Marwan Bishara
En los últimos dos años, la administración Trump ha lanzado un ataque diplomático total contra el pueblo palestino, mientras prepara una nueva iniciativa para ‘resolver’ el conflicto de Oriente Medio. Ha afirmado que su plan es diferente de cualquier otro, ha descalificado todo lo que se dijo sobre él como especulación salvaje y ha acusado a los críticos de apresurarse a juzgar antes de haberlo visto.
En efecto, las y los palestinos no han visto el plan real, pero tienen un buen presentimiento sobre lo que implicará. Han observado de cerca cómo la administración Trump ha escupido una política tras otra con la clara intención de humillarles y someterles.
Trump: El regalo a Israel que no cesa
Durante el último año y medio, la administración del Presidente estadounidense Donald Trump ha estado dando al gobierno de Benjamin Netanyahu un “regalo” político tras otro.
En diciembre de 2017, su administración reconoció a Jerusalén como capital de Israel y en mayo de 2018 trasladó la embajada de Estados Unidos desde Tel Aviv. En enero de 2018, congeló toda la ayuda a la UNRWA (la agencia de la ONU encargada de apoyar a millones de personas palestinas que viven como refugiadas), y en junio de ese año se retiró del Consejo de Derechos Humanos de la ONU después de acusarlo de tener una predisposición contra Israel a causa de sus políticas en Palestina ocupada. En septiembre, la administración Trump clausuró la oficina de representación de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en Washington.
Mientras tanto, le dio a Netanyahu luz verde para expandir las colonias judías en Cisjordania, a la cual el Departamento de Estado dejó de llamar “ocupada” en los documentos oficiales y pasó a designarla como “controlada por Israel”.
Luego, justo antes de las elecciones israelíes de este año, el Presidente Donald Trump firmó una proclamación en la que legitimaba la anexión por parte de Israel de los Altos del Golán sirio, la cual había sido anteriormente declarada “nula y sin efecto” por la administración Reagan y el Consejo de Seguridad de la ONU.
Quizás lo más alarmante es que su administración empujó a ciertos países árabes hacia la normalización de las relaciones con Israel, sin que Israel hiciera ninguna concesión a cambio.
Estas políticas estadounidenses han envalentonado a Netanyahu −que iniciará un quinto mandato como Primer Ministro− para jactarse de que mantendrá para siempre la soberanía israelí sobre una “Jerusalén unida”, como “capital eterna” de Israel, y a prometer que nunca renunciará al control israelí sobre ningún territorio palestino al oeste del río Jordán. También se ha comprometido a anexar todas las colonias judías ilegales en Cisjordania.
Entre tanto, los dirigentes palestinos y los gobernantes árabes han hecho poco más que emitir declaraciones inconsecuentes.
Zelotes con esteroides
Estos y otros cambios en la tradicional política exterior de Estados Unidos en Oriente Medio se han producido por iniciativa de los tres principales asesores de Trump para Oriente Medio: su yerno Jared Kushner y sus dos ex abogados neoyorquinos, Jason Greenblatt y David Freedman, que han estado promoviendo activamente políticas pro israelíes durante décadas.
Estos tres orgullosos sionistas radicales han demostrado claramente su entusiasmo por las colonias ilegales de Israel en los territorios palestinos, y su rechazo a la denominación de “ocupadas” para Cisjordania y Jerusalén.
Pero el trío Trump sigue sorprendiendo, y no en el buen sentido. Kushner y compañía son tan extremistas que hacen que Netanyahu parezca moderado en comparación.
Forman parte de un grupo de sionistas estadounidenses de línea dura que se opusieron al “Proceso de Paz de Oslo” en los años Noventa, e incluso han comparado a los grupos pacifistas israelíes con los colaboracionistas nazis. También han desestimado de plano los derechos nacionales e históricos del pueblo palestino y han defendido las acciones de Israel como ordenadas por Dios. Al igual que sus socios evangélicos, creen que su jefe Trump ha sido ungido por Dios para cuidar de Israel, y consideran que su interpretación de la voluntad divina suplanta la voluntad de la comunidad internacional.
El año pasado, Friedman, que ha estado sirviendo como embajador de Estados Unidos en Israel, tuiteó: “Hace más de 2000 años, los patriotas judíos (macabeos) capturaron Jerusalén, purificaron el Templo Sagrado y lo volvieron a consagrar como sitio de culto judío. La ONU no puede rechazar los hechos: Jerusalén es la capital antigua y moderna de Israel.”
El hecho de que el trío Trump muestre semejante fundamentalismo religioso con esteroides, al tiempo que insiste falsamente en que se preocupa por los intereses del pueblo palestino, debería preocupar a todo el mundo en Oriente Medio y más allá.
Girando y negociando
En tanto Kushner ha permanecido en gran medida callado sobre el nuevo plan, Friedman y Greenblatt se han mostrado locuaces sobre sus méritos e implicaciones para las y los palestinos.
