La última noche de Wagner

En apenas unas horas, hemos podido comprobar cómo para los medios occidentales, las tropas y los dirigentes del Grupo Wagner pasaban de ser crueles mercenarios a héroes o justicieros comprometidos con la justicia y la democracia.

Por Dani Seixo

«Un acertijo, envuelto en un misterio, dentro de un enigma».

Churchill define a Rusia

«Salvo el poder, todo es ilusión.“

Lenin

Comencemos por el principio. Admitamos que, a estas alturas y pese a ser mucho más prudentes que todos esos tertulianos y supuestos analistas que ya casi han pasado a otra cosa en el vertiginoso ritmo que impone la inmediatez y la superficialidad del periodismo burgués, en estas líneas no pretendo hacer gala de un conocimiento profundo y detallado de todos los pormenores del desafío lanzado por Yevgueni Prigozhin contra el pueblo ruso. Con total seguridad, deberán pasar décadas para un análisis eficiente y posiblemente serán muchas las cosas que de todos modos permanezcan ocultas al gran público. Y esto, tiene toda la lógica del mundo.

Y sí, comienzo hablando del «desafío de Yevgueni Prigozhin», dado que no todos los militares del Grupo Wagner participaron en la deshonrosa marcha a Moscú. Y hablo también de un desafío al pueblo ruso, dado que cualquier intento de suplantar o sustituir al gobierno ruso por el uso de la fuerza es, a su vez e inevitablemente, un intento por suplantar o sustituir la voluntad del pueblo ruso.

Teniendo estas mínimas nociones claras, comencemos brevemente a reflexionar acerca de lo sucedido el 24 de junio de 2023 en Rusia:

Durante la noche del viernes, en medio de los evidentes fracasos de la contraofensiva rusa y con un clima de creciente tensión entre las directrices de Moscú y el Grupo Wagner, Prigozhin, personaje poco acostumbrado al sosiego y la discreción en sus declaraciones, denuncia un ataque con misiles por las fuerzas del Ministerio de Defensa de Rusia contra uno de los campamentos base de su grupo de mercenarios en el que supuestamente habrían muerto numerosos combatientes de su compañía.

Pese a lo burdo de las imágenes mostradas por Prigozhin para evidenciar el supuesto ataque y a los momentos de incertidumbre propios de una denuncia semejante, las semanas de tensión entre el líder de Wagner y las Fuerzas Armadas rusas estallan finalmente en un levantamiento del líder de Wagner contra el Alto mando militar ruso, en lo que cínicamente denomina como «Marcha por la justicia».

Mientras muchos de nosotros comparábamos este evento con el desesperado intento de simular la marcha con destino a Roma, organizada en octubre de 1922 por el líder del Partido Nacional Fascista italiano, Benito Mussolini, el Servicio Federal de Seguridad de la Federación de Rusia (FSB) no perdía el tiempo. Con premura, catalogó las declaraciones de Prigozhin como «infundadas» y anunció la apertura de un caso penal contra el dirigente del Grupo Wagner por «llamar a una rebelión armada». Al mismo tiempo, el general del ejército ruso, Sergey Surovikin, pidió a las tropas de Wagner que regresaran a sus bases y mantuvieran sus posiciones.

Vamos a ser claros, me importan bastante poco los problemas que Prigozhin pudiese tener con Shoigu, los intereses económicos de una organización paramilitar o las teorías conspiratorias que confunden la Maskirovka rusa con tuitear sandeces entre bolsa de Cheetos y bolsa de Cheetos. Más allá de las meras especulaciones, lo cierto es que en esos momentos iniciales, el convoy de Wagner PMC avanzaba situándose en Rostov del Don y amenazaba con emprender la marcha sobre Moscú. Todo ello acompasado por declaraciones varias del en las que el propio Prigozhin acusaba al Estado Mayor ruso de ordenar a su Fuerza Aérea abrir fuego contra las columnas de Wagner. Sin dudas, un falabarato en toda regla.

Pronto se sucedían las declaraciones de las diferentes estructuras del estado ruso mostrando su pleno apoyo al gobierno, sin excepción, y las tropas kadyrovitas avanzan dispuestas a sofocar la rebelión con todos los métodos que fuesen necesarios. El presidente del país, Vladimir Putin, aparece a su vez en la televisión estatal rusa acusando a Prigozhin de traicionar a Rusia por sus ambiciones desmedidas y prometiendo «tomar medidas firmes contra la amenaza mortal que supone la rebelión armada de Wagner».

