La paranoia antirusa en la UE: un pretexto para la militarización y el lucro de la burguesía

La militarización de la UE no es un fenómeno espontáneo ni una respuesta legítima a una amenaza existencial; es una oportunidad de negocio para la industria armamentística.

Por Redacción NR | 13/03/2025

En los últimos años, la Unión Europea (UE) y sus socios de la OTAN han elevado el tono de una narrativa alarmista que presenta a Rusia como una amenaza inminente, capaz de invadir países europeos en un futuro próximo. Esta paranoia antirusa, alimentada por discursos belicistas y una retórica de confrontación, carece de fundamentos sólidos y parece responder más a intereses económicos que a una evaluación realista de la seguridad continental. Lejos de garantizar la paz, esta estrategia está llevando a Europa hacia una militarización sin precedentes en su historia reciente, con graves consecuencias para los derechos sociales de su población y el bienestar de la clase trabajadora.

El alarmismo infundado y la construcción de un enemigo

La idea de una invasión rusa a gran escala en Europa Occidental no solo es improbable desde un punto de vista militar y logístico, sino que también carece de respaldo en las acciones geopolíticas recientes de Moscú. Rusia, con un gasto militar estimado en 109.000 millones de euros en 2023 según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), se encuentra muy por detrás de los 366.623 millones de euros destinados por los países europeos de la OTAN en el mismo año. Esta disparidad evidencia que la capacidad rusa para sostener un conflicto prolongado contra una coalición europea es limitada, especialmente considerando que su economía representa menos del 2% del PIB mundial, frente al 16% de la UE.

Sin embargo, líderes como el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, han insistido en mantener viva la histeria antirusa. Rutte ha llegado a sugerir que los países europeos deben desviar fondos de pensiones, sanidad y seguridad social para financiar un incremento del gasto en defensa, una postura que no solo ignora la realidad estratégica, sino que también revela los verdaderos beneficiarios de esta escalada: las empresas armamentísticas y la burguesía que las controla.

Los intereses económicos detrás del rearme europeo

La militarización de la UE no es un fenómeno espontáneo ni una respuesta legítima a una amenaza existencial; es una oportunidad de negocio para la industria armamentística. El plan «ReArm Europe», impulsado por la Comisión Europea bajo Ursula von der Leyen, prevé una inversión de más de 800.000 millones de euros en defensa, gran parte de los cuales beneficiarán a empresas transnacionales del sector militar-industrial. Según datos de SIPRI, las exportaciones de armas de la UE alcanzaron los 36.000 millones de euros en 2022, con países como Francia, Alemania y España entre los principales actores. Empresas como Airbus (con ingresos de 11.000 millones de euros en su división de defensa en 2023), Rheinmetall (que reportó un aumento del 12% en sus ventas tras el conflicto en Ucrania) o Leonardo (con beneficios récord en su rama militar) están capitalizando esta ola de militarización.

El Fondo Europeo de Defensa (FED), dotado con 8.000 millones de euros para 2021-2027, y el Fondo Europeo de Paz, que ha destinado 39.000 millones de euros a armamento para Ucrania hasta septiembre de 2024, son ejemplos claros de cómo el presupuesto comunitario se está reorientando hacia la industria bélica. Esta transferencia de riqueza pública hacia manos privadas no solo enriquece a la burguesía europea y estadounidense —dado que el 65% de las importaciones de armamento de los países de la OTAN provienen de EE.UU.—, sino que también perpetúa un ciclo de dependencia económica y militar respecto a Washington.

La OTAN: una amenaza para la paz

La OTAN, lejos de ser un garante de la estabilidad, se ha convertido en un instrumento de provocación y escalada en el continente. Su expansión hacia el Este, con la incorporación de países como Polonia, los Estados Bálticos y, más recientemente, Finlandia y Suecia, ha sido percibida por Rusia como una amenaza directa a su seguridad, alimentando tensiones que podrían evitarse mediante el diálogo y la distensión. La alianza, dominada por los intereses estratégicos de EE.UU., presiona a los países europeos para alcanzar el objetivo del 2% del PIB en gasto militar, lo que para España implicaría unos 36.000 millones de euros anuales adicionales. Esta cifra supera el presupuesto combinado de sanidad, educación y cultura del país, evidenciando el sacrificio social que conlleva.

Mark Rutte ha sido explícito al afirmar que «gastar más en defensa significa gastar menos en otras prioridades». En un contexto de crisis económica persistente, con una deuda pública promedio en la UE superior al 80% del PIB, este aumento del gasto militar solo puede financiarse mediante recortes en partidas sociales o un mayor endeudamiento. Los precedentes de la austeridad post-2008 muestran cómo estas políticas afectan desproporcionadamente a la clase trabajadora: reducción de camas hospitalarias, cierre de escuelas y congelación de pensiones son algunas de las consecuencias inevitables.

Una Europa rehén de la guerra

La paranoia antirusa no solo sirve para justificar el rearme, sino que también desvía la atención de los problemas estructurales de la UE: la desigualdad creciente y la precariedad laboral. Mientras los presupuestos se destinan a tanques y misiles, las necesidades de la población —sanidad universal, educación pública de calidad, pensiones dignas— quedan relegadas. Este modelo beneficia a una élite económica capitalista que encuentra en la guerra una fuente de lucro, mientras condena a millones de trabajadores europeos a una mayor vulnerabilidad.

Organizaciones como el Centre Delàs de Estudios por la Paz y más de 600 ONG han advertido que esta militarización socava la credibilidad de la UE como agente de paz y derechos humanos. En lugar de invertir en cooperación internacional y desarrollo sostenible, la UE se alinea con una lógica belicista que, lejos de proteger a sus ciudadanos, los expone a un futuro de conflictos y privaciones.

La supuesta amenaza rusa es un espejismo convenientemente amplificado para justificar una agenda económica y geopolítica que favorece a las élites y perpetúa la hegemonía de la OTAN. La militarización de Europa no es una solución a los desafíos del siglo XXI, sino una trampa que beneficia a las empresas armamentísticas a costa del bienestar de la clase trabajadora. Frente a esta deriva, es imperativo exigir una reorientación de las prioridades: desarme, diálogo con Rusia y una inversión decidida en sanidad, educación y pensiones. Solo así podrá construirse una Europa verdaderamente segura, no para los intereses de la burguesía, sino para sus pueblos.

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