La urgencia del ideal cosmopolita

Por Jose Antonio Pujante

κοσμοπολίτης und kosmopolitisch

De Diógenes de Sinope a I. Kant

La razón solidaria es cosmopolita, no entiende, por tanto de fronteras impermeables que zahieren lo humano. Hanna Arendt acierta cuando señala que: “Nunca en mi vida he amado a ningún pueblo o colectivo, ni al pueblo alemán, ni al francés ni al americano, ni a la clase trabajadora ni a nada de este orden. En realidad yo sólo amo a mis amigos, y soy incapaz de cualquier otro amor. Pero es que además, este amor a los judíos, siendo como soy judía, a mi me resultaría sospechoso.” Sin duda la actualidad del pensamiento de Arendt se revela necesaria para disolver este corrosivo regreso a las cavernas excluyentes de cierto nacionalismo. Su posición intelectual es “posnacional”. Y por posnacional debemos entender la superación del paradigma del Estado Nación. No, no hay más patria que “yo y mis circunstancias” (Ortega y Gasset), en donde mis circunstancias constituye el espacio y el tiempo en donde se incorporan mis afectos personales. No se puede amar lo que no podemos “tocar”, ya sea con las manos, con la mirada o con el oído y con el resto de nuestros sentidos como refinadores y perfiladores de los anteriores. Acierta de lleno Hanna Arendt al prevenirnos frente a la asunción emocional de la patria excluyente. El “otro” se revela como un enemigo y, por tanto, se le demoniza, como la contra imagen necesaria para la propia auto afirmación. Recordemos los carteles de propaganda nazi que representan al judío como un ser demoníaco. La interiorización del miedo al “otro”, la agudización de las diferencias con respecto al diferente, su caricaturización apasionada de odio, constituye, sin duda la esencia de todo nacionalismo extremista y excluyente.

Kant tenía razón cuando afirmaba que la materialización del ideal cosmopolita era la única garantía de una paz perpetua. Hoy añadiríamos que la institucionalización de dicho ideal es una urgencia para evitar la otra gran guerra que nos atenaza: una catástrofe climática de proporciones colosales en el planeta. El “logos solidario” que, no lo olvidemos, es común, debe presidir la lógica transfronteriza. Porque transfronteriza es la razón solidaria. El reconocimiento y preservación de lo diverso humano sólo se puede garantizar desde la supresión de todo nacionalismo excluyente y, por ende de toda frontera, no sólo física sino también mental. Todo proyecto político de nuevo cuño ha de apostar, sin ambages, por la supresión de fronteras no por la creación de nuevas.

Quizá el reto catalán hubiera sido más fecundo si en lugar de proponer una nueva frontera hubiese abogado por la supresión de la actualmente existente, consagrada en nuestra Carta Magna del 78

En el contexto político e histórico actual lo difícil es concretar las decisiones políticas inmediatas. Pero si seguimos los principios del ideal cosmopolita hemos de apostar por la no creación de nuevas fronteras y, en consecuencia por la progresiva eliminación de las existentes. Y eso implica no sólo la no creación de una frontera nueva catalana sino también la supresión de la española, la francesa, la portuguesa, la alemana… y eso sólo se consigue, en el caso de España, mediante una reformulación constitucional que reconozca y recupere el, antaño, diverso espíritu de las Españas, que interiorice la pluralidad y diversidad como señas de identidad. Aunque, todo ello, como proyecto provisional e inacabado. Porque el objetivo ha de ser la progresiva y creciente supresión de fronteras, inicialmente mediante la ampliación de sus márgenes para, finalmente, alcanzar un mundo sin fronteras.

Presidido por este ideal cosmopolita ilustrado, que ya los estoicos esbozaron y los romanos comenzaron a plasmar con el ius gentium, debemos explorar la ampliación y efectividad jurídica, política, económica y social de las Naciones Unidas y su Constitución: la Declaración Universal de Derechos Humanos. Al mundo de la globalización neoliberal del capital y las mercancías debemos oponerle otro relato global. La globalización social, ecológica e igualitaria debe imponerse como discurso alternativo. Así, la libre circulación de personas, la gestión de los recursos naturales planetarios, la restricción de la actividad productiva contaminante, la supresión de los paraísos fiscales, la justicia universal… deben ser realidades efectivas y, por tanto, institucionalizadas democráticamente. Para ello se hace indispensable una gobernanza mundial que, además,  preserve la rica diversidad cultural que existe en nuestro planeta. Porque lo diverso, sólo se preserva en la totalidad transfronteriza, no en la imposición imperial, como la historia nos muestra trágicamente.

