Ahora toca la reconstrucción, una nueva oportunidad de negocio porque la vida sigue su curso. Eso sí, habrá que hacer más presas, encauzar y pavimentar aún más ríos y cuencas hidrográficas, así como construir más autovías y puentes más resistentes. A eso le llaman “progreso”.
Por Txema García| 6/11/2024
Ha diluviado en Levante y Andalucía. Escenas dantescas. Pantanos antes casi vacíos han quedado colapsados, los ríos desbordados, y todo ello con el resultado de cuantiosos daños en bienes personales, enseres, haciendas, cultivos, vías de comunicación cortadas, y lo es mucho peor e irrecuperable, más de doscientas personas fallecidas, que pueden ser más según va avanzando el recuento de víctimas desaparecidas. Una catástrofe anunciada. No es la primera vez que ocurre ni será la última.
Ahora se buscan culpables para llevarlos a los tribunales de la opinión pública. El veredicto ya está echado. Solo hay un acusado que se sienta en el banquillo: una Naturaleza “asesina”, gritan algunos, que actuó con nocturnidad y alevosía.
Cada persona, cada familia, cada localidad, hará recuento de daños. Se declarará “zona catastrófica”. Las compañías de seguros intentarán indemnizar lo mínimo. Habrá declaraciones rimbombantes y quienes, incluso, intenten sacar rédito personal de la desgracia colectiva. Los magazines televisivos de mañanas y tardes ya tienen “carga lacrimógena” para una buena temporada y Errejón, Ábalos, Koldo García, Begoña Gómez, Alberto González Amador, Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso… contemplarán complacidos que la riada de la indignación ciudadana ahora anega otros territorios, otras latitudes emocionales.
La Naturaleza sube al estrado. Su señoría le pide identificarse. Se llama DANA, un acrónimo que significa “Depresión Aislada en Niveles Altos”. Está furiosa aún, se siente agredida por tantas impunidades que contra ella se comenten, y se niega a responder a las preguntas del juez. Un abogado de oficio, en nombre de un grupo ecologista superviviente y nostálgico, intenta defender a su cliente. Es en vano. Se acaba la vista. El juez dicta sentencia de inmediato: se declara culpable a la DANA de todos los destrozos causados. Y se le condena a retirarse de los territorios devastados y a que no vuelva nunca más. Asunto solucionado.
El público presente en la sala respira tranquilo. Encontrado y castigado el culpable, se acabó el problema. Políticos, constructores, urbanistas… suspiran aliviados, ya pasó lo peor. Ahora toca la reconstrucción, una nueva oportunidad de negocio porque la vida sigue su curso. Eso sí, habrá que hacer más presas, encauzar y pavimentar aún más ríos y cuencas hidrográficas, así como construir más autovías y puentes más resistentes. A eso le llaman “progreso”.
Mientras tanto, casi nadie hablará de permisos de construcción en zonas inundables, de normativas que no se cumplen, de nuevas normativas que habría que crear para paliar estas catástrofes naturales que, también las guía la acción o inacción del ser humano y de sus instituciones.
En esta ocasión hemos tenido mucha suerte en esta parte de Euskal Herria que es Euskadi. Esta vez nos ha pillado lejos, muchos kilómetros al sur. Pero, y nunca mejor dicho, esto es un nuevo aviso a “navegantes”, porque igual tendríamos que empezar a preocuparnos cuando por un error de centímetros sobre el plano de isobaras llegue otra nueva DANA a nuestro territorio.
¿Qué haremos cuando esto ocurra en las cuencas inundables del Ibaizabal-Nervión, o del Urola y el Oria, o del Urumea, o del Zadorra? ¿Y qué va hacer el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia de persistir en su empeño de construir un Museo Guggengeim en Murueta (Urdaibai) cuando la lluvia y el flujo mareal, como ya ocurre, aneguen la zona? ¿Echará también la culpa a la DANA o asumirá sus propias responsabilidades?
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