La izquierda laborista necesita recuperar su espíritu insurgente

Jeremy Corbyn habla en una manifestación frente a la estación de King’s Cross en Londres, 13 de julio de 2023. (Jonathan Brady / PA Images vía Getty Images)

Keir Starmer ha alejado al Partido Laborista de sus promesas de campaña al tiempo que acallaba a sus críticos de izquierdas. La izquierda británica necesita recuperar el radicalismo que mostró durante la primera insurgencia de Jeremy Corbyn contra el establishment del partido.

Por James A. Smith / Jacobin

Traducción: Florencia Oroz

Uno de los mentores intelectuales del corbynismo, el difunto Leo Panitch, concluía su último libro con la esperanzadora observación de que la derrota electoral de 2019 escondía un rejuvenecimiento sustancial del socialismo en Gran Bretaña: el fruto de una colaboración generacional única entre la izquierda laborista formada en los años setenta y una nueva que llevaría adelante el proyecto.

¿Cómo va eso? Los obituarios de la izquierda laborista, ya sea en su vertiente boomer o millennial, son, tristemente, fruta al alcance de la mano en este momento. No hay rival para el exdirector de la fiscalía Sir Keir Starmer y su golpe derechista, los veteranos mascarones de proa de la izquierda Jeremy Corbyn y Diane Abbott están suspendidos del partido, los funcionarios de izquierdas en activo en todos los niveles del gobierno se esfuman rutinariamente de sus candidaturas con cualquier pretexto formal y la maquinaria del Partido Laborista se ha reconfigurado para hacer imposible un mayor crecimiento de la izquierda (por no hablar de un líder de izquierdas…).

Peor aún, como me he quejado antes en Jacobin y otros lugares, las propuestas políticas que la izquierda laborista y el más amplio «ecosistema Corbyn» han logrado presentar en la derrota han tendido hacia la tecnocracia antipolítica y se ubican —por decirlo amablemente— lejos de la altura que requieren los tiempos que corren. Las cosas parecen imposibles. Sin embargo, los últimos acontecimientos deberían servirnos de recordatorio de que ya hemos hecho cosas imposibles antes. Dos de esas imposibilidades se produjeron en el primer año de corbynismo, y propongo que volver sobre sus lecciones puede ofrecernos una salida al actual punto muerto.

Puede que los lectores más jóvenes no recuerden que el punto de inflexión en la elección del liderazgo laborista de 2015 que permitió a Corbyn distinguirse por completo de sus rivales del Nuevo Laborismo fue el edicto del partido de que los diputados laboristas mostraran su dureza absteniéndose (en lugar de oponerse) a la Ley de Bienestar propuesta por el Gobierno tory de David Cameron. Como señaló John McDonnell en su momento, los recortes sádicos y arbitrarios de la ley a los ingresos familiares de los más pobres era algo ante lo que había que «nadar entre vómito» al oponerse, pero Corbyn fue el único de los candidatos que lo hizo. Esta simple presentación de la diferencia moral entre Corbyn y sus principales rivales laboristas supuso un giro importante en la suerte de la candidatura de Corbyn, que antes se daba por imposible.

Aparte de superar la imposibilidad de ser elegido por la izquierda por sí misma, la segunda imposibilidad del proyecto Corbyn fue su supervivencia al «golpe bajo la mesa» de junio de 2016, cuando cuarenta y cuatro ministros del gabinete en la sombra (Starmer entre ellos) dimitieron en un intento de forzar el fin del liderazgo de Corbyn. Es difícil reconstruir mentalmente lo absolutamente extraordinaria que fue la negativa de Corbyn a dimitir en aquella situación. Ese acto imposible demostró la resistencia del pacto generacional en la izquierda del Reino Unido que Panitch describió, dio el pretexto para que Corbyn elevara a jóvenes aliados de izquierda a altos cargos del gabinete en la sombra y, lo que es crucial, contribuyó al agua clara entre Corbyn personalmente y la marca laborista del establishment: una ventaja «populista» en las elecciones generales anticipadas que siguieron un año después, en junio de 2017. También fue un recordatorio de que cada avance del socialismo en Gran Bretaña requiere la humillación del decoro ordinario del Partido Laborista.

