La mujer que construyó Guinea

Bangoura comenzó a liderar una especie de milicia popular formada por mujeres que aprendieron a usar las armas y utilizaban los ataques verbales físicos contra sus rivales

Por Aurora Moreno Alcojor / Africaye

Su imagen presidió durante un tiempo los billetes de 1 sili -la moneda de curso legal entre 1971 y 1985 en Guinea-Conakry, llegó a ser ministra en los años 70 y, sobre todo, fue una de las caras visibles de la participación de las mujeres en el proceso de lucha anticolonial en su país. Hoy hablamos de Hadja Mafory Bangoura.

Proveniente de una familia humilde de la etnia soussou, Haja Mafory Bangoura nació alrededor de 1910 en la zona costera de lo que hoy es la República de Guinea y entonces era el África Occidental Francesa. Sin estudios primarios, pasó los primeros años de su vida en su aldea natal, sobreviviendo junto a su familia a base de lo que obtenían del campo, hasta que con 25 años decidió marchar a la capital, Conakry, donde comenzó a trabajar como planchadora.

Eran los años en los que las movilizaciones contra la administración colonial comenzaban a tomar fuerza, a través de manifestaciones, marchas, y protestas exigiendo derechos que sistemáticamente se negaban a las poblaciones locales. Movimientos que fueron fuertemente reprimidos y que provenían principalmente desde cuatro ámbitos, según cuenta Elizabeth Schmidt en su libro Mobilizing the Masses: Gender, Ethnicity and Class in the Nationalist Movement in Guinea, 1939-1958. Eran los veteranos de la Segunda Guerra Mundial que, a la vuelta a sus hogares, descubrían que sus pensiones eran mucho menores que la de aquellos con los que habían luchado hombro con hombro durante el conflicto; los trabajadores urbanos, que habían comenzado a organizarse en sindicatos para exigir mejoras laborales; los campesinos, habitualmente olvidados y esquilmados por la administración colonial, y las mujeres, que demandaban mejoras en los servicios de salud y atención para sus hijos. Entre ellas, destacaba especialmente la actividad de aquellas que disponían de sus propios negocios en los mercados, lo que les permitía una posición más influyente y facilitaba su participación en determinados asuntos.

Los años 50 marcaron el comienzo de una década convulsa que tendría dos momentos clave. El primero, en 1953, cuando Ahmed Sékou Touré lanza una propuesta de huelga a gran escala a través del Rassemblement Démocratique Africain (RDA), una alianza de partidos con diferentes ramas en las colonias del África occidental y central. El objetivo era presionar a París para la implantación efectiva del Código de Trabajo en Ultramar, que había sido aprobado un año antes pero se incumplía sistemáticamente y por el cual se establecían mismos salarios y condiciones laborales para los trabajadores de la metrópoli y de los territorios colonizados. La huelga, coordinada con el resto de territorios incluidos en el África Occidental Francesa, tuvo un extraordinario éxito en Conakry. Mientras en los países vecinos se mantuvo entre 10 y 12 días, en Guinea se alargó durante más de dos meses: 72 intensos días en los que la participación de las mujeres fue imprescindible. Ellas se convirtieron en un valioso canal de transmisión de información y mantenimiento de la moral colectiva, ya fuera desde las colas en las fuentes de agua, en los taxis colectivos o en el mercado, tal y como contaba la activista y participante en las movilizaciones Fatou Keita, entrevistada en los 90 por Schmidt. Además, se constituyeron como una importante fuente de propaganda a través de sus eslóganes y canciones. La tradición oral y su experiencia como contadoras de historias les permitía conectar fácilmente con la mayoría de la población, especialmente con aquellos que apenas sabían leer y escribir, como ellas mismas. Las canciones permitían contar, adornar y mitificar los acontecimientos, al tiempo que servían para ridiculizar a los colonos -o a aquellos que no participaban en la huelga, a quienes tildaban de cobardes y traidores-.

