Por Daniel Seixo
Tras el estallido de una guerra sin cuartel en el feminismo, la oportuna propagación de columnas de opinión directamente insertas en la propaganda pactada contra la disidente y frente a un amplio repaso desde Galapagar al catálogo de Filmaffinity, en lo que supone ya un peligroso idilio entre la política y la ficción, al fin esta semana conocíamos el borrador de la mal llamada “Ley trans”. Y me refiero a ella como “mal llamada Ley trans”, porque de lo que vamos a hablar aquí es del intento torticero de legislar en favor del transgenerismo mediante el rapto malicioso de los intereses de las personas transexuales y el más absoluto oscurantismo político y conceptual.
Pese a los zafios intentos por parte de los creativos faros mediáticos del socioliberalismo de convencernos de lo contrario, ni esta ley llega tras un debate sereno y honesto, ni la autodeterminación de género a través de la simple voluntad ha gozado nunca de consenso alguno en el seno del feminismo. Este borrador, que sin duda alguna supone un despropósito jurídico y un ataque directo al secular cuerpo teórico del feminismo, llega a la opinión pública tras un burdo trabajo de desideologización y alineación continua, destinado a lograr fundir y confundir conceptos y marcos ideológicos, con la firme intención de situar el debate en un irracional y populista sentimentalismo que permita señalar permanentemente a “las malas y les buenes de toda esta historia”.
Resulta por tanto hoy incoherente e infantil pretender reducir el disenso en torno a la Ley transgenerista de Unidas Podemos a un mero capricho burgués, una lucha partidista por el poder o quizás a la histeria de las mujeres
Resulta necesario comprender llegados a este punto la diferencia entre sexo y género. Partamos por tanto de la definición de sexo como la condición orgánica que distingue a los machos de las hembras, el feminismo en consecuencia al hablar de sexo se refiere al cuerpo sexuado, una cuestión meramente bio-anatómica. Por su parte, cuando nos referimos al género, el debate se centra en todo aquello que socialmente adscribimos a uno u otro sexo. De este modo podremos comprender fácilmente que la ropa con la que uno se vista, la longitud de su cabello, el carácter de una persona o sus gustos, no son características que afecten de uno u otro modo al sexo de una persona. Son si embargo los estereotipos de género estructurados en sociedades claramente patriarcales, los que a lo largo del tiempo han logrado cimentar a través del género una dualidad inmutable y opresiva en la que características como la fortaleza, la valentía, la perspicacia o las diferentes dotes de mando eran incuestionablemente asociadas a los hombres, mientras que la dulzura, la sumisión o los dotes para las tareas del hogar eran relegadas a la mujer. Es precisamente frente a este despropósito profundamente misógino que el feminismo abolicionista, valga la redundancia, se levanta en armas con la firme intención de erradicar la cárcel que para las mujeres, pero también para el conjunto humano, supone el género y su opresiva edificación social.
En esta larga lucha sin cuartel a lo largo de los siglos frente a los excesos de testosterona en la religión, la política y el conjunto de la sociedad, el feminismo ha contado con el apoyo de diferentes proyectos de transformación social. Podemos atender al ejemplo del socialismo, que ha supuesto a lo largo de la historia un firme aliado en la búsqueda de una sociedad en la que no tuviese cabida ningún tipo de opresión, tampoco la opresión contra las mujeres. En nuestro país, a lo largo de los años 60 y 70, el feminismo decide plantear una alianza con la intención de luchar contra la discriminación de un sistema de sometimiento colectivo estructurado a través del capitalismo y el patriarcado contra las mujeres y la comunidad LGTB, la lucha contra la desigualdad, el acoso sexual, la violencia de género, la discriminación y la brecha salarial, suponen puntos de encuentro que permiten a las mujeres caminar unitariamente durante largo tiempo con otros colectivos afectados por la desigualdad generada por el patriarcado. Fruto de este encuentro la visibilidad social y política de ambos colectivos crece exponencialmente, llegando a situar al estado español como un ejemplo a nivel internacional en materia de igualdad. Las multitudinarias marchas por el 8 de marzo, Día de la mujer trabajadora, la consecución del matrimonio homosexual tras una larga lucha o una legislación que garantizó al colectivo transexual mecanismos eficientes para el cambio de nombre en el registro civil y el tratamiento quirúrgico para la reasignación de sexo costeado plenamente por la Seguridad Social, son claros ejemplos del fructífero camino en común que el feminismo ha compartido a lo largo de los años con otros colectivos. Gran parte de las mujeres que hoy son señaladas como radicales, tránsfobas o incluso fascistas, son exactamente las mismas que caminaron de la mano con el colectivo LGTB frente al franquismo y la violencia callejera e institucional de la posterior transición.
La Teoría queer se convirtió en un campo de experimentación en el que las onanistas publicaciones especializadas, las rocambolescas tesis doctorales o los lucrativos libros oportunamente publicados por diferentes teóricas queer, utilizaban al colectivo LGTB como un sujeto sin voz propia sobre el que proyectar sus delirios
Resulta hoy por tanto incoherente e infantil pretender reducir el disenso en torno a la Ley transgenerista de Unidas Podemos a un mero capricho burgués, una lucha partidista por el poder o quizás a la histeria de las mujeres. Argumento este muy usado a lo largo de la historia por todos aquellos que negándose a tener en consideración las exposiciones políticas o filosóficos de las compañeras, preferían reducir las mismas a una mera apetencia, un capricho o neurosis. Este parece ser el caso de personajes como Antonio Maestre o Raúl Solís, escritores de tinta morada que incapaces de encarar con la profundidad necesaria un debate tan crucial para el futuro del feminismo como el que hoy nos ocupa y negándose en redondo a comprender o atender a las argumentaciones de las compañeras, prefieren en sus análisis a vuelapluma circunscribirlo todo a una mera lucha de poder entre Unidas Podemos y el PSOE. Llegando incluso el compañero de plató de Eduardo Inda a restringir todo este debate a una contienda entre Carmen Calvo e Irene Montero a causa de los celos provocados por la pérdida de exclusividad institucional del feminismo. Sin duda un análisis digno de los más misóginos estereotipos de género asociados desde el patriarcado a las mujeres.
