La orgía de la partitocracia

Por Luis Aneiros

La idea de que el bipartidismo ha sido, al menos en una gran parte, el culpable de los males políticos de España, caló tan profundamente en la sociedad española que supuso el empujón para una formación como Podemos, cuya sola concepción como idea habría sido tomada como una broma pesada hace tan solo veinte años. Pero, al igual que sucedió con todos los avances sociales impulsados desde la izquierda (véase aborto, divorcio, matrimonio homosexual…) la derecha, siempre tan falta de ideas propias, también se subió al carro de lo que se llamó “nueva política” y reflotó ese invento amorfo, mutante y de un sospechoso color naranja llamado Ciudadanos, que ya en ese momento era de todo menos nuevo, permitiendo que a Albert Rivera se le denominara el “Pablo Iglesias de la derecha”. Y si de dividir el mapa se trataba, se puede decir que el resultado ha sido más que satisfactorio. Pero si la pretensión era ofrecer a los ciudadanos alternativas serias con las que conformar un mapa más representativo y conseguir que, por fin, el Parlamento fuera el lugar donde todos nos viéramos reflejados, creo que el fracaso no pudo haber sido mayor.

Las ideologías han pasado a un peligroso segundo plano, y ya no importa si la mujer del César es puta o no, lo que importa es que no lo parezca. No existen diferencias de programa ni de ideas entre las diferentes formaciones de izquierda, los discursos son exactamente los mismos, pero todos tienen el férreo objetivo de ser quienes lideren la transformación que, siendo tan necesaria, se ve imposibilitada precisamente por esta lucha de egos y esta ansia de ocupar muchas páginas en los libros de historia del futuro. Tan solo Alberto Garzón puede salvarse del circo mediático en el que Iglesias y sus pupilos han convertido el progresismo y lo que podría y debería haber sido el cambio siempre soñado. No sé si ha sido generosidad o ingenuidad, pero considero muy encomiable el que Garzón dejara que su figura se desdibujara en pos de una unidad que ha resultado ser una quimera sin visos de llegar a convertirse en realidad ni a largo plazo. Y por parte de la derecha, la desesperación que produce el avance de VOX lleva al PP y a C’s a cocinar sus recetas únicamente con la patria, los símbolos y la tradición como ingredientes. La bandera y la Virgen del Tobillo Luxado crearán el empleo que necesitamos, las plazas de toros serán los sagrados lugares donde cazadores y descendientes de Franco obrarán el milagro de la igualdad para las mujeres… Pero igualdad real, no la de los mismos salarios y oportunidades, sino la de ser iguales a sus abuelas, que es lo moderno. La ultraderecha ya convivía en el seno del Partido Popular desde su fundación en 1976, y nadie desde dentro intentó llevarla al terreno de lo democrático, sino que se la alimentó hasta que se emancipó gracias, entre otras cosas, a las ayudas estatales que recibió a través de fundaciones inexplicablemente legales y el mantenimiento de lugares de peregrinación fascista como el Valle de los Caídos.

He hablado de la izquierda y no he nombrado al PSOE, y no ha sido por casualidad. No puedo considerar izquierda a quien se le ha regalado la posibilidad de curar a España de la peor enfermedad hecha gobierno desde 1975, y no ha tenido más valor que el necesario para tomar a los españoles por bobos. Todo se derogaría y nada se ha derogado. Todo se devolvería y nada se ha devuelto. Tan solo una subida importante e ineludible del SMI, que en realidad explotará más Podemos como verdadero artífice, porque todos hemos visto la lagrimita que a Pedro Sánchez le asomaba al tiempo de implantarla, como cuando alguien nos tira de un pelo, pero el orgullo nos impide mostrar el dolor. Ninguna medida de verdadero calado de la batería que se supone que traía en la cartera, tan solo rectificaciones y demostraciones públicas de que la imagen no lo es todo.

Tan solo Alberto Garzón puede salvarse del circo mediático en el que Iglesias y sus pupilos han convertido el progresismo y lo que podría y debería haber sido el cambio siempre soñado.

Y el 28 de abril entraremos en los colegios electorales, de nuevo un poco más decepcionados, otra vez con la sensación de que la fiesta de la democracia de la que se hablaba en los ochenta es ahora la orgía elitista de la partitocracia. Ya no es un triunfo de la sociedad española, sino la victoria de los de siempre, pero antes no lo sabíamos. O sí, pero no queríamos creerlo, ¿quién sabe? Recuerdo cuando votábamos ideologías, proyectos, futuro…, pero cada incumplimiento sistemático de lo prometido ha hecho cambiar las motivaciones de nuestros votos. ¿Por qué soñar con lo que sabemos que no se va a producir en ningún escenario, gobierne quien gobierne? Y con esas aguas embarradas sacian su sed de venganza los que han convencido a algunos (pocos, pero demasiados) de que lo que tiene que preocuparnos es quien puede pintar su corazón de rojo y gualda, o cuanto le ha costado su equivocada casa a Pablo e Irene, o que lo importante no es si nuestro trabajo es una mierda, sino que nos lo puede quitar un moro. Y algunos españoles (pocos, pero demasiados) meterán eso en la urna. Y otros no sabrán qué meter, porque en sus manos tendrán cinco o seis papeletas diciendo lo mismo y destrozando el sueño de la unidad.

Es mi opinión.

1 Comment

  1. Artículo nostálgico. Si quieres pensamiento (tú dices ideología; no sé si como dogma) todos los días con Monedero EnLaFrontera. Gracias al circo mediático IDEOLOGIZANTE que empezó en LaTuerka tenemos lo que tenemos. Lo de «no hay proyecto de país» «está acabado» es el mantra en los medios de comunicación asustados eon el poder…. en las ruedas de prensa de Podemos sí veo proyecto de país. GARZÓN ideal perfecto, maravilloso… pero Anguita también lo era, y no sucedió. Y Anguita avisó, de poco sirve que Alberto y Pablo se unan si en cada ciudad los militantes no hacen lo mismo.

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo no será publicada.




 

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.