Durante décadas, especialmente a raíz de la Guerra Fría, la industria cinematográfica occidental ha empleado sus recursos para lanzar un mensaje anticomunista que poco a poco ha calado en la sociedad, viéndose apoyada por las principales fuerzas políticas y económicas.
Por Manuel del Valle
El concepto propaganda tiene de forma intrínseca un sentido peyorativo desde hace bastante tiempo, pero hay que tener presente que la RAE la define como la “difusión o divulgación de información, ideas u opiniones de carácter político, religioso, comercial, etc., con la intención de que alguien actúe de una determinada manera, piense según unas ideas o adquiera un determinado producto”. Es decir, la propaganda pretende inclinar una opinión hacia un determinado lado de forma consciente, pero esto no tiene por qué ser algo negativo, ya que estaremos de acuerdo en que la propaganda a favor de los derechos de los trabajadores sería muy recomendable y deseable, el problema viene cuando se demoniza una determinada idea o corriente política porque los sectores que controlan el poder consideran que aquella es un peligro para sus intereses como clase.
A esto se ha prestado el cine desde hace décadas y en las siguientes líneas vamos a nombrar casos concretos (¡Cuidado con los spoilers!). Esta industria no es solo un medio de diversión y de entretenimiento, es un medio de control social y que ayuda a consolidar gustos y opiniones.
Uno de los aspectos más destacados es la crítica que se hace al comunismo y concretamente a la URSS durante la etapa de Stalin y un supuesto papel descafeinado de esta potencia en la Segunda Guerra Mundial.
Comencemos por el principio, existe una película titulada Stalin (1992), protagonizada por Robert Duvall. Personalmente me extraña que semejante titán del mundo del cine se haya prestado a semejante acto descarado de falsificación de la realidad. La película es una “joya” para el humor, ya que el papel sanguinario que se refleja en Stalin es tan exagerado que todo rigor histórico acaba por los suelos. En primer lugar, Iosif es rechazado por las autoridades zaristas por no ser “apto físicamente” para combatir en la Gran Guerra y por tener (literalmente) “la marca del diablo”. La película sigue insinuando que la hambruna del pueblo ruso durante la Primera Guerra Mundial es poco menos que fortuita y que se culpa de ella al Zar, como si el máximo autócrata del Estado estuviera libre de culpa; en cambio, en época soviética la película no tiene reparos en mostrar a una población hambrienta, seguido de los suculentos banquetes disfrutados por las altas esferas del Estado.
Seguidamente, el personaje representado muestra una faceta de psicópata que resulta cómica, pues no solo es el responsable de la muerte de millones de personas, sino que juega con la mente de sus víctimas, tranquilizándolas, diciéndoles que nada les iba a pasar, para después arrestarlas cuando estaban en una calma absoluta. Por último, hay ciertos tonos de película de terror de serie B: en una escena, Stalin sube por las escaleras y la cámara se centra en su sombra, esta se deforma y se alarga de forma monstruosa como si fuera el mismísimo Drácula de Bram Stoker.
Otra de las películas mundialmente aclamadas y que esconde una propaganda evidente es Enemigo a las puertas (2001). El filme comienza reflejando la crueldad con la que los comisarios políticos ejecutan la orden 227, popularmente conocida como “Ni un paso atrás”, aunque en ningún momento se menciona que la misma solo estuvo en vigor ¡TRES MESES! y durante el periodo más duro de la invasión nazi (desde el 28 de julio de 1942 hasta el 29 de octubre). Por si fuera poco, el personaje de Ron Perlman (Koulikov) acusa a Stalin de estar bien avenido con Hitler en los momentos previos a la guerra, como si Stalin no hubiese promovido la alianza con las democracias occidentales de manera insistente desde 1938 y encontrando el silencio como respuesta. Para rematar la jugada, el mismo personaje acusa al Estado Soviético de haberlo torturado sin cometer ningún delito, solo porque las autoridades lo habían mandado a Alemania a perfeccionar su entrenamiento como francotirador, sentenciando: “Si esta es la tierra del socialismo y de la felicidad universal, te la regalo”. Estas “sutilezas” van calando en el imaginario como una gota de agua en la tierra y acaban adoptándose como hechos consumados, sin haber emprendido ningún proceso de documentación para asegurarse de la veracidad de estas afirmaciones.
