La sociedad posmoderna: una sociedad sin revolución

«Existen en el relato de la posmodernidad muchas voces pero ningún idioma universal, muchas visiones superficiales pero ninguna imagen profunda de la realidad, mucho relativismo pero ninguna verdad absoluta».
José Antonio Martín Acosta

¿Qué demonios ha pasado en el mundo para que estemos sintiendo que la gente está cada vez menos cuerda? ¿Qué ha sucedido para que los grandes fundamentos que nos dieron los mejores momentos de la humanidad se hayan desvanecido de repente entre la bruma que dejan las explosiones nucleares?

¿Qué le ha ocurrido a la especie humana que prefiere lo injusto a la senda del progreso?

El maestro Fernand Braudel distinguía la historia de larga duración, donde el tiempo histórico corresponde a las estructuras cuya estabilidad es muy grande, marcos geográficos, realidades biológicas, límites productivos e incluso fenómenos ideológicos, muy diferenciados de la coyuntura, en la que los cambios son perceptibles para todos los observadores que lo están viviendo. Creo que hemos dejado atrás el tiempo de larga duración, es decir, los grandes relatos que explicaban nuestra realidad material, que ponían en un horizonte reconocible la esperanza de un mundo mejor, que nos daban la respuesta a nuestras crisis existenciales o que depositaban la confianza en algo más grande que nosotros. Y nos hemos metido en una dinámica en la que todo es coyuntura, es decir, que hemos dejado de mirar adelante, de creer que la ideología puede propiciar cambios sustanciales, de pensar que todo es susceptible de profundas revoluciones. El hecho histórico de vivir continuamente en una coyuntura tiene un nombre: posmodernidad. Y no es más que la constatación y el triunfo de la reacción porque este sólo hecho impide el cambio, es decir, la REVOLUCIÓN.

También resulta pertinente describir el proceso largo de vaciamiento del campo y el crecimiento desaforado de la ciudad. En cierto modo la pérdida de raíces deja al individuo desnudo ante la posibilidad de cambio. La sociedad industrial, orientada a la fabricación y distribución de sus recursos se desarrolla en la ciudad donde cada vez se hace más necesario el orden y el control. Y, aunque, esa masa de obreros, durante un tiempo, propició el desarrollo de la conciencia de clase, pronto, con el desarrollo de nuevas tecnologías, va a ser la culpable de sumir al individuo en una soledad dolorosa y artificial que va a ser la que acabe triunfando en la sociedad. El ser, dentro de una burbuja de relaciones de poder se deshumaniza y acaba perdiendo la fe en el progreso, o mejor dicho, la esperanza de cambio que provoca una revolución. Todo nos está llevando al nacimiento de lo posmoderno con el fin último de negarnos esa sola posibilidad.

Desde la caída de la URSS, la izquierda no ha buscado sino su propia descomposición. Ya no ha querido ver en el desarrollo de mejores condiciones socio económicas para el pueblo el centro de sus políticas, se ha derivado en infinitas luchas que, vistas desde una perspectiva humanista dejan fuera a la sociedad que debiera ser el referente de su razón de ser. De esta manera han comprado el relato de la burguesía dividiendo hasta el infinito sus propias perspectivas de victoria.

Existen en el relato de la posmodernidad muchas voces pero ningún idioma universal, muchas visiones superficiales pero ninguna imagen profunda de la realidad, mucho relativismo pero ninguna verdad absoluta. Se ha perdido el norte. ¿Dónde está en nuestros partidos de izquierdas la lucha obrera? ¿Dónde está la lucha a favor de las mujeres que son la mayoría de la población y quien más sufre las injusticias? La narrativa obrerista ha sido sustituida por los intereses de mil minorías contradictorias y que sí comparten claramente las opresiones de su clase social, sin embargo, así tomadas de una en una provocan un efecto de polarización difícilmente digerible. Se transmutan, a su vez las narrativas de clase por intereses individuales proponiendo un guión economista a la explicación del mundo: Tú opinas así porque te interesa. Ya no existe un interés común, son millones de intereses individuales. Nos han dividido y han vencido. Sin unión no hay revolución, he aquí la clave de bóveda de todo el entramado posmoderno.

A su vez se nos ha inoculado la incertidumbre sobre la realidad humana. Ya no tenemos a nuestros camaradas al lado para decirnos lo que sienten lo que nos ha llevado a desterrar el arma más poderosa de nuestra clase social: la solidaridad. Esas dudas que provoca la sociedad capitalista en la que vivimos, que son legítimas y que nos hacen avanzar si conseguimos respuestas, acaban por afectar al individuo que no recibe el feedback necesario para alimentarse moralmente de ellas y ese peso acaba haciendo al individuo cada vez más narcisista, ejerciendo una introspección dañina que lleva al sálvese quien pueda y al yo primero. Ya no hay ganas de trascender en lo político, sólo le queda la soledad, su propio yo amplificado, su propio cuerpo. Por eso estamos viendo la quinta esencia del individualismo capitalista prefigurado en el mundo Queer, el cuerpo como límite y el género como respuesta a la opresión capitalista. Un auténtico despropósito dado que el género es aquello contra lo que llevan luchando más de trescientos años las feministas. Nos han metido un gol y los partidos de izquierda de nuestro país lo están aplaudiendo porque, como decía Tasia Aránguez en un hilo de Twitter: “…los posmodernos consideran que la injusticia es solo un relato entre otros…” y así glorifican y elevan todas las injusticias poniéndolas al mismo nivel que las justas reivindicaciones de los colectivos feministas. Así compran el marco teórico del fascismo que dice que es igual el comunismo que el fascismo, que es igual el machismo y el feminismo, que es igual el violador y la violada. No podemos comprar esa idea porque nos deja desarmados, ese relativismo es tan pernicioso que destruye la capacidad de crítica y la capacidad de crear una ética de la justicia, que es lo que nos debería mover a las personas de izquierdas.

En resumen, la posmodernidad es la culpable de la gran desilusión que ilustra el sentimiento de izquierdas en España. La ausencia de los grandes relatos, la dictadura del proletariado, la sociedad comunista, la igualdad entre mujeres y hombres, la justicia universal, el reparto de la riqueza, provoca que el sujeto se hunda sobre sí mismo, sobre sus propios intereses, actitudes y vicisitudes sin parangón con ninguno de los sujetos con los que vive en sociedad, el otro deja de existir y la única certeza que posee es su propia experiencia, existe sólo él y eso en una sociedad de la información, una sociedad de las relaciones virtuales, una sociedad que prima la excelencia distanciada, el escalafón, la pirámide social, es un problema que sólo puede llevarnos al autoritarismo, al fundamentalismo y a un fuerte conservadurismo. Queda pues abierta de par en par la puerta de nuestra sociedad para que el fascismo entre y se acomode y todo ello será culpa de la izquierda que no ha sabido actualizar los contenidos de clase porque ha preferido intentar alcanzar unos objetivos mínimos antes que intentar el asalto al poder mediante una Revolución. Así nos va.

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