La pornografía (I): De aquellos barros estos lodos

"La pornografía heterosexual violenta, la que propone un modelo machista de sexualidad con diferentes dosis de agresión a la mujer, donde ella está sometida a los deseos del varón, está completamente normalizada en nuestro país"

En esta nueva columna mensual que amablemente nos han ofrecido quienes dirigen esta revista, nos proponemos analizar algunos aspectos de interés sobre el complejo mundo de la pornografía, sus implicaciones de muy diversa índole, si bien me escoraré intencionadamente en el análisis de aquellas cuestiones que tienen que ver con la salud sexual, desde una perspectiva de prevención.

José Luis García*

Corría la mitad de la década de los años 70 y acababa de morir el dictador. La transición y las ansias de europeización, enterrando la oscura caverna nacionalcatólica, sobresalían en aquella España pletórica de ilusión y esperanza en el cambio, palabra esta que actuó como un talismán en la política de aquella época. Algunos nos lo creímos.

Tal vez uno de los elementos que mayor atracción provocaba, era el relativo a la pornografía, máxime teniendo en cuenta la sequía de información sexual rigurosa y científica que había caracterizado ese periodo histórico, lleno de silencios y culpabilidades sexuales, que obligaban incluso, a unos pocos, a hacer  excursiones en autobús al sur de Francia para ver las películas prohibidas en el territorio nacional, como la famosa El último Tango en París, que luego resultó ser un bluff porque la agresión sexual por parte de Marlon Brando a María Schneider, al parecer, fue real.

También era común visitar clandestinamente los nuevos cines X, que compartían rombos y clasificación con las películas violentas, al igual que ocurría las que daban en la TV las dos únicas cadenas que había. Tiene miga el asunto porque ¿qué tiene que ver una cosa con la otra?… ya se ve que es antigua esa incomprensible y obsesiva asociación.

En cualquier caso, el destape, los teléfonos eróticos, las salas X o las revistas porno dentro de una bolsa de plástico opaca que se mostraban en los quioscos, incluso Interviú o Playboy, eran fenómenos novedosos para el /la españolito/a medio de la época.

Podría ser relevante, para entender lo que pasa hoy en nuestro país respecto de la normalización del consumo de pornografía, señalar esta cuestión ya que venimos de un momento histórico en el que la pornografía era bien vista, vivida como liberadora, un cierto aire fresco y transgresor, en contraposición a la represión sexual feroz habida en el franquismo. El lobo vestido de oveja.

Una década atrás, en EE UU, comenzaba la llamada “guerra” de la pornografía, en la calle y en los juzgados, un enconado debate entre feministas radicales y feministas liberales, cada una de ellas con sus apoyos a través de entidades e instituciones bien diversas.  De ello hablaremos en otro artículo.

Por aquella época, el que esto escribe, estaba estudiando Sexología en el IN.CI.SEX. de Madrid, una vez acabada la licenciatura de Psicología y embarcado en la Tesis Doctoral sobre la educación sexual, una de las primeras que se hacía sobre tal materia en los recintos universitarios que, así mismo, habían contribuido con sus encierros y huelgas, a una sociedad más libre y diversa.

Y conocimos la existencia del llamado “Apóstol de la masturbación”, Michel Meignant un psiquiatra friki que daba cursillos sobre pornografía en chateaux antiguos y exclusivos en París. Y allí que nos fuimos para ver qué se cocía por aquellos lares.

Las fantasías sexuales eran las protagonistas del seminario. Este conocido psiquiatra había escrito un libro muy interesante sobre las fantasías sexuales, que me cautivó, y que venía a decir que todos somos perseguidos por nuestras propias fantasías sexuales, en cuya elaboración los estímulos sexuales de carácter audiovisual tienen una notoria preponderancia.

Como botón de muestra, una de las actividades que nos proponía el maestro, consistió en participar en una proyección de cuatro pantallas donde se proyectaban simultáneamente distintas películas sexuales pornográficas durante más de una hora en una sala donde todos y todas estábamos tumbados en cómodas colchonetas. Uff ¡qué experiencia! Luego, cada cual expresó las sensaciones experimentadas, lo que generó un intenso debate. 

Recuerdo que Michel diferenciaba claramente entre la vida real y la fantasía, que normalmente van por caminos paralelos porque, de cruzarse, el resultado podría no ser satisfactorio y casi siempre decepcionante o incluso doloroso. Es saludable, por tanto, que ambas experiencias caminen por separado.  El porno puede hacer que determinadas personas vivan esclavizadas por su obsesión de hacer realidad aquello con lo que fantasean.

