La población trans y el mercado laboral

Artículo de Eduardo Ortiz 
Psicólogo y delegado territorial para Galicia de la Fundación Internacional de Derechos Humanos


¿Alguna vez os preguntasteis cómo logra una persona trans conseguir empleo?

Seguramente hallemos entre mis colegas, activistas de derechos humanos, pensadores sociales y miembros de la sociedad, personas mucho más capacitadas que yo para comenzar a analizar esta problemática tan inquietante. Pese a eso, por tener el altavoz, quiero hacer visibles a las invisibilizadas.

La población trans es una de las más vulnerables en nuestra sociedad. Esta vulnerabilidad tiene un carácter multidimensional ya que afecta a la persona en la salud, educación, trabajo y demás aspectos relacionados con su desarrollo vital. A su vez, en mi experiencia como psicólogo sanitario veo día a día a personas transexuales y transgénero que llegan a la consulta con una gran angustia debido a los esfuerzos que hace el sistema para mantenerlas en los márgenes de la sociedad.

Vamos a poner un ejemplo de la actualidad más reciente para analizar el discurso social que existe en referencia al mercado laboral, empleo y posibilidades de ingreso.

Durante los debates electorales, los principales temas abordados fueron economía y trabajo, pero muy poco se habló de la realidad de los trabajadores y trabajadoras. El único argumento que tuvo como sujeto a las personas fue esgrimido por el Sr. Casado en referencia al reingreso de las mujeres madres al mercado laboral luego de haber dado a luz.

En esto quiero llamar a la reflexión. No estoy desmereciendo los enormes esfuerzos que deben hacer las mujeres cisgénero para ingresar al mercado laboral, en el marco de una sociedad patriarcal, machista y heteronormativa. Aún en ese camino minado, su realidad es menos compleja en comparación a la que enfrentan las personas trans. Es ineludible analizar la evidente invisibilización de los problemas del colectivo y sus consecuencias en el corto, mediano y largo plazo.

Puedo asegurar que no consiguen trabajo, y doy fe de la lucha que realizan a diario para poder ejercer sus derechos y obligaciones pero son sistemáticamente excluidas, discriminadas y empujadas a la precariedad.

Para reflexionar con mayor profundidad es útil tomar el concepto de “interseccionalidad”, de la especialista en género, Kimberlé Williams Crenshaw. Este abordaje postula que las categorías y objetos de discriminación no son naturales ni biológicas sino que son culturales. Es decir, que se constituyen como construcciones sociales mayores que la suma de los objetos que la componen.

Desde este paradigma podríamos decir que la discriminación de la sociedad a la mujer transexual viene por el hecho de ser mujer y transexual de forma simultánea. De igual manera, la discriminación aumenta cuando esa persona no “cumple” con las características del patrón heteropatriarcal de lo que “debe ser” una mujer ampliando así el rechazo, por ejemplo en el momento de una entrevista laboral.

En muchos casos, las mujeres transexuales tienen que hiperfeminizar su apariencia sólo para tener más posibilidades de ser contratadas y tener, con suerte, un trabajo que en el mejor de los casos no será precario.

Esta enfoque evidencia que los problemas radican en las categorías sociales. Es decir: ¿qué significa ser hombre? ¿Qué significa ser mujer? ¿Cómo estos patrones socioculturales marcan lo que debe o no ser una persona? Una primera respuesta que podemos encontrar a todas estas preguntas podría ser la siguiente: limitan el libre desarrollo del ser, algo que es superior a cualquier etiqueta.

En mi opinión, para comenzar a solucionar el problema tenemos que tener en cuenta tres factores. En primer término, el sistema económico no facilita la igualdad de oportunidades y debido a esto, debe existir algún mecanismo que empodere económicamente las condiciones del colectivo.

En segundo lugar, el Estado debe prestar especial atención a lo que acontece en el ámbito educativo. La escuela no es un sitio seguro para la persona trans debido a la constante discriminación, incluso por parte de sus maestros al negarse a nombrar a sus alumnos por su nombre elegido según el género autopercibido. Nuevamente encontramos que el Estado debería garantizar la obligatoriedad de aplicación de protocolos antidiscriminación y antibullying. Esto representa una clara violación de los Derechos Humanos.

En tercer lugar, en nuestro sistema de salud mental de nuestro país no existen mecanismos destinados a paliar los problemas psicológicos que deben enfrentar estas personas debido a la fuerte discriminación. Esta situación se recrudece por la patologización que realiza la Ley, y en consecuencia la atención sanitaria, sobre la transexualidad.

No debería ocurrir que la Ley considere mujer a alguien, que ya evidentemente lo es, luego de atravesar de forma obligatoria un proceso de dos años de tratamiento hormonal con la consiguiente esterilización que implica. Esto lisa y llanamente es tortura, y parte de un binarismo que no se atiene a la realidad.

Debemos ser conscientes que si excluimos a una persona del mercado laboral estamos empujándola a los márgenes de la sociedad. Nuestra tarea pendiente debe ser analizar, comprender y modificar todo hecho social que implique segregación y sufrimiento para cualquiera de los individuos que la componemos.

En resumidas cuentas cambiar esas categorías sociales nos llevará tiempo y esfuerzo, pero es un hecho necesario y urgente. Tengamos presente que la dignidad y los derechos de la población no pueden ni deben esperar un minuto más. Pensemos cuánto podemos crecer como sociedad con todas y todos dentro.

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