Sigamos dentro del contexto de la Segunda Guerra Mundial. Ahora es el momento de comenzar con Resistencia (2008) de Daniel Craig. A grandes rasgos la película trata de una comunidad judía que busca refugio en un bosque para escapar de las hordas nazis, pero al mismo tiempo sufren en antisemitismo de la ¡Resistencia Comunista! Por tanto, se está poniendo en el mismo plano a los invasores nazis que a quienes dan su vida para rechazarlos y combatirlos. No obstante, el mayor insulto a la inteligencia llega poco antes del minuto 40 cuando Allan Corduner, que interpreta a Shimon, dice que en Occidente hay un monstruo con bigotito y en Oriente uno con bigotazo… Como comprenderá el lector, si ha seguido mis artículos anteriores, no tengo nada más que añadir.
Pasando ahora por Salvar al Soldado Ryan (1998). Si bien no se refleja en una propaganda anticomunista propiamente dicha, sí que existe una descarada en favor de Estados Unidos (algo también lógico, ya que la película se ha producido en Hollywood). En conjunto, podemos quedar cegados por la gran obra que realiza Spielberg, realizando una acertada representación del Desembarco de Normandía (nadie va a negar que es una de las grandes películas de la Historia del Cine), pero si arañamos un poco la superficie parece que la Segunda Guerra Mundial se empieza a ganar cuando Tom Hanks llega a Omaha Beach y para entonces ya estaba más decidida que la Liga francesa. Esta afirmación la baso en lo que podemos ver a lo largo de las casi tres horas de largometraje, puesto que en total podemos contar 100 soldados alemanes muertos, junto con la destrucción de dos panzers y un blindado. Estas son las bajas causadas por el grupo de rescate que comanda el capitán J. H. Miller para salvar a un solo hombre.
No queremos alargar hasta el infinito el análisis de estas películas, pero comentemos un último caso, Rocky IV (1985). Recuerdo que la primera vez que la vi era un niño y pensé en lo malo que era Ivan Drago (el ruso como lo llamaba). Debido a ello, el final de la película era muy satisfactorio, ya que Rocky se alza vencedor en Moscú frente a un público hostil. El problema, es que cuando una persona crece y madura se da cuenta del sinsentido de todo el hilo argumental. Empieza con Drago matando a Apollo Creed, que hace relativamente poco que se retira del boxeo profesional. En consecuencia, Rocky siente la necesidad de “vengar” a su amigo en un combate épico en la URSS. La primera señal, que nos hace explotar la cabeza, es el entrenamiento tan distinto que lleva el protagonista de la película e Ivan Drago. El primero se entrena sin equipamiento y en plena naturaleza, el héroe de la Unión Soviética con las últimas tecnologías y en medio de un proceso de dopaje, aunque es muy curioso que se empleen tantos avances técnicos y médicos cuando siempre se ha acusado al comunismo de generar pobreza y atraso, pero mientras más eleves a tu rival más épica es tu victoria.
Sin embargo, el colmo de los colmos se produce al final del combate, no ya por el resultado en sí, más bien por la actitud del público soviético, que han dejado de lado al pobre Drago para aclamar a Rocky. ¿La razón? ¡El estadounidense está soportando las acometidas de su contendiente! Pararé aquí porque esta historia continúa en Creed 2, la cual no terminé de ver por salud mental, ya que parece que la derrota del boxeador soviético es la derrota de Stalingrado frente a los nazis.
Con este análisis queda demostrada la teoría que sosteníamos desde el principio, el cine se ha convertido en un arma propagandística al servicio de las clases dirigentes, que forja la opinión de las masas según donde deba soplar el viento. La cuestión es que no solo este proceso se limita a esta industria, afecta a todas las ramas del periodismo y a las Redes Sociales.
Quizás el mejor exponente de ello lo hemos vivido en las últimas elecciones generales que han tenido lugar en este país hace pocas semanas, en las que Feijóo y numerosos miembros del PP lanzan mentiras, mentiras y más mentiras, apabullando al espectador con multitud de datos, de forma que resulta muy difícil que todos sean rebatidos y más de una acaba tomándose como cierta. Esta “táctica” es más repugnante si tenemos en cuenta que parece que les da igual emplear este tipo de desinformación, puesto que son conscientes de que poseen un electorado muy estable y de que cuentan con la colaboración de los llamados “periodistas”, que no se atreven a alzar la voz e indicar que tales afirmaciones son falsas o están equivocadas, salvo Silvia Intxaurrondo, a la cual desde mi humilde posición quisiera alabar por su impecable actuación periodística, es lo mínimo que se merece.
Hasta aquí mi aportación por el momento. Quisiera pedir disculpas al lector por haber tardado tanto en volver a publicar un artículo, pero como dijo Napoleón en el Ayuntamiento de Grenoble tras escapar de Elba: “¡He regresado, amigos!”
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