Desde su creación, Robinhood ha conseguido no solo facilitar la compra de acciones a cualquiera, sino además, gamificar el proceso para convertirlo en algo adictivo, en una especie de juego en el que muchos resultaron atrapados.
La salida a bolsa del broker online norteamericano Robinhood ha conseguido recaudar $2,100 millones para la compañía, pero ha quedado clasificada como una de las peores de la historia: las acciones de la compañía, que salió en el escalón de precio más bajo, cayeron un 8.4% en su debut, encuadrando las preocupaciones del mercado sobre un modelo de negocio que tiene muchas más sombras que luces.
Sin duda, Robinhood supuso, en su momento, una disrupción. Su funcionamiento sencillísimo permitió que absolutamente cualquiera pudiese adentrarse en la inversión bursátil sin comisiones, lo que propició no solo un nivel de inestabilidad en los mercados nunca visto anteriormente, sino también el desarrollo de los llamados meme stocks.
En general, eliminar barreras de entrada a una actividad es una fuente habitual de innovación y disrupción, y es como tal muy interesante. El problema es qué haces con la disrupción que eres capaz de generar, y Robinhood es un ejemplo clarísimo de cómo actuar de forma completamente irresponsable en ese sentido. Desde su creación, Robinhood ha conseguido no solo facilitar la compra de acciones a cualquiera, sino además, gamificar el proceso para convertirlo en algo adictivo, en una especie de juego en el que muchos resultaron atrapados. La compañía lo ha hecho todo mal y ha demostrado cómo la disrupción puede convertirse, utilizada de manera irresponsable, en algo muy malo: deficiente seguridad y servicio de atención al cliente, esquemas que favorecen la adicción, y un modelo de negocio para nada claro o transparente.
Por mucho que sus creadores afirmen que la compañía estaba lista para salir al mercado, la realidad es que eso no solo depende de la madurez de la compañía, sino también de sus estándares éticos. Cada vez tenemos más evidencia del daño que puede hacer una compañía con estándares éticos deficientes o inexistentes cuando crece de manera desmesurada, y Robinhood es, en ese sentido, un claro ejemplo de cuando un mercado recompensa el mal comportamiento y la irresponsabilidad. Si premiamos a compañías que se dedican a convertir los mercados financieros en un esquema para capturar a ludópatas, que proporciona información deficiente a sus usuarios, que les ofrece un sistema de atención al cliente espantosamente malo que les lleva a actuar con escasa información y que, además, hace todo eso con un modelo de negocio escasamente transparente, solo estamos anunciando que los problemas que esa compañía generan se harán mayores en el futuro.
Con acceso a más dinero, Robinhood va a seguir haciendo más de lo mismo, y generando seguramente más perjudicados. Que sus acciones bajen tras su salida podría ser una prueba de que, en algún sentido, la ética (o la falta de ella) también cotiza en bolsa, aunque todavía, desgraciadamente, no tenga todavía el peso que posiblemente debería tener en una sociedad sana. Lo que una sociedad sana debería hacer con compañías como Robinhood no es recompensarlas con más dinero, sino aislarlas, ponerlas bajo rigurosos controles, y tratar de impedir que provoquen los problemas que provocan. Cuando una compañía como Robinhood demuestra lo que ha demostrado ya en su relativamente corta historia, lo que está demostrando realmente es que está mucho más allá de toda redención posible, porque la carencia de ética está completamente imbricada en su funcionamiento. Nada bueno puede esperarse de una compañía así.
Una vez más, la innovación o la disrupción no son necesariamente un problema: es el uso que algunos irresponsables hacen de ella para tratar de maximizar a toda costa sus beneficios.
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