La locura del rey Juan Carlos

Por Daniel Seixo

"Desde el momento en que el Partido Comunista acepta la Monarquía, el himno franquista y la bandera borbónica; el mismo Ejército que había masacrado a su pueblo, la misma Iglesia que había sido cómplice del genocidio español, y consiente en mantener intacto el reparto de la riqueza, el poder de la banca, de los grandes consorcios industriales y de los latifundistas del sur y del oeste de España, y aprueba la Ley de Amnistía del 77 que dejaba impune a los asesinos fascistas, la rendición de las clases trabajadoras era sin condiciones. Tan sin condiciones que un año antes de aprobar la Constitución se firmaban los Pactos de la Moncloa para entregar todo el poder al capital y dejar al proletariado sometido a la patronal."
Lidia Falcón

"Antes cuando existían monarquías en Venezuela, se podía pensar y hablar de mandatos indefinidos, no es el caso en una repúblicaMaría Corina Machado

Sin dar la cara, con las manos llenas y riéndose de todo y de todos, el monarca que llegó a la jefatura del estado jurando fidelidad a los Principios del Movimiento y a la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936 y necesitó de un golpe de estado y un eternamente clasificado elefante blanco para consolidar su legitimidad y autoridad, abandona el estado español tal y como su abuelo Alfonso XIII lo hacía el 14 de abril de 1931: huyendo de la justicia, la democracia y las consecuencias de sus propios actos de codicia y engreimiento.

A la renuncia de Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, «su majestad el campechano» para los lacayos más cercanos, desvergonzados y serviciales, no le siguieron las banderas republicanas en las plazas o los grandes pronunciamientos políticos de cambio y esperanza en el futuro. En la España del ladrillazo, las cajas B, el partidismo meramente ornamental y las sociedades de comunicación privatizadas, el engañoso sainete iniciado por el propio Caudillo y continuado diligentemente por personajes como Adolfo Suárez y Victoria Prego, continuó impunemente su labor de pilar de la estructura social heredada del régimen fascista sin apenas oposición real y efectiva. Históricamente, la corona ha cimentado su poder en una oligarquía en franca decadencia y en un sistema político corrupto que apenas representa el sentir social del estado. Una dupla de incompetencia, rentismo y nepotismo que apenas ha variado con el paso de las décadas y los cambios políticos fruto de la entrada en Europa y la estrecha conexión económica con el resto de la esfera política internacional. 

No existe ante nosotros un proyecto político más real y sólido que un proceso constituyente que ponga fin a la monarquía y nos obligue a replantear las estructuras heredadas por el franquismo

Los paraísos fiscales, las cacerías en Botsuana, los líos de faldas, las tramas familiares, las amenazas veladas, las herencias, las amistades peligrosas o incluso una abdicación entre sombras, silencios cómplices y numerosos cadáveres en el armario. Todo lo ha podido superar una institución arcaica y a todas luces antidemocrática que se ha anclado a nuestra sociedad como un parásito irreverente que siempre ha contado con la total connivencia del caciquismo patrio, se encuentre este en la justicia, los medios de comunicación, el mercado de valores o en el ala derecha o lumpenburguesa de nuestro parlamento. Las mordidas en los delegados negocios con las dictaduras de sus sátrapas homólogos del Golfo, las millonarias donaciones a sus numerosas amantes y todos y cada uno de sus movimientos entre faldas y paraísos fiscales, han sido por tanto silenciados o soportados por la estructura de un estado que ha visto en la monarquía y también en la oposición a la misma un mero decorado político en el que escenificar grandilocuentes y vacías oratorias sin posibilidad de cambio real y material alguno. Una mera tapadera para desactivar la política real y el posible cambio mediante la lucha obrera y el rupturismo. 

