En septiembre de 1976 son varias las huelgas y encierros en la antracita berciana
Por Alejandro Martínez
Una galerna es un viento súbito y borrascoso que, en la costa norte de España, suele soplar entre el oeste y el noroeste. Desde mediados de 1975 hasta finales de 1976 el Ministerio de la Gobernación contabiliza 37.990 huelgas. Dos millones y medio de trabajadores se movilizan en un contexto en el que la huelga y los sindicatos son ilegales y el protagonismo de CCOO es “indiscutible”. La cadena de huelgas que recorre el país “se abatían sobre el gobierno como una galerna del Cantábrico”, en palabras de José María de Areilza, Conde de Métrico y Ministro de Exteriores.
Las reivindicaciones económicas se mezclan con las sociopolíticas. El metal, la minería y la construcción protagonizan las principales movilizaciones en El Bierzo y Laciana (León). En septiembre de 1976 son varias las huelgas y encierros en la antracita berciana. En Campomanes Hermanos en Torre del Bierzo paran en solidaridad con un administrativo despedido. 90 mineros de Gaiztarro se encierran en el grupo Escandal en Matarrosa del Sil en solidaridad con dos compañeros despedidos. También la Jarrina de AGSA se solidariza con los anteriores y consiguen su readmisión. En COFASA son 300 mineros por los mismos motivos a los que se unen otros en distintos grupos y empresas de la cuenca del Cua y una huelga general en García Simón en Lillo del Bierzo y Fontoria.
Ante los despidos los trabajadores se unen por solidaridad. Son conscientes de que si echan a uno, el resto quedaría en una posición de debilidad ante próximas reclamaciones de mejoras.
El 29 de octubre 86 mineros se encierran en el grupo Marrón de Hijos de Simón García, en Lillo del Bierzo. El conflicto se venía gestando por las difíciles condiciones de trabajo de la empresa de “El Patatero” (las peores de la cuenca del Cua) y estalla por el despido de algunos trabajadores “muy bravos” (según testimonios de la época) que supuestamente habían pegado a un capataz porque les faltaba dinero en la nómina.
La situación de los encerrados es extrema, la cerrazón empresarial lleva al límite a los trabajadores. En los días siguientes se produce un goteo de abandonos y hospitalizaciones. Las ambulancias pasando por Fabero y Lillo son una alarma que enciende los ánimos en el exterior. En solidaridad se van sumando huelguistas en otras empresas, se producen concentraciones en la bocamina y el pueblo comienza a organizarse. El resto de empresas se va uniendo en una huelga solidaria que afecta a 1.200 trabajadores de la cuenca.
El martes 2 la situación termina de tensarse. En Fabero un grupo se organiza y una comitiva de unas 200 personas se dirige a Lillo con las mujeres en cabeza. En el camino la Guardia Civil les corta el paso, se produce un forcejeo y dispara al aire. José Antonio López, “Mister”, militante de CCOO en AFSA, es uno de los participantes y relata así la situación: “nunca había visto funcionar una metralleta y pasé mucho miedo”. Finalmente, un grupo consigue acercarse al encierro.
Al día siguiente, los militantes de las ilegales Comisiones Obreras solicitan la presencia de Benjamín Rubio para negociar y evitar que “haya muertes”. Este se presenta en el cuartel de la Guardia Civil de Villablino. Tras una serie de gestiones entre el Teniente Coronel de León y el Capitán de Ponferrada, lo facultan para representar a los trabajadores.
Ante “la unanimidad de la población”, citan los periódicos clandestinos cómo Mundo Obrero, la guardia civil se ve obligada a permitir que una comisión proporcione alimentos a los encerrados y que otra, liderada por Rubio, trate de encauzar de forma extralegal el conflicto laboral. A cambio Benjamín convence a los vecinos reunidos en la bocamina para que se vayan y evitar la intervención de la benemérita. Rubio, que tiene muy presente los asesinatos de trabajadores en Granada, o los más recientes de Vitoria, le dice al mando de la fuerza pública: “ve usted cómo se comporta la gente cuando usted se comporta”.
Benjamín Rubio telefonea al propietario de la mina, reacio a negociar: “Aquí está a punto de prenderse un fuego y aunque usted se haya marchado para Ponferrada le puede alcanzar”. Finalmente accede a dialogar y junto a dos encerrados bajan a la ciudad berciana a negociar con el compromiso de no ser detenidos. Llegan a un preacuerdo y al día siguiente se pone fin al encierro.
El día 4 por la tarde una reunión en la Casa Sindical de Fabero cierra el acuerdo mientras en la calle se concentran unas 5000 personas, según señala el diario El País, que añade que “la fuerza pública se limitó a observar sin intervenir en ningún momento.” La Guardia Civil tenía a la fuerza acuartelada en Vega de Espinareda, sin embargo tras una llamada a Benjamín Rubio le prometen que “en honor al comportamiento demostrado” si la multitud se dispersa no intervienen.
El papel decisivo que juegan las Comisiones Obreras supone su fortalecimiento y un impulso a la creación del sindicato en la zona. Al día siguiente algunos trabajadores de Marrón empiezan a decir públicamente “¿Quién se afilia a Comisiones Obreras?”. Para Octavio Quiroga, líder de las Comisiones en la cuenca, “aquel encierro marcó y sirvió para que la comarca, la zona de Fabero se concienciase de que había una situación a la que había que darle la vuelta”.
A pesar de los avances, las Comisiones Obreras tienen todavía una organización anárquica. Cuentan con un grupo de mineros combativos organizados en el PCE y que se reúnen en el bar de Valerio de la Sierra en Lillo del Bierzo. Se mueven por la nómina de líderes que existen en cada explotación y que mantiene contacto con los del resto de empresas pero con culturas muy localistas. En AFSA destaca Honorino de la Concepción, en COFASA Ángel Cuesta y en AGSA Octavio Quiroga.
Movilizaciones cómo las de Marrón formaron parte de esa Galerna de huelgas que en 1976 impidió que se consolidase un franquismo sin Franco. A pesar de una fuerza pública que no dudaba en intervenir con fuego real frente a familias trabajadoras que reclamaban pan y libertad.
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