Por aquel entonces, junto a Félix López, uno de los especialistas españoles del tema con mayor prestigio a nivel internacional, dábamos nuestras primeras charlas de educación sexual en asociaciones de padres, de vecinos y a alumnos universitarios en Salamanca y en algunos pueblos de la provincia. Pronto quedó claro que tanto los especialistas como los padres, madres y profesionales que acudían a esos cursos, necesitábamos recursos educativos para hacer más fácil la tarea.

Me propuse, mientras hacía la tesis doctoral, hacer un programa de materiales didácticos que rellenara esa laguna. En 1982 presentaba ese vasto programa que comprendía varios libros, vídeos educativos y otros materiales didácticos que se fueron publicando a partir de entonces.

En 1984 publiqué la Guía práctica de información sexual para el educador, -que era uno de los 8 libros que incluía el novedoso y pionero programa diseñado junto a 14 vídeos y otros materiales didácticos- un manual de trabajo para el profesorado, ensayo en el que dedicaba un capítulo a la prostitución y a la pornografía, instando a los docentes a hablar de estos temas con su alumnado. Intuía que aquello era muy poderoso, atraía como todo lo prohibido, pero tenía el poder de enganchar, excitaba de manera rápida e intensa, sin importar gran cosa los contenidos, circunstancias que avalaban la conveniencia de conocerlo y controlarlo.

Una ingente aportación pedagógica que me trajo más de un sofocón, como la denuncia de un padre invidente a la proyección de uno de mis vídeos didácticos, en el que hablábamos de la pornografía, en un colegio público, episodio que duró varios meses de controversia y que por tal razón lo he descrito con amplitud en nuestro libro Sexo, poder, religión y política.

 En aquel momento, acusado de pornógrafo y perseguido por algunos periodistas de la caverna, multado por el Ministerio de Cultura, afirmaba en una entrevista en un rotativo: “Alguien tienen que hablar a nuestros hijos de pornografía”. Tiempos aquellos en los que no prestaba atención a mis desconocidas habilidades videntes. Tendría que haber jugado a la lotería.

Es común que los investigadores que se dedican al estudio de la pornografía constaten miradas, comentarios y gestos de quienes no acaban de entender que tal tarea sea objeto de la ciencia, arrojando una sombra de duda y sospecha en torno a las aviesas intenciones de los académicos. Doy fe de ello, incluso en varios talleres para jóvenes, estos nos atosigan a preguntas como ¿Por qué te dedicas tú a estudiar porno? por citar las menos comprometidas. Tiene tela.

Pues bien, en esa Guía para el profesorado escribía, entre otras cosas, que: “Sería deseable promover actitudes críticas ante la pornografía observándola como un fenómeno inevitable en nuestra sociedad consumista, en el que están implicados poderosos intereses económicos. Bien es cierto que existe porque existe un grupo de población que la compra y consume”. Posteriormente, la Comunidad Autónoma de La Rioja editó 21 monografías, una de las cuáles abordaba la pornografía y la prostitución.

Otros libros de educación sexual que elaboré para niños y niñas de diferentes edades han incluido esa idea sobre esas dos actividades del mal denominado “trabajo sexual”: “Sería estupendo contribuir a que no haya personas que se ganen la vida así”, decía en uno de los destinados a los chicos y chicas de 9 a 11 años. Es decir que el sexo es lo suficientemente bonito y maravilloso para que no se pervierta a través de la prostitución y la pornografía violenta. Eso lo sigo manteniendo todavía.

Ya en 1980, tenía una página quincenal en un periódico regional donde hablaba de sexualidad, tarea esta temeraria en aquellos tiempos. Pues bien, en uno de los artículos publicado el 4 de octubre de ese año decía:

“El hecho de que la pornografía, con su peculiar información sexual y con su objetivo, eminentemente lucrativo, se haya introducido en nuestro Estado antes que una auténtica educación sexual, va a generar consecuencias graves en la salud sexual de las personas”.

Cuarenta años después, en varios medios de comunicación, publicaba otro artículo en el que escribía:

A la luz de los conocimientos disponibles deberíamos considerar el consumo de pornografía violenta como un grave problema de salud de nuestra sociedad. Sus efectos en este ámbito y en el de las relaciones interpersonales y de pareja son graves: adicción, hipersexualidad, trastornos y disfunciones sexuales, conflictos de pareja, aumento del consumo de prostitución, incremento de ETS… consecuencias muy documentadas científicamente”.

