La planificación socialista de la economía. Entre la utopía y la realidad

Por Christian Orozco

«Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual. Las condiciones de este movimiento se desprenden de la premisa actualmente existente.»

K. Marx & F. Engels

«El modo capitalista de producción halla en el desarrollo de las fuerzas productivas una barrera que nada tiene que ver con la producción de la riqueza en cuanto tal; y esta barrera peculiar atestigua la limitación y el carácter solamente histórico y transitorio del modo capitalista de producción; atestigua que éste no es un modo de producción absoluto para la producción de riqueza, sino que, por el contrario, llegado a cierta etapa, entra en conflicto con el desarrollo ulterior de esa riqueza. K. Marx El comunismo no es una locura, sino el fin de la locura.»

 B. Brecht


La caída de la URSS a principios de los noventa no solo significó una de las peores derrotas del movimiento obrero internacional que se recuerde, sino también fue la carta de validación que la pléyade de economistas e intelectuales capitalistas necesitaban para repetir a viva voz y hasta la saciedad que la construcción y el mantenimiento de una economía socialista planificada eficiente es imposible, más aun, incluso cierta parte de la autodenominada izquierda radical ha asumido este discurso más conservador y reaccionario. Echando por tierra, como no puede ser de otra manera, la rica y extensa experiencia soviética −y demás territorios que en su momento alzaron la bandera roja del socialismo− de planificación económica; y, más aun, ignorando completamente el enorme potencial que supone el extraordinario desarrollo de las fuerzas productivas en ámbitos fundamentales como el de la informática, la electrónica, las telecomunicaciones y la inteligencia artificial. En este sentido, no resulta descabellado afirmar que por primera vez en la historia existen las condiciones completas científicas-tecnológicas para planificar la economía −con un grado de eficiencia elevado−, en base a una contabilidad económica socialista, es decir, una contabilidad sin mercado y sin dinero, tal y como plantean Nieto y Catalá (2016).

¿Y cuáles son esos argumentos que imposibilitarían la planificación de una economía socialista? Pues bien, de todas las variedades de críticas antiguas y nuevas a esta alternativa socialista que desde la economía burguesa se han realizado, se podrían resumir en negar la posibilidad de que pueda generarse una forma distinta de cálculo económico lógico y eficiente que no sea el que surge de forma “natural y espontanea” del mercado por medio del dinero y la formación de los precios en un mercado competitivo. Así, calcular los costes de los bienes sería imposible, al igual que comparar el grado de eficiencia de los procesos productivos, y por tanto, optimizar el reparto de los recursos a los distintos fines. Conclusión: el socialismo es inherentemente ineficiente puesto que la lógica y la racionalidad se han esfumado.

El socialismo vendrá siempre y cuando la clase obrera organizada, nutrida de las luchas pasadas y nuevas se asuma y dispute su papel como sujeto transformado por antonomasia

No obstante, ya desde los años noventa, académicos e investigadores como Paul Cockshott y Allin Cottrell han contestado solventemente a todas estas críticas procedentes de la economía burguesa, particularmente de la marginalista2  y la escuela austriaca3 , asegurando y demostrando que el nivel tecnológico que existe actualmente elimina cualquier tipo de impedimento técnico −naturalmente la cuestión política es la clave− para planificar una economía de forma socialista y eficiente. En esta línea sendos autores británicos en base a sus análisis aportan dos razones fundamentales para sostener sus postulados. Primero, porque la información significativa4  para organizar una economía no es tácita ni tampoco subjetiva como la economía vulgar afirma. Es decir, si en el sistema capitalista los precios de mercado gravitan en torno a magnitudes objetivas −tiempo de trabajo socialmente necesario−, en una economía socialista se puede calcular de forma directa los costes laborales de los distintos bienes sin necesidad de incorporar el dinero como una variable imprescindible, e incluso el componente “subjetivo” de la demanda podría ser incorporado a la planificación mediante la información que las unidades de producción pudiesen generar en su búsqueda de aumentar sus niveles de eficiencia. Y, en segundo lugar, porque, como ya se ha señalado a lo largo de este artículo, el nivel técnico-tecnológico actual −informática, electrónica, telecomunicaciones, inteligencia artificial, etc.− nos entregan la capacidad de solucionar complejísimos sistemas de ecuaciones simultaneas empleando distintas técnicas avanzadas.