Pero lejos del machismo interiorizado que rezuma de los análisis del fanatismo o el seguidismo partidista, las verdaderas causas de la desavenencia entre el feminismo y el llamado colectivo LGTBI, parten de una nefasta deriva ideológica en amplios sectores de este colectivo que los lleva a enmarcarse en las dinámicas de pensamiento de la llamada Teoría queer. Un conjunto de ideas basadas en los postulados surgidos de los estudios de género que desde los años 90 se han llevado a cabo en las universidades estadounidenses. El des-activismo queer, tal y como Shangay Lily lo definía en su magnífico libro “Adiós Chueca”, surgía de las profundidades más barrocas del academicismo de Washington, para a través ilusorias controversias entre grupos de expertos y teóricos encantados de conocerse a sí mismos, lograr asimilar y neutralizar en el seno de las dinámicas capitalistas a las más radicales y revolucionarias vías políticas de la realidad feminista, homosexual y transexual.
Gran parte de las mujeres que hoy son señaladas como radicales, tránsfobas o incluso fascistas, son exactamente las mismas que caminaron de la mano con el colectivo LGTB frente al franquismo
Escudándose en su supuesta impronta transgresora y en una ficticia pertenencia a la periferia, pronto la Teoría queer se convirtió en un campo de experimentación en el que las onanistas publicaciones especializadas, las rocambolescas tesis doctorales o los lucrativos libros oportunamente publicados por diferentes teóricas queer, utilizaban al colectivo LGTB como un sujeto sin voz propia sobre el que proyectar sus delirios. El tamiz de la academia pronto disgrego cualquier atisbo de unidad con el feminismo, fagocitando mediante sus abstracciones teóricas la propia realidad material de las personas transexuales y homosexuales en inabarcables letras destinadas a desconectar la experiencia del propio colectivo, ahora ya LGTBIQH+. La verdadera cara la tan cacareada Teoría queer, es la de unas señoras burguesas jugando con la vida de colectivos marginalizados, únicamente con la intención de conseguir réditos académicos, políticos o económicos. Retomando a Shangay Lily: “Lo queer pronto creó un verdadero star-system con mesías alejados de cualquier “mugre”o dureza vital”.
Es precisamente esa aura de sofisticación de la periferia lo que lleva al Partido Socialista a acercarse encandilado a estos postulados. En plena efervescencia del gaycapitalismo y con Pedro Zerolo como garante de la modernidad de un partido que en su armario seguía oliendo a naftalina y cal viva, los postulados queer logran impregnar progresivamente la política institucional española a través de un asociacionismo estrechamente vinculado con diferentes intereses económicos y electorales. Nadie debería extrañarse por tanto cuando nombres como Beatriz Gimeno, Boti García o asociaciones como COGAM o FELGTB siguen suponiendo a día de hoy los principales valedores de la mal llamada “Ley trans” o cuando en el pasado Partido Popular y Partido Socialista compitieron abiertamente en una carrera legislativa sin freno por aprobar las “más avanzadas” leyes identitarias para el colectivo LGTB, siempre y cuando estas le reportasen réditos electorales o clientelares. Para el PSOE nunca ha existido la ideología o el compromiso con la izquierda o el feminismo, la ética o el compromiso intelectual con un proyecto con potencial transformador siempre ha sido una fachada, una ensoñación, un engaño diseñado para lograr encuadrarse al menor precio posible en el esteticismo electoralista como única verdad y creencia firme para la dirección del partido.
Ni esta ley llega tras un debate sereno y honesto, ni la autodeterminación de género a través de la simple voluntad ha gozado nunca de consenso alguno en el seno del feminismo
A día de hoy, aquel que exprese que la autodeterminación de género a través de la simple voluntad o la propia Ley transgenrista goza de amplio consenso en el feminismo, solo puede ser un ignorante o un manipulador. La idea de Butler acerca de que el género lejos de ser una opresión, puede convertirse en una identidad que puede ir fluctuando en el tiempo, rompe los más básicos consensos con el feminismo. A través de esa performatividad de género basada en el mero sentir individual, cualquier hombre podría autodefinirse como mujer dinamitando de este modo el sujeto político del feminismo. El género, la prisión, es esgrimida como garante de la libertad por el discurso queer. El neolenguaje en su más fiel acepción, pretende así convencernos de que mediante la asimilación del concepto sexo y género, mediante su unión o confusión, las opresiones patriarcales desaparecerán. Intentando de ese modo negar la realidad de la diferenciación sexual entre los seres humanos, el academicismo más idealista y subjetivo, únicamente logra retornar y reforzar al género como patrón único y compartimento estanco desde el que definir socialmente lo que supone ser hombre o mujer. Jugando a ser demiurgo, Butler y sus discípulos se abandonan finalmente a los postulados más reaccionarios y misóginos con los que intentar salvar las deshilachadas costuras de su marco de pensamiento.
Muchos les dirán que tras esta ley transgenerista no existe ideología, la realidad grita que no existe base material para legislar con garantías sus abstracciones. La ley encabezada por el ministerio de Irene Montero es un dislate, un desesperado intento de conseguir rédito electoral desde el puro idealismo. Un castillo de arena político en el que los morados han comenzado su constricción por el tejado.
Qué gentuza Podemos, vendeobreros.
La IP, deja de hacer el ridículo.