No se trata por tanto de continuar encadenando acontecimientos «históricos» sin trascendencia alguna, ni de negar el aplauso cómplice o abuchear al monarca como símbolo de descontento y mera válvula de distracción para la frustración y la impotencia en diversos actos oficiales. El comunicado de Juan Carlos I asegurando que abandona el estado español para trasladarse al extranjero tras una «meditada decisión», debe suponer un punto y final en la tolerancia y la displicencia de nuestra sociedad con una monarquía que nunca ha contado con el apoyo directo e irrefutable del pueblo al que gobierna. La repercusión pública del latrocinio del mayor de los Borbones, debe suponer para cualquier sociedad digna y democrática un punto límite en el que debe replantearse no solo la autoridad del jefe del Estado, sino también el propio modelo de estado y la viabilidad del mismo sin encarar en un futuro más o menos inmediato un proceso constituyente capaz de borrar de su historia reciente la anomalía de un órgano de representación política hereditario y disfuncional. La carta del rey emérito debe entenderse por tanto como un testamento para su propia persona y para la institución que un día llegó a representar como complemento necesario e imprescindible a la puesta en escena del andamiaje del cambio de chaqueta generalizado de la transición. El rey ha muerto y es tiempo de estructurar y restituir de una vez por todas la herencia democrática previa al golpe de estado fascista de 1936. 

Nos equivocaríamos no obstante si entendiésemos la huida de Zarzuela del Borbón como una vuelta a la Segunda República o si quisiésemos interpretar este hecho como una victoria de la izquierda sobre las fuerzas conservadoras. La senda del republicanismo debe avanzar en nuestro estado fruto del acuerdo y la capacidad para gestionar las crecientes tensiones internas de nuestra vida política. Descartando como es obvio la participación en este necesario proceso constitucional de una derecha en sus diferentes ejes nacionales y económicos perfectamente representada por la institución monárquica y su manejo plutocrático de la corrala que a todos nos pertenece, tan solo nos queda como opción factible la combinación de la presión social directa y el apoyo decidido de las fuerzas rupturistas periféricas en un proceso dilatado en el tiempo, capaz de anteponer la oportunidad estratégica momentánea a sus ensoñaciones particulares. 

Todo lo ha podido superar una institución arcaica y a todas luces antidemocrática que se ha anclado a nuestra sociedad como un parásito irreverente que siempre ha contado con la total connivencia del caciquismo patrio

Sin duda alguna hoy el republicanismo tiene la oportunidad de emerger como un nuevo actor político capaz de remover un tablero en el que queramos admitirlo o no, todos nosotros nos encontramos anquilosados y a la espera del desastre más absoluto a los pies de la agenda neoliberal impuesta decididamente por Europa. La sociedad civil y la capacidad política común para medir de forma real la correlación de fuerzas en el tablero del estado español, dibuja ante nosotros un escenario idóneo para sí bien no completar todas las reivindicaciones presentes en el tablero político del estado, sí poder avanzar en una agenda común basada en la justicia social, el diálogo territorial y la democratización de las estructuras de poder. Admitámoslo, si bien España asemeja a todas luces irreformable desde hace mucho tiempo, no existe ante nosotros un proyecto político más real y sólido que un proceso constituyente que ponga fin a la monarquía y nos obligue a replantear las estructuras heredadas por el franquismo.  

«¿Por qué no te callas?» esa fue la prepotente frase pronunciada por el rey de España Juan Carlos I, el 10 de noviembre de 2007 contra el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado en Santiago de Chile. ¿Por qué no te callas?, una frase dirigida no tanto a un representante político sino a la voz de un pueblo anteriormente sometido a la corona española y que a través de un secular proceso constituyente había conseguido romper definitivamente con la herencia autoritaria de la misma y se dirigía ahora con orgullo y dignidad a nuestros representantes para pedir el fin del atosigamiento político y económico de un estado en manos del mero interés privado en sus relaciones geopolíticas. Es por eso que ahora que el rey emérito parece marcharse con su botín fuera de España y deja en nuestro territorio a la corona, los empresarios, políticos y periodistas que durante décadas se lucraron con su reinado, quizás sea hora de exigirles que sean ellos quienes se callen, para que sea al fin el pueblo el que pueda pronunciarse en un proceso constituyente realmente democrático y libre.