Con una chutzpah [1] inigualable, ambos abogados han estado acosando a los dirigentes palestinos y avergonzándolos por no preocuparse por su gente. También les han atacado indebidamente por “alabar” el terror y dar refugio a terroristas, y al mismo tiempo han defendido incondicionalmente a Israel contra cualquier mínima crítica a su violencia y represión, incluso proveniente de los medios estadounidenses.
Muy probablemente, el trío se ha basado en la infame guía mediática del “Proyecto Israel” para “los líderes que están en la primera línea de la guerra mediática a favor de Israel”, con el fin de avergonzar a la Autoridad Palestina liderada por Abbas y aplaudir al gobierno de Netanyahu. Ellos usan recurrentemente trucos de relaciones públicas tales como: “Estamos listos para ayudar a los palestinos, pero, ¿está lista la dirigencia palestina?”
Todo esto nos lleva a la pregunta: ¿Por qué deberían los palestinos considerar el plan de Estados Unidos cuando Kushner y compañía abogan por la expropiación de sus tierras, su capital y sus recursos, todo en nombre del realismo y la paz? ¿Por qué pensar de otra manera, cuando dos destacados expertos pro-Israel y antiguos asesores de la Casa Blanca consideran que el plan no es más que “economía y algo más”, es decir, “diseñado para el fracaso”?
Bueno, el trío Trump insiste en que están trabajando en algo completamente diferente a las iniciativas anteriores de Estados Unidos, como dijo Kushner a la Cumbre Time 100 esta semana: algo basado en la realidad y no en la fantasía; y cuanto antes lo acepten los palestinos, más rápido mejorarán sus vidas. Pero si las iniciativas del pasado fracasaron porque estaban inclinadas a favor de Israel, ¿cómo puede conducir a la paz hacerlas aún más favorables a Israel? Ni que decir tiene que ninguna nación ocupada o colonizada ha aceptado o aceptará jamás un consejo de este tipo que se base exclusivamente en la lógica del poder canalla.
Pero si la administración estadounidense quiere que los dirigentes palestinos se sumen al plan, ¿por qué sigue humillándolos en público y en privado? Después de todo, cualquier nuevo acuerdo, como cualquier acuerdo anterior, tendría que implicar la aceptación de dividir y/o compartir la tierra.
Hay una vieja sabiduría hebrea en juego aquí.
“El arte de la humillación”
En un intento de ofrecer su propia versión del viejo dicho: “No se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos”, Kushner escribió en un correo electrónico en enero de 2018: “Nuestra meta no puede ser mantener las cosas estables y tal como están; ¡nuestra meta tiene que ser hacer las cosas significativamente MEJORES! A veces hay que arriesgarse estratégicamente a romper cosas para llegar a la meta.”
Pero ¿romper qué exactamente?
Parece que el objetivo principal de Kushner es romper el espíritu del pueblo palestino y su esperanza de un Estado soberano en todos los territorios ocupados en 1967, con el fin de obligarlos a conformarse con una autonomía en partes de esos territorios, con la opción de un seudo-Estado “Gaza primero”, condicionada al buen comportamiento.
Todo esto me recuerda una vieja historia que Kushner seguramente conoce; es una parábola hebrea sobre un pobre hombre que se quejaba a su rabino de que vivía con su gran familia en una casa pequeña. El rabino le dijo que trajera todos sus animales a la casa. Aunque asombrado, el hombre hizo lo que se le dijo. Al día siguiente se apresuró a volver a ver al rabino y se quejó de que la situación había empeorado mucho. El rabino le sugirió al hombre que sacara los pollos. Sintiendo un ligero alivio, pero aún frustrado con sus condiciones de vida, el hombre se dirigió de nuevo al rabino, quien le aconsejó que sacara otro animal. Este vaivén se repitió hasta que el hombre sacó a todos los animales. Al día siguiente volvió al rabino con una gran sonrisa. “Oh Rabino”, dijo, “ahora tenemos una vida tan buena. ¡La casa está muy tranquila y tenemos espacio de sobra”.
La moraleja de la historia es que cuando cambias la forma en que ves las cosas, las cosas que ves cambian. En este sentido, el trío Trump está tratando de forzar a los palestinos a ver que su realidad no es tan mala en comparación con lo mala que podría llegar a ser.
Pero la verdad es que cambiar tu perspectiva no cambia tu realidad. De hecho, cada vez que los palestinos cambiaron la forma en que veían las cosas por insistencia de Estados Unidos durante el último cuarto de siglo, su situación no ha hecho más que empeorar. Se mire por donde se mire, Israel se ha seguido expandiéndose a expensas de Palestina durante décadas.
Ya es tiempo –hace rato− de que una nueva generación de líderes palestinos reconfiguren de manera drástica la realidad sobre el terreno, revirtiendo o superando las políticas pasadas y presentes de Estados Unidos e Israel.
[1] Término de la cultura judía que expresa audacia extrema o temeraria, pero también insolencia. (N. de la T.).
Publicado el 24/4/19 en Al Jazeera. Traducción: María Landi.
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