Los nacionalismos se encogen disolviendo fronteras. Quizá el reto catalán hubiera sido más fecundo si en lugar de proponer una nueva frontera hubiese abogado por la supresión de la actualmente existente, consagrada en nuestra Carta Magna del 78. Porque existe, efectivamente, una frontera nacional que desde el inacabado proyecto republicano del siglo XX divide a los catalanes y a una parte significativa de éstos con el resto de las Españas.

Sería audaz retomar, como modelo, el ideal Iberista de los movimientos republicanos y socialistas portugueses y españoles del siglo XIX, que sobre una base nacional integradora proponían la ampliación y redefinición de fronteras. Una República Ibérica como peldaño para una ulterior res pública humana.  Existe un proyecto de construcción europea solidaria que compite con el neoliberal y que aspira a realizar en el mundo el ideal kantiano del cosmopolitismo. Las recientes aportaciones a este debate del liberal J.Ralws y J.Habermas se encaminan a la concreción, desde distintas ópticas, de dicho ideal.

Pero, sin duda, una cuestión central sobre el debate de fronteras radica en el establecimiento de unas normas fiscales uniformes y progresistas. Y, esto, exige apostar por una aportación mayor de quienes más ganan y más tienen para redistribuir y compensar las desigualdades sociales. Por ello, toda reivindicación que aliente la desigualdad fiscal, sostenida especialmente por los más ricos desde criterios territoriales, es profundamente insolidaria. Y aquí, resulta pertinente recordar que la contribución fiscal debe ser igual para todos. Uno de los grandes debates económicos europeos pendientes es el de la necesaria armonización fiscal. También lo debe ser, sin duda en España, donde el concierto económico vasco y navarro supone un privilegio legitimado por unos “derechos históricos”. Abrir este debate sigue siendo tabú. Ni siquiera la derecha españolista lo aborda, es más, el franquismo  asumió el concierto y el cupo en Álava y Navarra. Una cosa es la gestión fiscal descentralizada y unas normas de autonomía fiscal con márgenes razonables, pero iguales para todos y, otra cosa diferente, reglas de primera para unos y de segunda para otros con resultado desigual en la financiación de servicios públicos esenciales: sanidad, educación, servicios sociales, salarios públicos… Ese debate, tarde o temprano, habrá que tener el coraje igualitario de plantearlo. Podemos abrir los melones que queramos pero los principios de igualdad y solidaridad han de presidir cualquier acción normativa en materia fiscal y económica. ¡Tú, quédate con tu patria, adórala y ámala. Blande tu gran bandera y exponla en los balcones de tu vivienda hipotecada pero contribuye, fiscalmente, igual y progresivamente. Lo mismo ha de hacer el rico o menos rico de la patria azul o blanca, o el que se declare apátrida!

  1. Quien suscribe este artículo es culturalmente español, cristiano, protestante por parte de madre, católico por parte de padre, ateo por elección posterior, simpatiza con el filósofo budista Nagarjuna, conoce y entiende el catalán porque trabajó en Elx y realizó un curso de filología catalana y platicó con sus compañeros de claustro en ese idioma. Ideológicamente de izquierdas, en el radical sentido que se le atribuyó tras la revolución francesa, por tanto, se habría sentado con los sans culottes en la Asamblea Nacional. Nació, el que suscribe, en la República francesa y aprendió su lengua durante seis años. De padre murciano, de izquierdas y jacobino, y de madre alemana, de Hamburgo, aunque su abuelo, bisabuelo mío, era polaco (de Polonia, no del Barça). Si, además, añado lo distintos lugares en donde he pacido, el mosaico plurinacional y pluricultural de mi biografía justificaría de lleno mi cosmopolitismo, al menos en el plano emotivo.

Quizá se entienda mejor así porqué yo soy yo y mis circunstancias.

 

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