Mossos ha desplegado un fuerte dispositivo policial en el barrio de la Bonanova de Barcelona, donde coincidían dos movilizaciones: una convocada por Desokupa para reclamar el desalojo del Kubo y La Ruina y otra en solidaridad con los espacios okupados. La Brigada Móvil ha cargado, pero la marcha ha podido llegar frente a las casas, mientras Daniel Esteve, fundador de la empresa de desalojos extrajudiciales, repartia pizzas desde un taxi
Por Adrián Crespo / Directa.cat
Un gigantesco dispositivo policial «ha parado los pies a unos y otros», han titulado algunos medios. Y, sin embargo, anoche el millar de manifestantes convocados en solidaridad con El Kubo y La Ruina consiguieron lo que pretendían: llegar hasta los dos edificios okupados de la Bonanova, que por ahora no serán desalojados por nadie, para demostrar su apoyo ante los ataques que han recibido en los últimos días con cohetes, artefactos incendiarios y proyectiles.
La manifestación antifascista se pone en marcha a las siete y media en la plaza de Lesseps, donde termina el distrito de Gracia y comienza el de San Gervasio, en una de las fronteras urbanas más significadas de Barcelona. En el fondo de la ronda de General Mitre, frente a la cabecera de la marcha que vigila media docena de furgonetas policiales, se divisa un territorio extraño, arisco con la huella habitual del movimiento okupa. Otros modos de vestir, otros modos de andar. Y al girar llega por Balmes, poco a poco van saliendo cabezas peinadas y teléfonos móviles de las porterías regias para curiosear qué pasa en su calle. Un fenómeno exótico, sin duda. ¿Cuándo fue la última vez que una manifestación cruzaba la plaza Kennedy?¿De qué tanatorio se ha escapado toda esa gente vestida de negro? ¿Por qué algunos van con la cara tapada si el Covid ya ha terminado? Muchos vecinos no entienden, y quienes creen entender mencionan indignados hachas y elementos arrojadizos que han visto en un vídeo de Tiktok.
Al girar llega por Balmes, poco a poco van saliendo cabezas peinadas y teléfonos móviles de las porterías regias para curiosear qué pasa en su calle. Un fenómeno exótico, sin duda. ¿Cuándo fue la última vez que una manifestación cruzaba la plaza Kennedy?
Al girar a la izquierda por el paseo de San Gervasio y ya cerca de la plaza Bonanova, hileras de antidisturbios bloquean los calles circundantes para que no haya sarao con algunos vecinos que no tolerán la presencia de los manifestantes venidos de fuera. «No, no, nazis no», gritan los manifestantes. “Hijos de puta”, se siente que contesta lisa y lanamente uno de esos señoras. Una forma de mencionar a la madre de los manifestantes que condensa toda la paradigmática sofisticación de la alta sociedad barcelonesa. En el fondo del paseo, el cordón policial bloquea el pase a la plaza Bonanova, epicentro del conflicto potencial. Sólo se oye un rumor, el del calle Muntaner, donde se han ido reuniendo ya los otros manifestantes, los antiokupas convocados por la asociación Mi barrio seguro y Desokupa.
Más cerca, sin embargo, en la esquina del estrecho callejero María María por donde se desviará llega la manifestación en apoyo al Kubo y a La Ruina, un muchacho barbudo rodeado de su familia pretende enfrentarse a una marcha que le ignora. “Que vengan, que vengan”, dice jadeante. Naturalmente nadie va. «No sabía que había tanta purría», le hace notar la que quizá sea la madre, o la suegra, o la tía Cuca. «Aquí no se ducha ni uno». Ante todo, cuando los manifestantes gritan “fuera fascistas de nuestros barrios”, se pregunta si realmente este gueto de ricos podrá serlo. O de otro que no sea la familia del chico barbudo que jadea.
Habrá una carga policial con desproporcionados porrazos. Uno de los manifestantes debe irse de urgencia por una herida en el cabeza
Unas calles más allá, junto al campus de La Salle, la marcha se concentra y gira hacia abajo por el calle Lluçanès. Allí, frente a unas casitas bajas en el calle Alcoy que contrastan mucho con el resto de edificios de la zona, otra familia mira la marcha de brazos cruzados. Pablo Domínguez, se llama el hombre. Bajito y de ademán humilde, desde los años sesenta en el barrio. Sufre por su coche, que ha tenido que mover esta mañana a otro lado. Pone cara de incomodidad, pero cuando habla de las casas dice que en todos estos años, de problemas, ni uno. “Hasta que llegó toda esa mierda de las elecciones, hace unas semanas”.
