La pandemia que nos dejó ciegos

Por María José Robles Pérez

Nos ocultan datos.

Creo que todo el mundo que tiene uso de razón es consciente de ello. No nos cuentan toda la verdad, las cifran no son del todo exactas. Cabe preguntarse, ¿por qué ocurre esto?

Y también tengo otra pregunta: ¿sabían que el pasado enero murieron 7 niños? Sí, 7 niños, todos ellos menores de 2 años. Siete pequeñas criaturas inocentes. Seguro que no recuerdan haber escuchado este dato en los informativos, puede que ni en las Redes Sociales. Sí, nos ocultan datos.

La desesperación en este pueblo fue tan grande que incluso le pidieron ayuda a «Médicos sin Fronteras», pues los dirigentes del pueblo veían desolados como el miedo estaba apoderándose de cada madre que se imaginaba que el siguiente en morir sería su hijo. Imagínense vivir con ese miedo.

Los especialistas en medicina no dan a basto en ese pueblo y alrededores. Curiosamente, la OMS dice que es necesario un médico para cada 600 personas, más o menos, en condiciones normales de salud. Sin embargo, estamos hablando de pueblos donde un solo médico se veía -y se ve- en la obligación de atender de 2.000 a 4.000 personas incluso. Sí, como leen. No daban a basto. Pero la respuesta de «Médicos sin Fronteras» solo hizo que esas madres sintieran aún más miedo.

No se alarmen. No estamos hablando de casos de Coronavirus. No estamos hablando de Italia, ni de España o Francia. Solo hablamos de unos niños wichi que han muerto por algo tan desolador como lo es esa enfermedad creada por nosotros y a la cual somos incapaces de poner cura: el hambre.

Sí, solo son unos niños de un pueblo perdido de Salta, no son de aquí, ya pueden respirar tranquilos…

Siete niños en enero. Estos fueron los casos que se contaron ese mes, pero hay muchos más. Además, si sumamos los bebés que nacen muertos por la misma causa, la cifra desborda cualquier gráfica que podamos imaginar. Llevan así más de 10 años. Imaginaros cuántos niños han podido morir. Los que mandan, aquellos que se creen con el derecho de poseer la Verdad, no quieren que en los certificados de defunción se ponga «síndrome febril» o «desnutrición». Pero no pueden engañar a nadie. Es eso lo que hay: desnutrición. Esos niños mueren porque no tienen que comer y no tienen agua para beber.

Sí, sus aguas han sido contaminadas por todos los productos tóxicos que las empresas extranjeras que hay a su alrededor, tiran al río cada año, algo que hacen con total libertad y con el permiso del Estado. Así, dejan a estas personas sin agua para sembrar y cosechar sus alimentos, los dejan sin agua para regar las plantas que le podrían dar sombra y cobijo. Les dejan sin agua para beber. Y si no tienen agua para beber, imagínese que macabro sería decirles que se laven las manos para no contagiarse de enfermedades que los pueden matar.

No solo no pueden plantear y cosechar, sino que tampoco pueden comerse los propios animales que crían porque estos están igual de enfermos y mueren por las mismas razones que esos niños que caen en el olvido uno detrás de otro sin que nadie haga nada por ellos. Esas empresas extranjeras llegan con el apoyo y aprobación del gobierno y les quita sus territorios y modos de subsistencia.

Todo esto duele aún más cuando uno se entera del hecho de que la tierra donde viven es muy fértil, capaz de producir los suficientes alimentos para que ninguno de esos niños mueran por desnutrición. Pero precisamente la fertilidad del suelo es lo que hace que algunos crean que con su dinero pueden comprar las tierras que ellos quieran y matar a los pueblos que en ella habitan desde hace tanto tiempo. Unos pueblos que se han convertido en víctimas de todos estos abusos externos a su cultura, abusos que los están matando.

No es cuestión de azar ni voluntad de inexistentes dioses, pues el hecho de que esas personas no tengan agua para sobrevivir no es más que un plan: todo forma parte del genocidio que se está practicando contra ellos. Y es que hoy en día, las balas son muy caras. Es más barato matarlos así. Desnutrición y deshidratación, las armas más utilizadas del siglo XXI. Hoy en día está muy feo eso de matar a balazos, pero existen otras muertes mucho más crueles. Los grandes poseedores de riquezas a costa del sufrimiento de los pueblos, saben muy bien de lo que hablo: quieren quitarles sus tierras, pero para eso antes lo tienen que matar. Quieren esas tierras a toda costa y para ello tienen que echar a los que ahí habitan. Los wichi siguen donde mismo porque tienen esperanza. Por eso se quedan. Esperan. De todos modos, ¿a dónde iban a ir? Y esto es un problema para el Estado: tienen que provocar que las comunidades nativas desaparezcan, que mueran. Apretar el gatillo ya no es necesario. Los matan de otra manera. Con mala educación, con hambre, con una mala salud. Con indiferencia. Sí, trabajo hecho.

Uno de los líderes wichi, que mira desconsolado cada día como sus pueblos se mueren sin que nadie los mire, hace una pregunta al mundo entero: «¿Tengo la culpa de morirme de hambre cuando me sacaron mi hábitat, me sacaron el monte?». Cómo respuesta solo recibe el silencio de los gobernantes y de todos aquellos que le dan la mano a cambio de favores. Un silencio que se queda deambulando por esas zonas casi desérticas donde antes estaban sus queridos árboles, sus queridos niños jugando.

Y mientras el líder wichi espera una respuesta, algunos ex-gobernantes de allí se marchan a Europa y presiden fundaciones de fútbol, bajo la admiración de medio mundo. Sus billetes son tantos… Al igual que los niños muertos.

Pero, insisto, que nadie se preocupe, son solo niños wichi.

Es escalofriante como el Sistema Capitalista que gobierna a sus anchas en este mundo, mata cada día y ya no nos asusta ni merece nuestra atención aunque sea unos minutos en el telediario. Un sistema que determina quienes son los que deben morir y quiénes son los que merecen sobrevivir. Un sistema que condena a aquellos que se hermanan con la naturaleza. El mundo se detiene y ponen a todos en alerta solo cuando son los ricos los que mueren. Pero los niños wichi no importa. Los niños pobres… ¿quiénes son?

Ante la carta de uno de los líderes wichi pidiendo ayuda, «Médicos sin Fronteras» contestó lo siguiente: «luego de establecer contacto con diversas autoridades provinciales y con organizaciones sociales que se encuentran en la zona, se ha optado por NO realizar una misión explorativa en esa región del país».

Las autoridades…

Recordemos que uno de los  exgobernadores llevó a cabo numerosas acciones para provocar este genocidio, desde autorizar trabajos de topadoras en zonas protegidas por la Ley de Bosques hasta favorecer intereses de familiares o amigos poderosos, cuyas empresas son las mismas que vierten esos productos tóxicos en el río para dejar sin agua a esas persona.

Sí, esas son las autoridades. Lo que ayuda a “entender” la respuesta de «Médicos sin Fronteras».

Así, mientras se apunta el pánico hacia esa pandemia que tiene a Occidente asustados, los niños wichi siguen muriendo de hambre y de sed. Niños que, antes de nacer, ya están condenados.

Y esta pandemia que mata a miles y miles de niños a lo largo y ancho de este mundo tiene un nombre:

Indiferencia Humana.

 

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