La OTAN seguirá expandiéndose. ¿Qué han puesto en juego Turquía, Suecia y Finlandia?

Recep Tayyip Erdoğan firma el Memorando de Entendimiento que confirma el apoyo de Turquía a la adhesión de Suecia y Finlandia a la OTAN

Suecia había sido el hueso más duro debido a la mayor presencia kurda, mientras con Finlandia se iban cerrando flecos previamente a la cumbre. Estados Unidos concedió un espacio a Erdogan para incrementar la comunicación y finalmente se llegó al arreglo preliminar que salvase la foto.

Por Alejandro López Canorea / Descifrando la guerra

Turquía vuelve a golpear por encima de su peso. Y vuelve a ganar en sus demandas. El club atlántico veía en la Cumbre de Madrid su oportunidad perfecta para dar un golpe de efecto en la mesa y llevar a Suecia y Finlandia hacia la membresía. La oportunidad para mostrar una escenificación, una más, de unidad frente a Rusia, en ese afán por demostrar que la comunidad internacional está unida más allá de lo que muestran los indicadores económicos, energéticos y comerciales. La llegada de esos dos países podía suponer una profundización en el cierre de filas que la Unión Europea lleva meses protagonizando en torno a la OTAN y sus objetivos de largo recorrido.

En ese sentido, Suecia y Finlandia permiten a la alianza la cobertura casi completa del Mar Báltico, una posible escalada de la militarización en torno al mismo, con Gotland como plaza clave, el refuerzo del entorno del Océano Ártico y, sobre todo, un nuevo y potente acercamiento a una frontera inmensa con Rusia. El cerco al que, según la nueva orientación estratégica aliada, es el rival más importante para los países de la OTAN, se completa con Finlandia.

Sin embargo, a pesar de décadas de comentarios en favor de la adhesión, la demoscopia no ha sido favorable a la incorporación en estos países, tradicionalmente considerados como neutrales por fenómenos como la «finlandización», concepto aplicado sobre la geopolítica finesa sin tener en cuenta los intereses de su población en la posguerra. Del mismo modo, el nuevo viraje geopolítico tampoco contaría con el refrendo popular, dado por plebiscitario por la elección de gobiernos abiertamente atlantistas y decididos a su profundización aprovechando el contexto de la Guerra de Ucrania.

También imprevisibles pueden ser las consecuencias de la escalada con Rusia, ya que esta nueva ampliación supone otro clavo más en la relación Rusia-OTAN, ya dinamitada. Moscú certificó el final de su distensión con Occidente cuando decidió que no se estaban tomando en serio sus preocupaciones de seguridad, no se estaba dando ningún compromiso desde Occidente con el cumplimiento de los Acuerdos de Minsk, se estaba rompiendo la promesa no escrita sobre la no expansión al este de la OTAN de manera continua -lo cual volvería a ocurrir- y no se había dado el más mínimo acoplamiento de intereses entre bloques desde los noventa, incluso cuando Rusia realizó la tan buscada reforma de apertura económica y política, apuntalando su sistema actual con apoyo de Bill Clinton.

La respuesta de Rusia con la guerra en Ucrania se ha hecho evidente, decidiendo que tomaría por la fuerza lo negado por la diplomacia. La incorporación de Suecia y Finlandia a la organización solo es un paso más en la escalada. No son plazas clave para el imaginario nacional ruso, lo cual evidencia que, si la distancia de un hipotético despliegue occidental allí es incluso menor a San Petersburgo que la que habría supuesto uno desde Ucrania a Moscú, la realidad de la preocupación rusa sobre Ucrania no pasaba determinantemente por dicho miedo al despliegue hostil. La cuestión nacional y la fragmentación del pueblo eslavo que consideraban común era muy importante para Moscú. Rusia realizó sucesivas declaraciones sobre que la incorporación de Suecia y Finlandia suponía una escalada intolerable pero no una amenaza si no iba acompañada del despliegue de infraestructura militar de la OTAN. Una rampa de salida que nadie parecía dispuesto a recoger.

Los países bálticos seguían presionando por una intensificación de la militarización occidental del flanco oriental y de la disuasión a Rusia. De hecho varias de las medidas que tanto estos como Polonia proponían avanzaría cualquier camino a una guerra regional con Rusia. La amenaza vital que Moscú suponía para el imaginario báltico hacía necesario responder incluso a costa de la seguridad de la cadena de suministros, que llevó a dichos países a las peores consecuencias económicas de la Unión Europea, incluso en un contexto de daño general.

Pero la estrategia para asumirlo se extendió desde el Báltico. Suecia y Finlandia serían una pieza más que, además, acordaron realizar el camino conjunto sin posibilidad de ruptura de las negociaciones.

Protesta en apoyo al pueblo kurdos en Estocolmo, Suecia. Fuente: AFP

En ese contexto, Rusia se encontraría con problemas en el Báltico mientras aumentaba su apuesta por el mar Negro, pero había algunas líneas rojas como la conexión con el enclave de Kaliningrado. La crisis ferroviaria desatada con Lituania amenazaba con poner toda la presión a la conexión entre San Petersburgo y Kaliningrado, lo cual hacia del Báltico una plaza clave de tránsito. Sin embargo, esta escalada llevaría sus propios derroteros dado el acuerdo Rusia-Lituania esencial para mantener el status quo regional. La respuesta a la OTAN seguiría ese camino en tanto se militarizase la frontera Finlandia-Rusia o escalase la tensión en el Báltico. Pero tanto por la guerra en Ucrania como por el coste económico ingente para Rusia de mantener un despliegue fronterizo tal, la respuesta debía continuar con una escalada técnica que permitiese evitar grandes números en la frontera. Entre las posibilidades se encontraba tanto el empleo de la frontera ruso-finlandesa, como el de Kaliningrado como el de Bielorrusia para cualquier tipo de despliegue significativo. A esto habría que sumar el nuevo estatus de Bielorrusia, que desde febrero abandonó su papel «no nuclear» y se abrió a acoger tecnología capaz de llevar armamento nuclear.