Entre estas mujeres se encontraba Mafory Bangoura, que aunaba en sí misma las quejas de los sectores más movilizados: proveniente de una familia de campesinos, trabajadora urbana y mujer. Su participación comenzó de forma tímida, pero pronto empezó a implicarse activamente en labores de propaganda y arenga a las multitudes, labor en la que destacó especialmente. Y no era un trabajo fácil para las mujeres: su participación fuera del ámbito del hogar no era fácilmente aceptada por todos, ni siquiera dentro del propio partido; y ocupar posiciones de liderazgo era especialmente complicado para quienes no disponían de estudios. Suponía, además, hablar en público ante miles de personas, desplazarse solas, y dedicar su tiempo a asambleas, reuniones y manifestaciones, lo que implicaba dejar de lado las tareas en el hogar y el cuidado de la familia.

Sólo unas pocas pudieron participar con este nivel de implicación, pero contaron con el apoyo  de muchas otras que sostenían la lucha desde numerosos frentes: desde la composición de cántico subversivos a la costura de uniformes y símbolos, pasando por la logística o la transmisión de información.

El trabajo realizado por Bangoura durante la huelga le valió para ser elegida como parte del Comité de Mujeres de la (RDA), creado cuando el partido vio la necesidad de implicar a las mujeres en la lucha. Al mismo tiempo, Bangoura comenzó a liderar una especie de milicia popular formada por mujeres que aprendieron a usar las armas y utilizaban los ataques verbales físicos contra sus rivales -ya fueran de la administración colonial u otros militantes no adeptos a la RDA-. En el grupo se dieron cita otras mujeres como Nabya Haidara, Khady Bangoura, Mahawa Touré, Néné Soumah y N’Youla Doumbouya, según cuenta Schmidt en el texto Emancipate Your Husbands!” Women and Nationalism in Guinea, 1953–1958.

Para Bangoura, estos son años de entrega absoluta al partido. Años de reuniones y mítines en los que, según algunos testimonios, invitaba a las mujeres a vender sus objetos de valor para financiar a la RDA y a presionar a sus maridos con huelgas de sexo si no se sumaban al partido: “Si no lo hacen, no os preocupéis, Sékou Touré os dará otro [marido]; uno verdaderamente demócrata”, llegó a decir Bangoura, según se recogía en un informe policial del año 54.

Un tipo de discurso que no gustaba demasiado a las autoridades tradicionales, a los miembros de los otros partidos en el país, y ni siquiera a todos los militantes de la RDA. Para muchos, la participación de las mujeres estaba rompiendo las reglas tradicionales de género, y comprometiendo el buen desempeño y el devenir de los hogares.

Su incansable actividad pronto comienza a inquietar también a las autoridades francesas, conscientes de la influencia que ejerce sobre la población. Acusada de transmitir documentos antifranceses a los militantes detenidos, en 1955 fue condenada a un año de prisión. Sin embargo, su encarcelamiento provocó un revuelo tal entre muchas otras mujeres que finalmente sólo pasaría un mes en la cárcel y su salida terminó convirtiéndose en una nueva manifestación de descontento, pues decenas de militantes la esperaban en la puerta de la prisión para acompañarla a su casa.

Tres años después, en septiembre de 1958, tuvo lugar el referéndum impulsado por París por el que las colonias debían elegir entre convertirse en un territorio autónomo dentro de la Unión Francesa o acceder a la independencia. Fue el segundo momento crucial de la década de los 50 en Guinea Conakry, que se convirtió en el único país en decir no a la propuesta de Charles de Gaulle.

Un día histórico que supuso una gran victoria para la RDA, el partido al que pertenecía Mafoury, y el primer paso hacia la independencia inmediata, que conllevaba la formación de las estructuras del nuevo Estado. Era el punto de partida del nuevo país, pero a la vez, significó un punto de retorno para muchas de las mujeres que habían participado en la lucha anticolonial. Acabadas las revueltas, la mayoría volvieron a sus vidas anteriores, a sus hogares, a sus familias. Sin embargo, no fue el caso de Bangoura, que desde el primer momento ocupó diversos cargos en la nueva Administración y que en el año 1970 se convertiría en ministra de Asuntos Sociales, una de las escasísimas mujeres de este rango en todo el mundo en aquella época. Un puesto en el que se mantuvo hasta 1976, cuando falleció en un accidente de avión en Bucarest.

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