Como ya señalaba Rosa Luxemburgo en 1925 5:

«Así es como, desde hace décadas, no sólo la economía socialista, sino también la economía burguesa, en la medida en que en un tiempo fue verdadera ciencia, encuentra oídos sordos en las clases poseedoras. Incapaces de comprender las teorías de sus propios grandes antepasados y aún menos de aceptar la doctrina de Marx, surgida de aquellas y que toma a muerto por la sociedad burguesa, nuestros doctos burgueses exponen, bajo el nombre de economía política, una masa amorfa de residuos de toda clase de ideas científicas y tergiversaciones interesadas, con lo cual ya no persiguen el objetivo de desentrañar las verdaderas tendencias del capitalismo sino solamente el de ocultarlas para poder sostener que el capitalismo es el mejor, el único, el eterno orden social posible.»

Luxemburgo no se equivocaba, para la ideología liberal la competencia y los mercados son un tótem, sin comprender o al menos cuestionarse sus facetas destructivas y turbulentas −esto se explica por la posición de clase (burguesa) de la que parte su análisis−, que históricamente han provocado desequilibrios y perturbaciones mordaces, dañinas para el propio mantenimiento de la vida −desempleo, exceso de producción, burbujas financieras, crisis periódicas, desigualdad creciente, etc.− como desde las distintas escuelas heterodoxas se ha señalado reiteradamente. Sin olvidar, la naturaleza intrínsecamente explotadora, parasitaria, predatoria y plutocrática del sistema capitalista.

No obstante, sería ilógico y naif pensar que el cuestionamiento del capitalismo, y el lanzamiento de una propuesta socialista tienen que ver fundamentalmente con una cuestión técnica-económica acertada e irrefutable. De la misma forma que en el pasado, el socialismo y la emancipación han sido fruto de la política con mayúsculas, han sido fruto de una situación en la que como diría Lenin “las clases bajas no quieren lo viejo y las clases altas no pueden sostenerlo al modo antiguo, solo entonces puede triunfar la revolución”, en el presente el socialismo vendrá siempre y cuando la clase obrera organizada, nutrida de las luchas pasadas y nuevas se asuma y dispute su papel como sujeto transformado por antonomasia.

Sería ilógico y naif pensar que el cuestionamiento del capitalismo, y el lanzamiento de una propuesta socialista tienen que ver fundamentalmente con una cuestión técnica-económica acertada e irrefutable

Ahora bien, eso no nos incapacita para reflexionar −con los pies en la tierra− sobre el futuro que tenemos a nuestro alcance y queremos construir. De nosotras y nosotros −explotados del mundo− depende que estos gigantescos avances de las fuerzas productivas sean la base sobre la que se asiente un futuro de emancipación, igualdad y prosperidad, el punto de partida de la historia humana, como Marx diría hace dos siglos, cambiando todo lo que tiene que ser cambiado.

1Este artículo está basado en las reflexiones surgidas del análisis de dos artículos fundamentales: Cockshott, Paul (2008): «Computadores y democracia económica», Revista de Economía Institucional, Bogotá, Vol. 10, n. ° 19, pp. 161-205. Nieto, M. y Catalá, L (2016): “Reabriendo el debate sobre la planificación socialista de la economía”, Revista de Economía Crítica, Madrid, n. ° 21, pp. 93-110.

2El marginalismo es una escuela de pensamiento económica surgida a mediados del siglo XIX, en parte, como reacción a la escuela clásica. Su principal aporte fue la ley de la utilidad marginal decreciente según la cual el valor de un bien para su poseedor (partiendo así de la teoría subjetiva del valor) lo determina la utilidad de la última unidad producida de ese bien, decreciendo mientras más unidades posea. Los marginalistas introdujeron un lenguaje formalizado, que llevó a la asimilación de la matemática en la economía.

3La Escuela austríaca, también denominada Escuela de Viena, es una escuela de pensamiento económico que defiende un enfoque individualista metodológico para la economía denominado praxeología. La Escuela Austríaca se originó en Viena en 1871 con la publicación de Principios de Economía de Carl Menger. Se trata de una posición heterodoxa basada principalmente en el individualismo metodológico y en el subjetivismo. Sus recomendaciones de política económica suelen ser anti-intervencionistas.

4“Una economía socialista, por el contrario, dispone de información mucho más completa (coeficientes técnicos, existencias totales de cada recurso, conocimiento de los principales planes de inversión, etc.) que está inmediatamente disponible y es transparente (no oculta en el interior de cada empresa, como en el capitalismo).” (Nieto y Catalá, 2016, pp. 98).

5Luxemburgo, R (1925). Introducción a la economía política, Siglo XXI, Madrid.

Nueva Revolución en ElSaltoDiario: https://www.elsaltodiario.com/nueva-revolucion/la-planificacion-socialista-de-la-economia-entre-la-utopia-y-la-realidad-

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