La Ley, el disfraz del fracaso político

Por Luis Aneiros

Antes de comenzar el desarrollo de este artículo, creo necesario hacer una serie de puntualizaciones personales, para evitar la estéril repetición de conceptos e ideas que prefiero dejar claros de principio. Existe, en el tema de la independencia de Cataluña y los sucesos de los últimos meses, una peligrosa dualidad que ha dividido a España en dos teóricas mitades de las que yo reniego enérgicamente, y que creo inventadas para facilitar la confrontación, que, a mi entender, es el verdadero objetivo de todo lo que se decide hacer y se hace en torno a dicho asunto.

Lo primero, en Cataluña solo existe un problema real: el tiempo. La independencia de su territorio del resto del estado español no es sino algo que se tratará tarde o temprano, como es debido, o sea, mediante una consulta popular. Que nadie se lleve a engaños: ese es el único final posible (además del único lógico) para una cuestión que está arraigada en la sociedad catalana desde hace mucho tiempo, y que, como tantos otros temas pasados, está abocada a aclararse en las urnas.

Por otra parte, creo que no ha habido ni un solo protagonista de este conflicto que haya actuado como era debido. Ni uno. Ni a nivel individual, ni como partido, ni como institución, nacional o autonómica. Gobiernos, parlamentos, partidos, políticos, periodistas, medios de comunicación… Han creado una guerra donde solo debería de haber una mesa con cafés y tostadas. Han alimentado a sus bestias particulares para sacar tajada (política o económica) y para arrastrar tras de sí a las masas que justifican sus movimientos.

No deja de resultar curioso que muchos de los que, brazo derecho en alto, enarbolan la bandera del cumplimiento de la Ley, confiesan su adoración por un dictador que llegó al poder precisamente gracias a actos de sedición y rebeldía.

Y tenemos el problema del cumplimiento de las leyes… Cuando se considera conveniente, se habla de la Ley como si fuera un ente divino surgido de la voluntad de un Ser Superior. No se puede incumplir, su violación supone la pérdida automática de la razón, saltarse las leyes convierte (según el bando) al protagonista en merecedor de la eterna condenación. Pero las leyes son obra de hombres y mujeres, imperfectos y avariciosos, ambiciosos y sectarios… y a veces simplemente equivocados. Y su aplicación es tan maliciosa como hablar de sedición o rebelión en el comportamiento de los independentistas, cuando no todo el poder judicial está de acuerdo. La importancia de las leyes es la que se quiera dar según el momento y las circunstancias… y no deja de resultar curioso que muchos de los que, brazo derecho en alto, enarbolan la bandera del cumplimiento de la Ley, confiesan su adoración por un dictador que llegó al poder precisamente gracias a actos de sedición y rebeldía que, en caso de haber perdido la guerra, lo habrían llevado a la cárcel o al fusilamiento, según las leyes militares. Las leyes las dictan los vencedores, ya sea por guerras o por mayorías absolutas convertidas en apisonadoras. Y, para los demócratas que también se indignan ante el incumplimiento de las leyes, recordarles que la Objeción de Conciencia, respecto al servicio militar obligatorio, fue en principio una violación de la ley. Y que, para lograr muchos de los derechos que todos podemos disfrutar hoy en día, hubo primero personas que se vieron obligadas a incumplir las leyes del momento, en temas que hoy consideramos hasta ridículos cuando los recordamos.

Y llego así a donde quería llegar.

La posible independencia de Cataluña sería un error, histórico y arraigado en una parte de la sociedad catalana, pero alimentado en los últimos años por un gobierno central al que no le ha importado ignorar toda posibilidad de diálogo con los agentes sociales y políticos de la región. La excusa es la unidad de España, como si la unidad de nuestro país solo fuera posible desde el prisma particular de la derecha y no existieran más opciones. Pero la realidad es otra… Cataluña es un territorio electoralmente perdido para el Partido Popular, y provocar una confrontación con el nacionalismo catalán es una perfecta tarjeta de visita que presentar ante el electorado español, especialmente aquel electorado que empieza a darse cuenta de cada promesa incumplida, de cada implicación en temas de corrupción del partido del Gobierno, y de que la tan manida recuperación económica es tan solo una vuelta a los privilegios de los ricos frente a las necesidades de los pobres. Pero la respuesta nacionalista, liderada por la derecha burguesa y desesperadamente apoyada por la izquierda independentista y republicana, es proporcional en cuanto a la falta de sentido común y de respeto por la ciudadanía. Los herederos de Jordi Pujol de la mano de la CUP es la imagen misma de lo peor de la política: yo te doy alas para imaginar un poco probable futuro inmediato acorde a tus ideales, a cambio de que tú engordes la cortina de humo que yo suelto para tapar los escándalos de corrupción y de gestión autonómica que amenazan con terminar con mi cortijo particular. David trabajando para Goliath… y Goliath haciendo que David tenga que esconder su honda.