El frente interno de la OTAN tampoco pondría más sencillas las cosas. Turquía bloqueó el proceso durante meses, planteando la posibilidad de que la ya decidida incorporación de Suecia y Finlandia a la organización encallase. La cuestión era de vital importancia para la imagen de la OTAN frente a Rusia, y es que gran parte de la guerra proxy se estaba jugando en escenificaciones como podría ser esta. Era esencial un acuerdo para el desbloqueo. Con una posición de poder como la que tendría cualquier actor que bloquearse desde dentro un proceso que debía salir adelante sí o sí, Turquía amplió sus demandas. La cuestión de su preocupación nacional en torno a los kurdos vinculados al PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán) llegaba a los kurdo-sirios de las YPG, a kurdos situados en Suecia y Finlandia bajo petición de extradición a Turquía y a cualquier manifestación política que pudiese asociarse con el apoyo al «terrorismo» kurdo.

El documento final consagraría el cariz «terrorista» para Suecia y Finlandia del PKK y su atención a las preocupaciones de seguridad vitales para Turquía, lo cual incluía no solo a estos grupos sino a los relacionados con lo «descrito como FETO» en Turquía. Es decir, todo lo asociado a los gülenistas, partidarias del clérigo Fetullah Güllen, al que el entorno del partido de Erdogan, AKP, acusa de estar detrás del intento de golpe de Estado contra el propio Erdogan en 2016. Desde ese momento, la purga de cuadros internos turcos se ha servido del güllenismo como excusa principal, pero al conseguir hacer extensible esta cuestión a socios de la OTAN, empezando por Suecia y Finlandia, ganaba un peso muy relevante en pleno conflicto retórico con Grecia por su supuesto apoyo a los güllenistas y su peso de lobby en Washington contra Turquía.

El acuerdo con los nórdicos conseguía el compromiso en el cambio de la legislación «antiterrorista» para forzar un endurecimiento pero su materialización aún llevaría tiempo. La cuestión es que todos los países debían ratificar la entrada más allá de la escenificación de Madrid, por lo que Turquía tenía margen para calibrar la respuesta sueca y finlandesa, especialmente dada la tensa negociación que llevó al acuerdo, sobre todo con Suecia. Además el acuerdo señalaba un mecanismo conjunto entre secciones de Interior, Defensa, Exteriores e Inteligencia para garantizar el buen fin del mismo.

Suecia había sido el hueso más duro debido a la mayor presencia kurda, mientras con Finlandia se iban cerrando flecos previamente a la cumbre. Estados Unidos concedió un espacio a Erdogan para incrementar la comunicación y finalmente se llegó al arreglo preliminar que salvase la foto. La materialización sería otra cosa. El gobierno sueco de Magdalena Andersson había logrado salvar poco antes su continuidad parlamentaria gracias, precisamente, a una diputada kurda. Ante la sustancial criminalidad y problemática callejera de Suecia, el puesto del ministro de Justicia puso en jaque a todo el gobierno. La promesa de un mayor apoyo del gobierno sueco a las YPG kurdo-sirias sirvió a todas luces como salvavidas gracias a la diputada kurdo-iraní. La ruptura de la promesa para contentar a Turquía y consagrar el rumbo decidido por el gobierno sueco, amenazó con dejar en minoría a Estocolmo.

Composición de la OTAN si Finlandia y Suecia finalmente se adhieren. Fuente: CNBC

La escalada en Europa, el riesgo de una nueva grieta en los gobiernos que confrontaban a Rusia y el éxito previsto para Turquía abrían un nuevo escenario. Las demandas tenían que ser aplacadas y, en ese contexto, cada país podría haber tratado de cerrar la fuerza de la OTAN en torno a sus intereses. Turquía seguía manteniendo su intención de lanzar una invasión sobre Siria que vaya más allá de las anteriores operaciones por crear una zona de amortiguación frente a los kurdo-sirios en el oeste del río Éufrates.

Y la OTAN, que hace tiempo se mostró en contra de las operaciones militares turcas en Siria, veía cómo se seguían consagrando sus demandas mientras al menos Suecia, Finlandia y el Reino Unido levantaban el embargo de armas, mientras se organizaban preparativos para invadir Siria y mientras se amenazaba con la desmilitarización de las islas griegas del mar Egeo. Presumiblemente Estados Unidos podría dar un paso más allá y autorizar el regreso de Turquía a los programas de armamento pesado común, como se solicitó con respecto a los cazas y destensar unas relaciones que se enfriaron con episodios como la compra por parte de Turquía de los sistemas de defensa antiaéreos S-400 rusos, las sanciones subsiguientes o el reconocimiento del genocidio armenio por parte de Estados Unidos. La defensa europea según para lo que cada uno entienda como Europa.

 

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