mundo.
Es realmente humillante que tanto el gobierno norteamericano como el gobierno japonés intentaran ocultar la existencia de supervivientes
El presidente Truman creía que Japón ya estaba derrotado. El lanzamiento de la bomba carecía ya de cualquier interés estratégico, era innecesario y solo lograría que EE. UU. horrorizara a la opinión mundial. Después, muchas de las personas implicadas en el plan Manhattan reconsideraron su postura ante el ataque. Pero la pregunta fundamental sobre los auténticos motivos del ataque aún sigue sin respuesta. Aunque se aduzca una y otra vez el deseo de poner fin a la II Guerra Mundial y de proclamar los beneficios de la paz, en términos de salvación de las vidas de millones de personas, es innegable la necesidad que sentían de demostrar la efectividad de la nueva arma de destrucción ante la Unión Soviética, para limitar su expansión en Asia.
Por tal motivo, el ataque se interpreta hoy más como inicio de la Guerra fría que como fin de la II Guerra Mundial. Si Estados Unidos sabía que Japón estaba doblegado, ¿por qué esta demostración de fuerza innecesaria? Se puede deducir que no hubo otro motivo que impresionar a la Unión Soviética sin importarles la cantidad de vidas que se iban a cobrar.
El ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1981 supuso la gran oportunidad para que el gobierno estadounidense decidiera la entrada en la II Guerra Mundial. Aunque no se trate de hechos constatados, un rumor insistente acusa a Roosevelt de tener conocimiento del ataque y de no hacer nada para evitarlo, con la única intención de hallar una justificación inapelable para declarar la guerra a Japón.
El fin de esta historia nos es bien conocido: un acto inmoral donde prevaleció única y exclusivamente el interés político y militar de la superpotencia, su necesidad de expansión y conquista y su insaciable hambre de poder. A costa de la muerte y el dolor de miles de personas inocentes a las que se hizo pagar un alto precio. Miles de personas tratadas como ratas de laboratorio, literalmente, para experimentar el nuevo poder devastador de la bomba. No hay justificación posible. Ni los errores o los caprichos de un gobierno al que ni siquiera habían elegido democráticamente, ni las pretendidas demoras en la rendición. Aunque los reproches se acumulan, como guardar el secreto de lo que se les venía encima a los japoneses en caso de no ceder a la rendición incondicional.
A pesar del afán del gobierno norteamericano por ocultar la existencia de supervivientes, hoy, setenta y cinco años después del ataque quedan resquicios de los hechos más atroces jamás ocurridos sobre la tierra. Los Hibakusha, así llamados las víctimas del atentado, comparten hoy con nosotros sus experiencias sobre un ataque que supuso la destrucción de su vida entera. Porque no hay forma de superar la experiencia de ver cómo sus vidas se derrumbaban progresivamente entre escombros, desdichas, pérdidas humanas y materiales. Ni lo peor de todo, la incertidumbre ante los daños colaterales y ocultos que hayan podido sufrir. Su único consuelo es haberse unido para dar testimonio y compartir con las demás personas sus experiencias, manifestando sus secuelas y sus daños psicológicos y físicos. Tienen que convivir con la idea de un futuro incierto; asimilar que, en caso de procrear, se atienen a las consecuencias que sufrirán sus hijos; aceptar la discriminación a la que son sometidos y que sólo ha empezado a disminuir hace unos pocos años gracias a la Organización de Víctimas de los Bombardeos.
Es realmente humillante que tanto el gobierno norteamericano como el gobierno japonés intentaran ocultar la existencia de supervivientes; la ley prohibía hablar públicamente sobre efectos y consecuencias y las enfermedades que se pudieran derivar del ataque, sin contar con la negativa del gobierno japonés para pagar las indemnizaciones por las bajas. Mientras Japón se sumía en la miseria y la muerte.
La rendición militar de Japón ya era un hecho y sólo quedaba pendiente de aclarar el futuro del emperador Hirohito y del propio sistema imperial
Estados Unidos vendía a la publicidad sus actuaciones heroicas, resaltando vilmente cifras improvisadas de militares estadounidenses librados de la muerte por la bomba atómica. El plan Manhattan es vendido a la prensa como una proeza de la ciencia gracias a militares, científicos e industriales, que con la ayuda del gobierno hicieron todo posible. Incluso llegan a viajar a la zona cero de Nuevo México para transmitir el mensaje de calma, indicando que se trata de una bomba limpia y no química como algunos científicos japoneses creen.
Resulta vergonzoso comprobar cómo el gobierno decreta una censura civil, retirando cualquier término alarmante como bombardeo, irradiación o afines. En esos momentos, su único objetivo era el de tranquilizar a la opinión pública y a ese fin servía la corrupción y la manipulación informativa. Como resultado, una desinformación total sobre los efectos de la bomba, mezclada con justificaciones aberrantes sobre la actuación heroica del gobierno norteamericano. Si resulta inexcusable cualquier burla hacia la sociedad, resulta aún más detestable por hacerse de una manera tan cruel, revelando cifras ficticias de personas que se salvaron con el lanzamiento de las bombas, alegando que fue el único recurso del que se dispuso para finalizar la guerra cuando sabemos por documentación, perfectamente que no fue así.
Sea lo que fuere, parece que las personas solo representamos el producto y los factores de ocultas operaciones gubernamentales cuyos resultados nos son desconocidos. Aunque ya la experiencia nos haya enseñado a predecir los desenlaces.
Impresionante él artículo, todo muy bien constractado y explicado. Enhorabuena a la escritora.