Para los demócratas que también se indignan ante el incumplimiento de las leyes, recordarles que la Objeción de Conciencia, respecto al servicio militar obligatorio, fue en principio una violación de la ley.

Sumemos a esto la cobardía de un PSOE que critica ferozmente en Cataluña la implantación del artículo 155 de la Constitución, mientras lo apoya en el Congreso, y la ambigüedad de Catalunya en Comú, queriendo representar a todos sin molestar a nadie, y consiguiendo que todos los sectores sociales acumulen reproches a su actuación. Ciudadanos es tan solo el feliz contenedor temporal del desencanto, que perderá fuelle a medida que se vaya estabilizando la situación. Y tenemos así la situación que tenemos… Me entristece ver a gente de bien, de los que me consta su perfil democrático y su ansia por vivir en un país mejor, celebrar la detención de políticos y su posterior encarcelamiento, como si eso fuera la solución al problema. Y el problema no es el independentismo ni los independentistas, sino la pobre y miserable clase política que nos ha tocado sufrir durante los últimos treinta años. La ideología frente a la convivencia, la victoria frente al entendimiento. Eso son nuestros políticos de hoy, esas son las personas que tienen que decidir qué hacer ante un problema de esta magnitud. Sentencias judiciales cargadas de contenido político, donde se refiere al independentismo como algo que hay que impedir, no son el instrumento ideal para esclarecer el futuro de Cataluña. Y que el PP termine gobernando, vía 155, donde apenas tiene representación parlamentaria, propicia decisiones muy contrarias a lo que en las urnas decidieron los ciudadanos, y está permitiendo la implantación ideológica en temas tan delicados como la educación o el idioma. El PP está gobernando de hecho, cuando tan solo debería de gestionar con carácter temporal para permitir el funcionamiento de las instituciones, para que la vida cotidiana pueda seguir su ritmo habitual, hasta que se pueda formar un gobierno estable. Gobierno estable que están imposibilitando las ambiciones particulares de los partidos que conformaron el mal llamado “frente independentista”.

Lluís Gene/Agence France-Presse — Getty Images

Y, resultado de todo lo dicho, queda un enfrentamiento entre españoles catalanes y españoles no catalanes, que estamos aprendiendo una gran lección: cuando tengas un problema con otra persona, “soluciónalo” imponiéndote y no permitas que el posible diálogo entorpezca tu evidente superioridad. Y si puedes hacer que termine en un calabozo, tu victoria será aún más importante porque tendrás el respaldo de la Ley. Cada político encarcelado es un fracaso más, no una victoria de nadie. Y, por favor, que nadie compare a un político encarcelado por su actuación política, apoyada por millones de electores, con ladrones que desde sus despachos engordaron sus cuentas corrientes con dinero público. En el programa electoral de quienes fueron mayoría en las últimas elecciones catalanas se incluía el error de la independencia. Si eso es ilegal, alguien debería de haberlo impedido en su momento. Si no lo era, simplemente hicieron lo que prometieron hacer. Estoy esperando el programa electoral en el que el PP y el PSOE prometían más corrupción y más ladrones en las instituciones. De haber sido así, habríamos tenido lo que nos merecíamos… como los catalanes si les hubieran dejado.

1 Comment

  1. Buen articulo, sin duda los indepes eran un 15% hace unos años y la mala actuacion del gobierno la ha hecho crecer pero tambien es cierto que el problema se repite historicamente y el encaje con españa no puede depender del gobierno de turno.
    La solucion es la independencia aunque actualmente hay muchos españoles viviendo en catalunya que no solo no se sienten catalanes sino que odian y desprecian todo lo catalan pero tambien estan en su derecho a sentirse asi.
    Por tanto o una confederacion de tu a tu con españa o la independencia. España sin duda nunca lo va a aceptar.
    La represion franquista y la actual sin duda no ayudan. Es cierto que una parte de la burguesia catalana no es indepe y que el conflicto de banderas les va de perlas a los ricos para enfrentar a los pobres, no es nuevo. Racismo, xenofobia.. sirven para lo mismo. Veremos

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