Han pasado 4 décadas y, lamentablemente, mis temores se han cumplido. La pornografía heterosexual violenta, la que propone un modelo machista de sexualidad con diferentes dosis de agresión a la mujer, donde ella está sometida a los deseos del varón, está completamente normalizada en nuestro país y es un referente educativo de primer orden para nuestros menores y jóvenes. Al menos en muchos films es así.

Opino que el consumo habitual de este tipo de films, es un factor que podría contribuir a explicar diferentes actitudes y conductas machistas y agresivas en el ámbito sexual. Si realmente queremos prevenir esta lacra deberíamos considerar esta variable de manera prioritaria, que es lo que yo vengo haciendo desde hace muchos años: estudiarla y prevenirla.

Pese a lo que digan los que defienden el negocio, no hay duda de que una buena parte de los vídeos porno tienen diferentes dosis de violencia. Y si no que se lo cuenten a PornHub, la web más importante del mundo en este negocio, que tuvo que retirar más del 60% de su oferta audiovisual, cuando MasterCard y Visa le amenazaron con retirar el pago de acceso a su página, a través de la tarjeta de crédito.

A mí el termino pornografía no me gusta nada. Está demasiado cargado emocional e ideológicamente y genera mucha confusión. Por esa razón yo propongo hacer una primera clasificación y hablar de películas sexuales eróticas (PSE) y películas sexuales pornoviolentas (PSP). No se pueden meter en el mismo saco los cientos de millones de vídeos que habrá.

De hacerlo se está poniendo al mismo nivel aquellos en los que se tortura a una menor con los que, por ejemplo, la protagonista es una mujer y no hay asomo de conductas violentas, y por tanto blanqueando los primeros, toda vez que se da a los jóvenes consumidores el mensaje que todos son iguales, despropósito en toda regla porque ellos los van a consumir, en cualquier caso.

Con todo, creo que este tipo de vídeos son el manual de instrucciones 3.0 de sus primeras relaciones sexuales. Y esa circunstancia, a pesar de que es gratis, no es de balde: puede tener importantes costos y consecuencias para su salud sexual, emocional y afectiva. Es muy probable que antes de los 18 años sea difícil encontrar un joven español que afirme no haber visto nunca porno o, cuando menos, será una excepción.

Algunos expertos como el profesor Lluís Ballester, estiman que, para entonces, habrá dedicado 10.000 horas de su vida a ver porno violento, mientras se excita y se masturba, reforzando el valor de las imágenes que contempla, a través del placer sexual, la recompensa psicológica natural más importante de la especie humana.

La pornografía, que en un primer momento se vio como algo liberador, ha atrapado a mayores y menores ofreciéndoles un modelo que ofrece determinada información sexual, pero igualmente propone actitudes y conductas sexuales que nada tienen que ver con una concepción saludable de la sexualidad, porque la violencia y la sexualidad son incompatibles y están en las antípodas.

La ausencia de una educación sexual científica y profesional, ha contribuido a que el aprendizaje sexual a través de este tipo de porno, sea el educador omnipresente de las últimas generaciones de menores y jóvenes.

Para mí, la sexualidad es una dimensión amorosa, saludable, divertida, tierna y placentera que tiene todo el sentido cuando se da en un entorno de deseo y acuerdo mutuo, afecto, respeto, libertad y corresponsabilidad en el placer con la otra persona, que me concierne, con la que empatizo.

Por tanto, esta hermosa parcela de la vida que tiene que ver con el placer, el bienestar, la salud y las emociones humanas positivas, es incompatible con la violencia, que nunca está justificada en las relaciones amorosas. Nunca. Háblale a tu hijo, nieto o sobrino de todo ello, aunque te llamen pesado/a. Entre todos/as tenemos que evitar una generación de #niñosyniñaspornograficos porque #tushijosvenporno y necesitan una #educacionsexualprofesional

Por tanto, en esta página voy a insistir en esta idea, hasta que me canse, porque estoy en contra radicalmente de que nuestros menores construyan su referente sexual, en base a la violencia asociada a la sexualidad. Y esto es algo que no podemos permitir.

Pues ya ves amable lector/a, de que va a ir esta página y de lo que hablaremos en los próximos artículos.

 

* José Luis García, es doctor en Psicología, especialista en Sexología y autor de numerosas publicaciones entre ellas del programa educativo TUS HIJOS VEN PORNO. (https://joseluisgarcia.net/)

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