La sal de la tierra

Por Daniel Seixo

«¡Ése es el pueblo, el que sufre todas las desdichas y es por tanto capaz de pelear con todo el coraje! A ese pueblo, cuyos caminos de angustias están empedrados de engaños y falsas promesas, no le íbamos a decir: «te vamos a dar», sino: «¡aquí tienes, lucha ahora con todas tus fuerzas para que sean tuyas la libertad y la felicidad!»

Fidel Castro

«El imperialismo es un sistema de explotación que se produce no solo en la forma brutal de quienes vienen con armas para conquistar el territorio. El imperialismo a menudo ocurre en formas más sutiles, un préstamo, ayuda alimentaria, chantaje. Estamos luchando contra este sistema que permite que un puñado de hombres en la Tierra gobierne a toda la humanidad

Thomas Sankara

«Es preciso soñar, pero con la condición de creer en nuestros sueños. De examinar con atención la vida real, de confrontar nuestra observación con nuestros sueños, y de realizar escrupulosamente nuestra fantasía.»

Vladimir Ilyich Lenin

«No es lo mismo hablar de revolución democrática que de democracia revolucionaria. El primer concepto tiene un freno conservador; el segundo es liberador.»

Hugo Chávez

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Lejos quedan las bravuconadas de Jair Bolsonaro, las denuncias de los golpistas bolivianos o las acusaciones que calificaban a las brigadas médicas cubanas de actuar bajo un régimen de trabajo forzoso. Mientras escribo estas líneas, una brigada de 52 médicos y paramédicos cubanos, varios de ellos con experiencia en la lucha contra el ébola en África, aterrizan en Italia para ayudar al pueblo italiano en su despiadada lucha contra el COVID-19. Los fuegos de artificio de la manipulación y el terrorismo informativo, se diluyen lentamente ante el férreo ejemplo de un país que pese a verse bloqueado y vilipendiado por el cruel bloqueo estadounidense y la pasividad de la comunidad internacional frente al mismo, una vez más, decide dar desinteresada muestra de lo que la solidaridad internacionalista debe suponer.

Activa hasta el momento en más de 60 países, la presencia médica cubana mantiene a más de 28.000 efectivos en el extranjero dando buena muestra del carácter pacífico de la revolución socialista y ayudando con su trabajo a los sectores más desfavorecidos a ver garantizado su acceso al bien más preciado para el ser humano: la salud. Incluso en Italia, una de las más importantes economías del mundo, la misión del personal médico cubano no es otra que la de aportar su esfuerzo y su experiencia en la lucha por la vida de todos aquellos que -debido a los recortes, el austericidio y el fanatismo neoliberal que infecta Europa- han visto como sus recursos más básicos eran desviados al pago de inabarcables deudas, únicamente destinadas al altar de la economía especulativa, dejando con ello desatendidos los hospitales, los centros educativos o las prestaciones sociales.

No nos equivoquemos, cuando un médico cubano salve una vida en suelo europeo, lo estará haciendo pese a las reticencias y contradicciones nuestro sistema social y económico. Del mismo modo que lo han venido haciendo en su lucha contra el ébola en África o contra la desigualdad y la pobreza en Venezuela. Las misiones médicas cubanas, escapan en su desarrollo a nuestra lógica capitalista, no resulta posible encuadrar sus esfuerzos en esa dinámica inhumana que asegura que los tiempos de crisis y dificultades son buenos para aumentar margenes de beneficios y presionar al rival comercial con sus debilidades y necesidades. Amparados por el legado de Fidel y la revolución de los barbudos, los contingentes médicos cubanos escapan en sus actos a la política de rapiña del mismo modo que cada uno de ellos lo hace de la consideración de heroicidad que el agradecimiento sincero y fraternal de los pueblos les pretende otorgar. No verán en estos hombres reproches a los países que en más de una ocasión se situaron contra el pueblo cubano, ni tampoco intención alguna de politizar un acto de cooperación entre pueblos, no verán tampoco reproche alguno por el solitario esfuerzo realizado durante décadas por la revolución cubana en los rincones más olvidados del mundo. Médicos revolucionarios, así se definían quienes esta misma semana aterrizaban en Italia para enfrentar al coronavirus. Esto es, personal dispuesto a con su valía y esfuerzo a provocar un cambio en la delicada situación de nuestros países por el efecto del coronavirus, pero también en el ámbito social, económico o moral de nuestras sociedades.