Existen historias que deberían mantenerse en la memoria colectiva de la izquierda. La primera: la Ley de Bienestar de 2015 que selló la victoria de Corbyn contenía una de las primeras referencias formales a un límite de dos hijos en las prestaciones en Gran Bretaña (es decir, la retención de créditos fiscales y otros beneficios después de que los beneficiarios tengan un tercer hijo), que los conservadores pusieron en vigor en 2017. Por algún capricho histórico, el tope de dos hijos vuelve a centrar la disputa política en Gran Bretaña este mes, después de que Starmer anunciara que un gobierno laborista entrante no lo aboliría, a pesar de que esta política mantiene directamente a cientos de miles de niños en la pobreza. Para quienes lo recuerdan, la dinámica vuelve a ser la de 2015, sobre todo cuando las actuales apariciones de Corbyn en los medios condenando el tope coinciden con encuestas sorpresa que le sitúan como el líder laborista actual o anterior más popular, mientras los medios salivan ante la perspectiva del circo de que se presente contra los laboristas para la alcaldía de Londres o para su propio escaño parlamentario actual de Islington North el año que viene.

La segunda: el recuerdo de la negociación de Corbyn y la izquierda del «golpe bajo la mesa» de 2016 presenta una lección para responder al asunto que rodea a Jamie Driscoll. El alcalde metropolitano laborista del norte de Tyne es uno de los promotores más conspicuos de las políticas industriales «corbynistas» en el gobierno local, y el mes pasado se le impidió presentarse como candidato laborista a la alcaldía en las próximas elecciones. Fue objeto del tipo de absurdas y sórdidas acusaciones de proximidad al antisemitismo (simplemente por hablar junto al cineasta Ken Loach) que se han convertido en rutina en el laborismo de Starmer. Driscoll ha anunciado que se presentará como independiente y ha atraído inmediatamente más de 100.000 libras en pequeñas donaciones. Starmer recordará la humillación del entonces primer ministro Tony Blair en 2000, cuando el izquierdista Ken Livingstone fue elegido alcalde de Londres como independiente después de que la maquinaria del Partido Laborista se desplegara para impedir que se presentara bajo su bandera.

¿Dónde está el «golpe bajo la mesa» en esto? Hace mucho tiempo que un diputado laborista de izquierdas no estaba en condiciones de dimitir de nada en señal de protesta, aunque quisiera. Pero el momento Driscoll presenta una alternativa mucho mejor. Una serie concertada de comparecencias de diputados laboristas de izquierda junto a su camarada Driscoll forzaría a Starmer a actuar en una de dos direcciones. O bien pasa por alto la falta, y la izquierda recupera algo de autonomía por primera vez desde 2020. O —lo que es más probable— les retira el látigo a todos, presentando un momento de galvanización para la izquierda más amplia estructuralmente similar (aunque invertido) al golpe de 2016. Y además, con las candidaturas independientes de Driscoll y Corbyn como premio, esta energía estaría al servicio de un proyecto libre —por ahora— del albatros del Partido Laborista.

Una de las cosas más frustrantes de la timidez e inercia de la izquierda laborista desde 2020 es lo innecesaria que ha sido. En aquel entonces, como uno de los escasos escritores en la prensa hegemónica que defendía la candidatura al liderazgo de Rebecca Long-Bailey —antigua secretaria de negocios de Corbyn y diputada por Salford Norte—, argumenté que las innovadoras políticas industriales de «creación de riqueza comunitaria» que eran su cartera habían sido infrautilizadas en las elecciones de 2019 y siguen siendo la principal carta que la izquierda aún tenía que jugar en Gran Bretaña.

Esto significaría conceder contratos gubernamentales a pequeñas y medianas empresas locales, ofreciendo al mismo tiempo apoyo estatal para ayudarles a pagar un salario digno y asegurar sus credenciales ecológicas, poner fin a la adicción de Gran Bretaña a la subcontratación a empresas globalizadas y hacer retroceder la revolución del mercado thatcheriano/nuevo laborista desde el nivel local hacia arriba. Se trata de un programa que puede llevarse a cabo tanto a nivel nacional como —y Driscoll lo demuestra— a nivel local, en tiempos electorales buenos y malos, dentro del Partido Laborista y fuera de él. También es un programa con algo que ofrecer precisamente a los pequeños empresarios y a los descontentos partidarios del nacionalismo económico del Brexit que más innecesariamente temían a Corbyn, y que muchos de nosotros hemos argumentado que serían socios de coalición más productivos que los profesionales liberales a los que el corbynismo dio prioridad después de 2017.

Esta plataforma política para un reseteo político de la izquierda se ha conservado en ámbar desde 2020. Las extrañas repeticiones de hoy de las oportunidades de la Ley de Bienestar y el «golpe bajo la mesa» que lanzaron el corbynismo en su primer año ofrecen finalmente la oportunidad de romper de nuevo… si lo que queda de la izquierda laborista recupera su capacidad de arriesgarse.

 

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