Si bien la mañana del 24 de junio las columnas blindadas de Wagner comenzaron un rápido avance hacia Moscú intentando recorrer los 1100 kilómetros que lo separan del Rostov del Don, lo cierto es que cualquier tipo de posibilidad de éxito en su exasperado desafío, hacía horas que había quedado totalmente desactivada. Seamos serios, incluso los cerca de 50.000 hombres que aparentemente componen a día de hoy la fuerza global de Wagner, fuerza con la que no contaba en su aventura Prigozhin, tan solo servirían como carne de cañón para un ejército ruso que a día de hoy cuenta con cerca de 800.000 soldados activos y con un poderío militar que dista mucho de limitarse a la decena de blindados y Pickup con las que los mercenarios ridículamente “pretendían” hacer acto de presencia en la capital del país. Aislado de la sociedad rusa, sin apoyo alguno por parte de las instituciones del país y con uno de los ejércitos más poderosos del mundo bajo el mando firme del gobierno ruso, cualquier alternativa a la rendición supondría la erradicación manu militari de los efectivos de Wagner. En todo momento, el presidente ruso intentó evitar esta alternativa.

El desenlace de los acontecimientos es por todos conocido. Bajo la mediación de Aleksandr Lukashenko, presidente de Bielorrusia, Prigozhin y los suyos deciden detener su demencial avance y de este modo evitar el espectáculo de un baño de sangre entre tropas rusas, tan esperado por los focos occidentales. «De acuerdo con el plan», las tropas de Wagner regresan a sus bases, mientras al propio Prigozhin se le garantiza un paso seguro a Bielorrusia. A día de hoy, desconocemos en detalle las negociaciones entre el gobierno ruso y el dirigente del grupo Wagner, tal y como desconocemos los pormenores que llevaron a Prigozhin a embarcarse en una aventura con nulas posibilidades de éxito, fruto de la cohesión mostrada por la sociedad rusa alrededor de la figura de Vladímir Putin.

Detallados estos puntos básicos de los acontecimientos, lo cierto es que lo sucedido estos días nos ha hablado mucho más de nosotros mismos que de los entresijos del poder en Rusia.

En apenas unas horas, hemos podido comprobar cómo para los medios occidentales, las tropas y los dirigentes del Grupo Wagner pasaban de ser crueles mercenarios a héroes o justicieros comprometidos con la justicia y la democracia. Demostrando con ello que el gran pecado de Rusia nunca ha sido el carácter de su régimen o la figura de Putin, sino pretender defender su soberanía y negarse a someterse a los intereses occidentales. En Washington o Bruselas, poco importa que una potencia nuclear caiga en manos de fundamentalistas o mercenarios, siempre y cuando estos se muestren dispuestos a someterse y entregar los recursos del país a los intereses extranjeros.

Cabe mencionar, a su vez, cómo algunos periodistas españoles se congratulaban no solo con la caída en desgracia de Rusia, sino también con el posible contagio y colapso de Bielorrusia. Pero lo cierto es que en Minsk, Aleksandr Lukashenko reforzaba su papel como socio fiable de la madre Rusia y figura de relevancia vital en la resolución de cualquier conflicto regional. En un lapso realmente breve de tiempo, las ensoñaciones de cualquier revolución de color propiciada por la OTAN se topaban con la disuasión nuclear aportada por Rusia y con un líder firme y reforzado ante su población. Podríamos aquí incluso especular acerca del papel que jugaran las tropas de Wagner que decidan ubicarse en Bielorrusia, pero nos contentaremos con sonreír ante las dudas que su presencia parece despertar entre los socios de la Alianza Atlántica. Sus preocupaciones y debilidad hacen que nuestras especulaciones resulten cuando menos innecesarias.

¿Y qué hacía la «izquierda europea» mientras todo esto tenía lugar?

Pues bien, mientras el Sur global mostraba pleno respaldo al gobierno de Vladimir Putin y condenaba cualquier tipo de iniciativa para suplir la representación política del pueblo ruso mediante la fuerza, los mequetrefes y arribistas a sueldo, que en las democracias burguesas algunos consideran como figuras políticas de referencia, se dedicaban a hablar del sexo de los ángeles, lanzar diatribas acerca de la privatización en el ejército o incluso a tildar a Putin de anticomunista, confundiendo una clara referencia a la espantada de Lavr Kornílov con un reproche al principal dirigente bolchevique de la Revolución de Octubre, Vladímir Ilích Uliánov, Lenin. Como si en momentos tan delicados, lo más adecuado para las ensoñaciones y delirios de poder del enajenado Prigozhin hubiese sido compararlo con una de las figuras más relevantes de la historia rusa.

En definitiva, pasado un tiempo prudente para situarnos y sin duda escaso para ser conocedores del global de lo sucedido, la certeza evidente es que en la vieja Europa seguimos a contracorriente en un mundo que hace tiempo se ha percatado de nuestra irreversible decadencia. Fuera de esto, los dejo con sus especulaciones e inmediatistas análisis, pero recuerden: Maskirovka es que nosotros no sepamos realmente lo que estamos diciendo, pero ni mucho menos que los rusos no sepan lo que están haciendo

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