Tras años de adelgazamiento forzado y continuado de los estados y el peso de los recursos públicos, la doctrina liberal comienza seriamente a resquebrajarse bajo nuestros pies

Debemos replantearnos en este momento como resulta posible que una pequeña isla caribeña, ampliamente golpeada y encerrada por el imperialismo estadounidense, se muestre capaz de enviar personal médico a Europa e incluso de manos del científico cubano Luis Herrera, pueda llegar a desarrollar un medicamento antiviral como interferon ALFA 2B y ponerlo a disposición del mundo, mientras economías como la nuestra propia o la italiana se muestra incapaces y reticentes a enfocar sus esfuerzos para salvar vidas humanas, cesando la producción de todo aquel bien que no resulte indispensable para solventar el estado de alarma sanitaria en el que nos encontramos. Debemos preguntarnos seriamente como resulta posible que nuestros dirigentes y expertos económicos nos digan que resulta imposible paralizar durante apenas dos semanas la economía sin sufrir graves consecuencias como pueblo, cuando un estado como el cubano, golpeado por la sin razón del imperialismo capitalista, se muestra no solo capaz de encarar una situación semejante, sino también a su vez de desviar recursos para cumplir con uno de sus más firmes principios, la solidaridad con los pueblos. Debemos plantearnos estas cuestiones para encontrar respuestas, respuestas que me temo se encuentra insertas en la insostenibilidad del neoliberalismo y la economía especulativa como eje de nuestros más básicos pactos sociales.

Y mientras el estado cubano muestra de nuevo su preparación ante desastres naturales y epidemias apoyado en la destreza y experiencia de sus doctores y enfermeros en la cooperación con países de África, Asia, América Latina y el Caribe, la Unión Europea, Reino Unido y Estados Unidos, se hayan actualmente inmersos en una desbandada moral en la que sus ciudadanos apenas logran identificar una política común más allá del venerado sálvese quién pueda siempre intrínseco en la filosofía y los métodos capitalistas. Si de grandes naufragios estamos hablando, la doctrina liberal vive en estos momentos su particular derrumbe del muro. Aunque la resistencia del statu quo a aceptarlo y los daños colaterales causados la ceguera occidental, puedan prolongar durante años el estado de reconstrucción, la historia ha demostrado una vez más continuar su irrefrenable camino.

Como bien apuntaba Esteban Hernández en El Confidencial, existe una guerra abierta entre EEUU y China, una guerra comercial, económica, tecnológica, pero también cultural. La globalización y el capitalismo salvaje basado en el máximo beneficio y la explotación de los contingentes obreros más precarizados allá donde se encontrasen, convirtió a Occidente en un páramo industrial, una tierra únicamente dedicada en cuerpo y alma a la especulación económica y al capitalismo financiero, que si bien ya demostraba serias fisuras en sus costuras antes de la llegada del COVID-19, con la implosión de la actual crisis sanitaria mundial, ha terminado por mostrar en toda su crudeza la decadencia de un sistema que muere, para dar paso a otro que lenta pero inexorablemente, comienza a florecer. Los aviones chinos y rusos que poco a poco aterrizan en suelo italiano, para dotar a un país miembro de la Unión Europea de la ayuda necesaria para hacer frente a esta emergencia sanitaria, profundizan en la idea de la parálisis de la Unión frente a las necesidades de los pueblos. El selecto club que se mostró incapaz de liderar una alternativa económica a la crisis de 2008 y que simplemente siguió el rescate a las instituciones especulativas liderado por Estados Unidos -castigando con ello severamente a los pueblos del Sur de Europa- la Unión del silencio ante el espionaje máximo por parte de las administraciones estadounidenses, la complicidad en la persecución a Julian Assange o Edward Snowden, la comunidad política del intervencionismo en Siria, Libia, Venezuela o Cuba, aquellos que permitieron la mano dura en las fronteras o el auge del fascismo como respuesta de contención frente a la verdadera voz de los pueblos, se muestran hoy incapaces de contraponer un modelo a las nuevas potencias emergentes. De nada sirven ya los grandes editoriales o las petulantes comparecencias políticas acusando de autoritarias e inhumanas a las instituciones del gobierno chino o ruso, cuando cada vez más europeos ven con sus propios ojos la falta de libertades en sus estados, la desfachatez con la que se juega con las vidas humanas o la hipocresía de una geopolítica en la que abundan los contratos millonarios plagados de grandes mordidas con dictaduras como la de Arabia Saudí, mientras se acusa de estado terrorista al gobierno ruso. Gobierno que aunque a muchos les pese, resulta ser el principal responsable a la hora de poner freno en Siria al wahabismo desenfrenado de Daesh.

