La revolución interior es imprescindible para el triunfo de la revolución colectiva

Por Marta Herrera

No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente.

Virginia Woolf

Recientemente la red de transporte público de Madrid (EMT) ha llenado de carteles sus vagones, estaciones y autobuses con los se recuerda y anima a los pasajeros a comportarse “cívicamente”.  Pasando por alto las numerosas y acertadas críticas que estos carteles han recibido por el uso que hacen de los roles de sexos, lo más llamativo por dañino es que se haya tenido que recordar cómo comportarse a los usuarios.

 

¿Cuál es el nivel de incivismo al que la sociedad española está llegando? ¿Qué hace pensar a un ciudadano que escuchar música sin auriculares, hablar a gritos o usar dos asientos es algo aceptable? ¿En qué momento se perdieron los mínimos valores y por qué se tolera?

Que estas conductas ahora se hayan agravado hasta el extremo de necesitar carteles sólo es una consecuencia sofisticada y moderna de aquel panem et circenses (pan y circo) que los romanos ya entendieron y acertadamente implantaron. Un pueblo adormecido con un ocio barato y embrutecido siempre será más fácil de controlar que un pueblo libre y bien formado. Los resultados contemporáneos son evidentes: ni se cede asientos ni triunfan las revoluciones.

Durante las últimas semanas este medio ha publicado dos artículos dónde se hablaba de la banalización de la cultura y del fallo de las revoluciones. En el primer caso se trata de un desencadenante de este incivismo y en el segundo de su consecuencia. Cuanto más básico sea el contenido de ocio que se consume, menor nivel de reflexión. Y a menor nivel de reflexión, menor pensamiento crítico y menor organización civil que se revolucione. Si los romanos usaron leones en el circo para estos fines narcóticos, nuestros gobiernos se sirven futbolistas en estadios y Netflix.

¿Cómo va a triunfar una revolución si el pueblo no sabe organizarse ni defenderse? Sin despreciar ni uno de los acertados argumentos dados en el artículo de Daniel Seijo, la realidad es que la revolución interior debe preceder a la exterior.

Pero, ¿qué significa la revolución interior? Significa el autoconocimiento de uno mismo y de las circunstancias hasta no poder soportar el conformismo y decidir actuar. Y para lograr la revolución interior los ciudadanos deben cuidarse y nutrirse en cuatro ámbitos principales: cultura de todo tipo, bienestar físico, bienestar mental y cultura colaborativa no formal.

El primer elemento, la cultura, nos dará los conocimientos básicos y esenciales para, tanto criticar el sistema, como para saber cómo mejorarlo. Muchas veces se ha hablado de las continuas modificaciones curriculares de los programas escolares, cada vez más básicos y alienantes. Que el ciudadano se forme de manera personal es imprescindible en estos tiempos de extremada simplificación escolar y universitaria, esta última más empeñada en crear unidades productivas de trabajo que maquinas pensantes. Lecturas alternativas, de interés personal y sobre temas que no dominemos se hacen imprescindibles para descubrir qué ocurrió en la historia, que sucede en la sociedad actual y cómo modificarla.

El segundo elemento es un estadio incluso anterior. De nuevo los romanos ya dominaban esto: mens sana in corpore sana. Ninguna revolución, ni interior ni exterior, es posible sin el cuerpo que lo sostenga. Los nuevos hábitos alimenticios y la falta de deporte son evidentes en la población española, con alarmantes niveles de obesidad infantil y adulta, diabetes y problemas cardiacos. Se hace muy difícil pensar con altos niveles de azúcar en sangre y resulta muy duro aguantar largas jornadas de estudio sin un cuerpo que nos sostenga. El ciudadano debe encargarse de alimentarse bien y de reservar tiempo al deporte en cualquiera de las versiones disponibles. Aunque claro, hacer deporte también es un nuevo modo de rebeldía, pues como se analizaba en otro artículo, cada vez resulta más impensable encontrar un servicio deportivo de calidad en los municipios españoles. Pero, aún así, se hace necesario el deporte y los alimentos nutritivos de calidad para la salud mental.

El tercer elemento es el bienestar mental. No sin motivo cada vez está más de moda el yoga, la meditación o las terapias de distintos tipos. No basta con conocimientos formales y un buen cuerpo para ser capaz de revolucionarse. Calmarse, conocerse y entenderse son básicos para una revolución. Revolución debe ser sinónimo de organización civil, y eso requiere una cultura de la organización. Requiere que comprendamos la naturaleza humana, la propia, la ajena y seamos comprensivos. El yoga y la meditación no dejan de ganar adeptos porque permiten reconectar con el ser interior, permiten calmar la mente y alejarla de la contaminada rutina. Es preciso que cada individuo encuentre su momento de desarrollo personal y así pueda integrarse en las organizaciones civiles con mayor comprensión, amabilidad y sentido de la humildad.

Frente a unos gobiernos cada vez más omnipotentes es absolutamente vital que el pueblo sea aún más cualificado, más complejo y más humano.

Cabría hablar de un cuarto elemento, la educación no formal y la cultura colaborativa. En España los índices de participación en organizaciones no formales, ongs y voluntariados son muy bajos en comparación con la cultura europea. El ciudadano español debe romper esa barrera que le impide unirse a sus semejantes, bien por falta de tiempo o de conocimiento, y debe buscar una organización o grupo que le interese. La cultura de grupo es imprescindible para luego sacarla a las plazas y las opciones en función de intereses son casi infinitas. Los grupos ayudan a entender lo que no se explica en los colegios. Los grupos tratan temas emocionales, refuerzos, dan comprensión y hacen que el individuo se sienta realizado en algo de su interés personal.

La revolución interior es una forma ideal de hablar simplemente de la necesidad de ser un pueblo más competente. No se pretende con este artículo responsabilizar a los ciudadanos de lo que ocurre con su país ni llamarles ignorantes, pero sí hacer entender que son necesarios, imprescindibles para lograr cambios. Frente a unos gobiernos cada vez más omnipotentes es absolutamente vital que el pueblo sea aún más cualificado, más complejo y más humano. Las plazas seguirán vacías mientras los comportamientos incívicos sigan imperando, pues es difícil respetar a otros si no se respeta ni la inteligencia, ni el cuerpo ni el bienestar de uno mismo.

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