La manifestación de apoyo a las casas okupadas ha llegado ya a La Ruina, en el chaflán desde el que se vería el otro lado de la plaza Bonanova si no fuera por el monumental cordón policial. La trayectoria ha llegado al final y la gente aplaude con euforia y golpean las vallas para hacer ruido a los habitantes de las dos casas. Tras estas vallas con función de muro, salen algunos habitantes de La Ruina que dan la mano en señal de agradecimiento y levantan, a modo de saludo, algunos de los utensilios de autodefensa que pusieron encima por si las cosas venían mal dadas.
Alrededor de Daniel Esteve, jóvenes con ganas de correr y gritar “guarros” y ocho personas con capa roja que se presentan como Espartanos 300 y que afirman luchar contra la Agenda 2030
Habrá una carga policial con desproporcionados porrazos. Uno de los manifestantes debe irse de urgencia por una herida en la cabeza. Al poco, sin embargo, vuelve la calma tensa en el calle Lluçanès.
Unos metros más allá, pasado el Kubo, una mujer y un hombre que viven en las fincas adyacentes hablan como indignación de todo. Son Cristina y Javier. Ella es arquitecto y habla con efusividad de la cédula de habitabilidad que necesita en cualquier finca donde vive tanta gente como en estas dos casas. Lamentan la “insalubridad”, porque hasta hace poco “los okupas iban a buscar agua a una fuente y eso no son formas de vivir”; lamentan la cuestión estética, porque la fachada se «muy fea»; lamentan alguna fiesta de vez en cuando… Pero no hablan de agresiones, ni de piedras, ni de armas blancas; de todos los argumentos con los que la extrema derecha se ha hecho fuerte en los últimos días. Porque «no ha habido violencia física», reconoce Javier.
A las nueve y media, la manifestación en apoyo a los okupas empieza a retroceder por dónde ha venido, llega a la calle Lluçanès. Han gritado contra el capitalismo y contra los nazis que con toda seguridad había en el otro lado de la plaza. Han celebrado la resistencia de El Kubo y de La Ruina. ¿Pero qué hay de los demás? La policía ha parado los pies en la empresa Desokupa y su líder mesiánico, ¿cómo algunos medios han anunciado? Efectivamente, esta organización cada vez más vinculada a la extrema derecha no ha llevado a cabo la chulería con la que Daniel Esteve ha marcado pecho en los últimos días: ni palizas, ni expulsiones, ni desokupación. La demostración de fuerza bruta ha quedado diluida en la marea de sobreinformación digital.
Pero Esteban no se ha ido derrotado. Por el contrario, cuando su llegada al calle Muntaner rodeado de su guardia pretoriana, como las camas bien abiertas para demostrar vete a saber qué, como un luchador de wrestling o un Julio César de rebajas, ha conseguido protagonizar la velada en la esquina sur del conflicto y centrar la atención del vecindario que quiere orden, pero al mismo tiempo llama “puta” a la alcaldesa. En el paroxismo del buen gusto, ha terminado quitando pizzas en un taxi para invitar a todos los simpatizantes de su causa y demostrar que sí, que él también puede ser un buen líder. A su alrededor, jóvenes con ganas de correr y gritar “guarros” y ocho personas con capa roja que se presentan como Espartanos 300 y que afirman luchar contra la Agenda 2030. Uno de ellos afirmaba que lo de la okupación estaría muy bien si los okupas entrarán en las casas de los bancos en lugar de “la que te has ganado tú con tu esfuerzo”, obviando con la santa inocencia de un conspiranoico que tanto Kubo como Ruina son propiedad de Sareb, uno de los grandes propietarios del sector bancario del Estado español. Y entre los fascistas del Club Empel, el aprendiz de candidato a ministro del Interior y las capas rojas espartanas, otros vecinos del barrio que quizás a priori tampoco están en contra de que se ocupen inmuebles de fondos vacíos, pero no tolerán “la delincuencia” que vieron anteayer en un clip de Tiktok al azar.
Artículo original en catalán:
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