El imperialismo de sumisión fomentado y llevado a la práctica por Estados Unidos durante el pasado siglo, comienza a llegar a su fin de la mano de una nueva potencia imperial

La crisis de 2008, la ola de precariedad y la sensación de abandono total y absoluto interiorizada por grandes segmentos de las clases populares occidentales, ha cambiado para siempre las reglas del juego. Ya no basta con oponerse desde la Unión Europea a «La Nueva Ruta de la Seda» China por razones morales o éticas poco o nada fundamentadas en realidad, sino que el gran plan estratégico de Xi Jinping, ha comenzado a calar entre cada vez más estados europeos con una nueva visión de relaciones comerciales y diplomáticas, basada en intereses, pero también en experiencias pasadas lenta, pero profundamente interiorizadas. El imperialismo de sumisión fomentado y llevado a la práctica por Estados Unidos durante el pasado siglo, comienza a llegar a su fin de la mano de una nueva potencia imperial, que aprovechando su posición como indiscutible fábrica del mundo -gracias a la liberación de mercados y a la renuncia al poder estatal fomentada por los «grandes pensadores» liberales- ha logrado planificar y organizar su economía a largo plazo de la mano de un estado firme, hasta convertirse en un claro aspirante a dirigir el signo de nuestra realidad durante el presente siglo. Además de suponer el centro productivo del mundo, el estado Chino ha sabido blindar su economía y desarrollar una industria puntera que hoy se muestra al mundo de la mano de la red 5G y que mañana lo hará sin duda de forma puntera en nuevos avances tecnológicos.

Un inabarcable y casi inexplorado mercado interno, la capacidad para movilizar ingentes cantidades de recursos y personal humano y una economía centralizada y dirigida con visión de futuro por un estado fuerte y firme, le ha valido a China no solo para superar en un tiempo prudencial la crisis provocada por el coronavirus y lograr con ello lanzarse a la ayuda del resto del mundo, sino también para mostrarnos finalmente las fortalezas con las que el eterno aspirante se ha visto forzado a saltar al cuadrilátero para comenzar a disputar la primacía mundial. Mientras Donald Trump decide replegarse intramuros y relocalizar parte de sus fábricas en suelo estadounidense y sus socios europeos reciben entre asombrados y reticentes las primeras muestras del poder «imperial» chino y sus socios en essta nueva aventura por el dominio mundial, economistas y analistas políticos de toda índole intentan enmarcar este movimiento sísmico en alguna de las categorías hasta ahora establecidas. Todavía a día de hoy y quizás en gran parte debido a la fe ciega ante la propaganda y la desinformación proveniente de Washington, China continúa siendo una auténtica desconocida para gran parte de nosotros. Tal y como por otra parte, pero por motivos bien diferentes, nos continua sucediendo con la realidad social que viven a diario millones de estadounidenses, la visión real del «Imperio» del dólar dista mucho de las imágenes brindadas por las estrellas de Hollywood o las series de Netflix o HBO.

Existe una guerra abierta entre EEUU y China, una guerra comercial, económica, tecnológica, pero también cultural

Lo que parece ya evidente, es que tras años de adelgazamiento forzado y continuado de los estados y el peso de los recursos públicos, la doctrina liberal comienza seriamente a resquebrajarse bajo nuestros pies. Debimos de verlo durante el efecto del huracán Katrina o tras la crisis económica de 2008, pero ha sido una pandemia la encargada de lograr que nos percatásemos de la futilidad de este circulo de insolidaridad, depredación y cinismo que se hace totalmente irrespirable. La perdida adquisitiva de nuestros trabajadores, la precarización de sus entornos laborales, el aumento de la siniestralidad, los recortes en las prestaciones sociales o la impunidad del continuo y generalizado abuso y explotación patronal, ante la pasividad de muchos sindicatos y la mayor parte de los partidos parlamentarios, logró que durante un tiempo nos diésemos por vencidos. Durante un tiempo, el dogma neoliberal nos encerró en nuestras casas y nuestras rutinas laborales de una forma más brusca incluso que esta cuarentena. Simplemente, inmersos en nuestras compras convulsivas e innecesarias en su mayor parte, nuestro mercadeo de identidades y el ficticio sentimiento de comunidad representado en las redes sociales o el bullicio de unos bares cada día más eclécticos y menos proletarios, nos mantuvimos hipnotizados y alejados de esta realidad que a poco que recapaticemos en ello, nos terminaría devorando día a día, lentamente. Escucho mucho esa cantinela de que todo esto resulta necesario para la naturaleza, que la tierra es sabia y nos ha impuesto un parón para reprogramarse,  ¿acaso nosotros no lo necesitamos también?

