La República que venció a la Gran Depresión: lecciones para desafiar al ‘austericidio’ hoy | Especial Segunda República

Artículo de Jaime Nieto

Octubre de 1929: tras décadas de excesos financieros y de ortodoxia monetaria y fiscal, la Gran Depresión irrumpe en EE.UU para cambiarlo todo. Tras el shock inicial, la crisis capitalizó a lo largo de todas las economías occidentales. Sus terribles consecuencias sociales condujeron a la aparición de regímenes totalitarios como el de Hitler (1933), el Estado Novo portugués (1933), Metaxas en Grecia (1936), que se sumaron a la Italia fascista de Mussolini (1923) y que serían el caldo de cultivo de los estados colaboracionistas nazis durante la Segunda Guerra Mundial y de la España franquista (1939). Como es conocido, este último surgió tras el fallido golpe de Estado al gobierno legítimo de la Segunda República (1931-1939) y posterior guerra civil. Los economistas ortodoxos de la época, no digamos ya los de la época franquista, atribuyeron a la joven y malograda República no solo las causas, sino también una mala gestión de la crisis en su llegada a la península. Sin embargo, la historiografía económica moderna ha mostrado que el papel de la Segunda República fue bien distinto y que, en todo caso, contribuyó a paliar la crisis. En muchos casos, remaron a contracorriente de la ortodoxia de la época y la valentía de aquellos gobiernos puede arrojar luz sobre los retos de la España post Gran Recesión (2007).

La crisis llegó a Europa en 1930 y se tradujo, fundamentalmente, en un deterioro de la balanza comercial por la caída del comercio internacional, la reducción de la inversión extranjera (y de la movilidad de los capitales en general) y el retorno de buena parte de los emigrantes. Tras los peores años de la Restauración monárquica y la dictadura de Primo de Rivera, España había perdido el tren de la modernización económica (o al menos, llegaba tarde). El sector agrícola era el más importante (44% del PIB) y concentraba la mayor parte del empleo; por su parte, la industria descansaba sobre la manufactura de productos de bajo valor añadido orientados al mercado interior (agroalimentario y textil) y el sector servicios contaba con un grado de desarrollo todavía muy débil. La endeble integración de la economía española y su atraso secular supusieron un aislamiento relativo en el contagio de la crisis internacional. Pero esto significa que el impacto habría sido aún mayor en caso de tener una economía más abierta y desarrollada, no que la crisis no pudiera atravesar el muro del atraso económico español. El PIB cayó un 6,4% entre 1929 y 1931, el paro aumentó y la balanza comercial sufría un déficit estructural de entre el 17% y el 24% (entre 1926 y 1935).

Es en este contexto que los gobiernos progresistas republicanos tuvieron que tomar decisiones importantes que chocaban con los intereses inmediatos de las clases propietarias. Con Largo Caballero en el Ministerio de Trabajo, se apostó por el incremento de los salarios reales mientras Indalecio Prieto daba fuelle a las infraestructuras desde el Ministerio de Obras Públicas. Estas medidas contribuyeron a compensar la caída del consumo y la inversión privada mientras la reforma agraria, además de dar salida a un problema histórico, palió las consecuencias del desempleo masivo que se había cebado con el sector agrícola. En 1932, Jaume Carner, Ministro de Hacienda, instauró por vez primera en España el impuesto general sobre la renta, la principal herramienta de financiación y redistribución de los Estados modernos. Por último, en cuanto a la política monetaria, la República mostró un carácter más conservador. Mientras el resto de países occidentales desligaban del orosus sobrevaloradas monedas, España siguió demasiado tiempo a Francia, que mantuvo su moneda fuerte. Así, no se pudo acudir a la devaluación de la peseta para hacer frente al déficit comercial. No obstante, sí que se fueron reduciendo los tipos de interés progresivamente y tomando tímidas políticas monetarias expansivas. El resultado de estas políticas que rompían con la norma establecida fue una rápida recuperación con la que el PIB alcanzó su nivel previo a la crisis ya en 1935.

¿Qué podemos aprender hoy de los aciertos y errores de la República?

Sin duda, el aprendizaje más importante tiene una lectura política, y es la conveniencia de cuestionar el marco de políticas que impone la ortodoxia. Si en algo falló la República en lo tocante a la gestión de la crisis fue precisamente en no atreverse con la última barrera: el patrón oro. Y esto es de vital importancia hoy, ya que la crisis actual no puede entenderse sin el diseño de la Eurozona, que actúa como una suerte de patrón oro entre los distintos países que la forman. El equilibrio fundamental de la contabilidad nacional responde a esta identidad:

En tanto que el diseño de la Eurozona ha favorecido la aparición de déficits exteriores estructurales en los países del sur, estos se han traducido en sendos endeudamientos del sector privado y del sector público. En el caso de España, el mayor peso lo cargó el endeudamiento privado a través de la inversión que hinchó la burbuja inmobiliaria. En el caso de Portugal el grueso del endeudamiento lo explica el consumo interno y en el de Grecia un mix de consumo interno (sector privado) y déficit público. Ante la ausencia de capacidad de los países para devaluar su moneda, ya que está fijada en el Euro, voltear el resultado de la balanza comercial solo ha podido lograrse a través de la devaluación interna: reduciendo salarios y derechos laborales. Aunque las economías han ganado en equilibrio con el único objetivo de proteger la fortaleza del Euro, el dinamismo interno (consumo e inversión públicos y privados) ha quedado arrasado precisamente por las medidas tomadas.

Si en algo falló la República en lo tocante a la gestión de la crisis fue precisamente en no atreverse con la última barrera: el patrón oro

Aunque la Segunda República probablemente tampoco se habría atrevido a cuestionar la ortodoxia del Euro, sí que habría adoptado una serie de medidas que habrían evidenciado sus contradicciones y debilidades. Adoptar las políticas de redistribución de la renta, protección del trabajo, aumento de los salarios reales y fomento de la inversión estatal habrían obrado a contra dirección de la recesión y de las políticas ortodoxas. Si bien esto podría haber sido un elemento desestabilizador de la estructura del Euro, la habría enfrentado al espejo: ¿es compatible el actual diseño de la Eurozona con el pleno empleo y el bienestar de la ciudadanía de todas sus regiones? En cualquier caso, los retos de 2017 no son los mismos que los de 1931 y algunas de las medidas podrían ser algo diferentes. Ya existe un impuesto sobre la renta, ahora es momento de aumentar sus tramos, así como gravar menos las rentas del trabajo y más las del capital; el impuesto de sociedades debe recuperar su carácter progresivo y patrimonio y sucesiones deben ponerse al servicio de la redistribución; la inversión pública no debiera orientarse a infraestructuras, ya que contamos con una amplia red, sino a su restauración (también en vivienda), sanidad, educación y transición hacia la sostenibilidad; la recuperación del empleo debe ir de la mano de la recuperación de los salarios reales y de programas de trabajo garantizado, renta básica o, incluso, finca básica -ya tendremos este debate.

Los logros de la Segunda República en este y otros ámbitos se vieron brutalmente truncados por el golpe de Estado, la Guerra Civil y la dictadura del General Franco. Otra forma de honrar la memoria de los valores de la Segunda República es, por qué no, recuperar la valentía para desafiar los dogmas injustificados de la ortodoxia.

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