La revolución inclusiva: escoge tu bando

Escrito e ilustrado por David González Gándara

Ha llegado el momento de concluir esta serie de artículos sobre la inclusión educativa. Después de reflexionar sobre el papel de profesores y orientadores y en qué debería consistir un diagnóstico pedagógico pasamos a demostrar, mediante ejemplos prácticos, cómo todo esto funciona en la realidad.

Hoy me gustaría recordar la historia de Alejandra, que el profesor Echeíta relató en 2010, en el trabajo «25 Años de Integración Escolar en España». Cuando todos insistían en que su sitio era un centro de educación especial, a 15 km, su madre luchaba para que pudiese estudiar en el instituto de su localidad, con sus compañeros de siempre. La niña era deliberadamente arrinconada en el aula sin tareas para hacer, ya que para casi todos (administración, departamento de orientación, profesorado), su discapacidad intelectual le hacía imposible aprender. Se forzó a esta niña a recibir una educación de
muy mala calidad sólo para demostrar que estaría mejor en otro sitio.

Y sin embargo, la madre de Alejandra no se arrepiente de haber luchado por que su hija estuviese con los demás. Dice: «Si supeditamos la inclusión a los medios estaríamos no sólo vulnerando los derechos de las personas con diversidad funcional sino que también estaríamos lanzando el mensaje de que la diversidad funcional es negativa».

Echeíta nos recuerda que no es imposible que haya inclusión de alumnos con diversidad funcional en la difícil ESO, porque en muchos sitios ya se ha hecho, que no conocemos el límite de nuestras capacidades ni las de nuestros alumnos y que necesitamos a más familias como la de Alejandra, y que sigan así, porque no están solos.

He querido incluir esta historia con un final menos feliz que la de Alan y muchas otras que no incluyo, para que no parezca que quiero transmitir el mensaje de que todo funciona flowerhappy en la lucha por la inclusión.

Es muy injusto descargar sobre las familias del alumnado con discapacidad la decisión entre una situación mala y otra malísima. Y no creo que debemos culpar a las familias que deciden rendirse a la evidencia de que actualmente, en muchos casos, la escolarización en centros especiales es menos mala.

Afortunadamente, hay muchísimas historias de personas que creyeron en la inclusión y están empezando a mejorar la sociedad. Nos encontramos en un momento muy difícil, y en el que hay que vencer muchas fuerzas de inercia para estar del bando de la gente que quiere cambiar las cosas. Sería mucho más fácil seguir como siempre. Esto mismo le pasó a Frodo, que vivía tranquilo en la Comarca. Cuando le expone el problema a Gandalf: «Ojalá el Anillo nunca hubiera llegado a mí. Ojalá nada hubiera ocurrido». Es lo mismo que pasa a las personas que desearían no tener que ser los iniciadores de un proceso de revolución inclusiva. Gandalf respondió a Frodo lo mismo que podría responder a estas personas: «Eso desean quienes viven estos tiempos, pero no les toca a ellos decidir. Lo único que podemos decidir es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado». Seguir siendo parte del problema, o pasar a ser parte del cambio.


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