Un parón para darnos cuenta de que la economía no lo es todo, en realidad no es nada si no se encuentra al servicio de los pueblos y si Venezuela, Cuba, Irán o Palestina pueden soportar décadas de bloqueo y amedrentamiento por parte de Estados Unidos con tal de no ceder su soberanía, su libertad, una libertad verdadera y no la que nos proporciona el consumo en la multinacional de turno, también nosotros podemos salir a la calle a reclamar al menos nuestras necesidades más básicas. Basta ya de jornadas laborales interminables por sueldos de miseria mientras las patronales anuncian cada año ingentes cantidades de beneficios, no queremos ver más gente sin casas y casas vacías en manos de fondos especulativos, grandes propietarios o bancos a los que hemos rescatado con nuestro sudor y nuestras lagrimas. Por no querer, no queremos seguir postergando la creación de una banca pública dirigida por y para el pueblo. Y si se repite el desfalco de las cajas, no queremos que otra vez salgan impunes sus responsables. Y es que si algo queremos con más premura y necesidad que nunca, es justicia, pero una justicia real y equitativa y no un marco jurídico diseñado por fascistas para actaur únicamente contra aquel que roba gallinas en un estado de grandes estafadores. Queremos decidirlo todo, comenzando por nuestro modelo de estado, siguiendo por su jefatura y continuando por nuestra identidad nacional, nuestra relaciones económicas o los acuerdos y pactos políticos. Si este país se pudo parar durante años y repetir elección tras elección para llegar a formar un gobierno, también puede hacerlo para desarrollar un nuevo modelo de democracia real y directa. El proceso constituyente supone sin duda el camino más firme y democrático para llegar a ver en este deseo una realidad. Queremos que nuestros recursos, nuestra producción y nuestros servicios públicos, vuelvan a manos del pueblo, el lugar al que pertenecen y del que nunca debimos permitir que fuesen arrebatados. Basta ya de cuentos de emprendedores, empresarios como garantes únicos de la generación de riqueza e inventos liberales de chichinabo, es hora de recuperar la centralidad del obrero y el trabajo cooperativo y si no les gusta ese modelo de sociedad, que sepan también que el coronavirus en su inmensa tragedia nos ha enseñado el poder de un parón total de la producción que les guste o no, a día de hoy, todavía se encuentra en manos del obrero.

Cuando un médico cubano salve una vida en suelo europeo, lo estará haciendo pese a las reticencias y contradicciones nuestro sistema social y económico

Los trabajadores de Mercedes-Benz en España deteniendo la producción para proteger su salud y la de sus compañeros, los obreros de la planta de Seat en Martorell (Barcelona) aportando su grano de arena para lograr fabricar respiradores en un contexto de absoluta emergencia médica o todos y todas esas trabajadoras levantándose cada mañana temprano para abrir sus farmacias, atendernos pacientemente en los mercados, realizar las rutas de transporte o directamente salvarnos la vida, todos ellos, son el ejemplo y el orgullo de la clase obrera y cuando todo esto termine, se merecen que cada uno de nosotros salgamos a la calle y demos hasta la última gota de nuestro sudor por sus derechos, que son en definitiva los nuestros. Basta ya de individualismo, basta ya de egoísmo y batallas libradas únicamente por necesidades personales. Cuando se nos vuelva a pedir que demos la batalla en la calle por nuestros derechos laborales, cuando al salir de todo esto algunos tengan la tentación de hacernos pagar sus ERTEs y hacer del despido y la precariedad una huida hacia delante ante la inviabilidad manifiesta de este sistema, es entonces cuendo debemos recordad a todos aquellos que hoy dan cada gota de su sudor y cada hora de su sueño para salvarnos la vida, para lograr que todo esto sea mucho más fácil para nosotros. Ellas y ellos son proletarios, son pueblo, curritos como usted y como yo que con mayor o menor fortuna en sus vidas, con más o menos comodidades materiales en su día a día, salen a la calle cada mañana, incluso en medio de una maldita pandemia, para hacer que todo esto siga funcionando, para evitar el desastre absoluto de nuestra sociedad. Que nunca más les sirva su cinismo para separarnos. De todos nosotros depende someternos o luchar. Al pueblo, solo lo salva el pueblo. Y ese debe suponer nuestro más firme principio de cara a lograr afrontar los grandes cambios que se avecinan.

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